La imagen de la prisión flotante arrendada por el Gobierno británico a una compañía privada se ha reproducido un número incontable de veces en diferentes medios de comunicación y redes sociales. El impacto visual del barco-prisión es indudable, pues, cuando una piensa que a la política migratoria y de asilo europea no le queda ningún límite que traspasar, una gigantesca embarcación que recluirá a personas que soliciten protección internacional en Reino Unido, nos recuerda que la crueldad e inhumanidad de la clase política europea no parece tener fin.
Mientras algunos malnacidos siguen pidiendo mano dura contra la inmigración, muertes que podrían evitarse siguen sucediéndose. Las más llamativas, las ocurridas recientemente en el mar Jónico sin que se sepa exactamente el número de fallecidos en un barco que transportaba a cientos de personas. El deseo de las autoridades europeas de evitar que los migrantes lleguen a sus costas ha sido más fuerte que cualquier intención de asistencia humanitaria. Nada sorprendente, ya que es lo que ocurre por activa o por pasiva de modo permanente, pero esta vez la catástrofe ha tenido ciertas proporciones y ha invadido los medios generalistas. Esta más que claro que la vieja y mezquina Europea, con su maldita unión de poderes políticos y privilegios económicos, no desea en absoluto poner los medios para que las personas que migran viajen y soliciten asilo en condiciones dignas. Sí, es cierto que no todos los gobiernos parecen a priori de la misma calaña, que los más conservadores son los que abiertamente mantienen un discurso de rechazo a la inmigración; en la práctica, la Unión Europea en su conjunto hace poco o nada cuando los derechos humanos más elementales son transgredidos, un reparto de roles entre gobiernos que recuerda aquel de poli bueno y poli malo para al final llevar a cabo el mismo objetivo.
Hace dos años, la Editorial Virus publicó Yo soy frontera, autoetnografía de un viajero ilegal, escrito por Shahram Khosravi, una importantísima contribución a la reflexión sobre “los regímenes fronterizos actuales y las múltiples formas de violencia institucional, social, simbólica o psicológica que estos descargan sobre las personas migrantes”. Sin lugar a dudas, un libro muy necesario en el que, no solo a través de su propia experiencia migratoria sino de las reflexiones y vivencias compartidas con muchas otras personas con las que se cruza en el viaje, hace una “reconstrucción íntegra de las trayectorias migratorias” y también confronta aquellas categorías insertas en Occidente compartidas por el Estado y su estructura represiva y por una parte relevante del conglomerado de organizaciones humanitarias, partidos políticos de izquierda y medios progresistas, categorías aceptadas en su esencia vertebradora aunque se planteen desde diferentes enfoques.
Quienes siendo de izquierdas, manifestaban que la hipocresía de la UE era tremenda y que no se hablaba de la guerra en otras partes del mundo, que las hay a porrillo, pueden sentirse aliviados. Ya casi no se habla de Ucrania. No acapara primeras páginas. Shakira y su canción sobre Piqué tienen mucha más audiencia. ¿Nuevo truco diabólico de los EE.UU.? Haya pues, paz. Ucrania poco a poco se está convirtiendo en un conflicto crónico, y saldrá en los periódicos de forma esporádica, cuando se produzca algún desastre monumental.
Hace un par de semanas leía lleno de perplejidad, un artículo de opinión de un vicepresidente segundo de la coalición gobernante en una autonomía. Lo menciono porque aunque he escuchado y leído cosas similares estos meses, proviene de la experta opinión de un alto cargo de los que mandan mucho en un periódico digital de los que se dicen progresistas. El artículo lo que me sugirió, es que la izquierda está completamente chiflada, y que su lógica la lleva al desastre una y otra vez, de tal manera que es de izquierdas, solo si no gobierna. Porque cuando gobierna, se vuelve brutal y de derechas.
Empecemos dejando clara una obviedad: la invasión de Ucrania a manos de Rusia es una agresión imperialista, infame e injustificada, como lo fue la invasión de Estados Unidos de Irak y Afganistán, como lo es la ocupación israelí de Palestina o la marroquí del Sáhara Occidental.
Ahora bien, el hecho de que esta guerra carezca de justificación, no quiere decir que la explicación de sus causas sea sencilla. Los medios occidentales se limitan a atribuirla a la maldad innata de Vladimir Putin, pero de sobra sabemos que estos análisis simplistas que rezuman a propaganda, lejos de acercarnos a la verdad, nos confunden y alejan de ella. Y es que, como siempre, la realidad es compleja, llena de matices y difícil de condensar.
Antes de entrar en harina sobre el tema de la entrada de hoy, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre el uso político tan generalizado del concepto «izquierda»; ojo, los primeros que lo hacen son líderes tan peculiares como Pablo Iglesias, antiguo vicepresidente del Gobierno, hoy estrella de un espacio radiofónico (léase, podcast, según la jerga tecnológica actual). Bien, no termino de tener claro qué diablos es hoy la izquierda, así sin matiz alguno, pero para el caso que me ocupa voy a fingir que yo mismo pertenezco a ese universo. La cuestión es que, ante la agresión militar del ejecutivo ruso al país de Ucrania, hay quien señala que parece que dicha «izquierda» emplea gran parte de su tiempo en hablar de la OTAN sin condenar enérgicamente al sátrapa ruso; creo que lo que se quiere decir, y no es una acusación nueva en absoluto, es que parece que si Estados Unidos no aparece claramente como culpable de un conflicto los progres no se movilizan lo suficiente para echar mano del maniqueísmo más atroz. Habría que aclarar, y de nuevo concreto en la guerra actual en suelo ucraniano, la feroz campaña de desinformación que están llevando a cabo los medios generalistas, censurando opiniones que contradigan una versión oficial basada en la locura genocida del déspota Putin. Se comprende entonces que tantas personas insistamos en la responsabidad de la OTAN y Occidente en las guerras al aumentar sus bases militares durante años en Europa Central y Oriental; hay que recordar la tensión producida durante años por dicho afán expansionista y, precisamente, en los límites de la Federación Rusa.
La invasión rusa de Ucrania ha cogido a gran parte del mundo por sorpresa. Es un ataque no provocado e injustificado que pasará a la historia como uno de los mayores crímenes de guerra del siglo XXI, sostiene Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva que ha concedido a Truthout y que ofrecemos a continuación. Las motivaciones políticas, como las citadas por el presidente ruso Vladímir Putin, no pueden utilizarse como argumento para justificar el inicio de una invasión contra una nación soberana. Sin embargo, ante esta horrible invasión, “Estados Unidos debe optar por la diplomacia de modo urgente” en lugar de la escalada militar, ya que esta última podría constituir una “sentencia de muerte para la especie, sin vencedores”, afirma Chomsky.
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