Vivimos en una continua, enajenante e irritante cultura del espectáculo. Y cuando utilizo la primera persona del plural, ojo, es porque obviamente me incluyo, ya que resulta imposible situarse totalmente al margen del contexto. Para los que no estén familiarizados con este concepto, recordaré que se trata, grosso modo, de que se colocan permanentemente delante de nuestros ojos una serie de imágenes que nos impiden ver la realidad concreta. Una realidad concreta, léase, profundizar un poquito en las cossas, por ejemplo, los problemas sociales, que digo yo que, no son un fenómeno natural ante el que poco podamos hacer. En nuestra mano, por muy borregos que seamos, está potencialmente cambiar las cosas. Lo dicho, un espectáculo continuo que nos mantiene bien entretenidos y enajenados y que el desarrollo de las nuevas tecnologías en las últimas décadas no ha hecho más que acrecentar. Voy a poner un ejemplo muy concreto, aunque hay decenas a diario, y es que llevamos una semana hablando de los políticos de Ciudadanos (pobrecitos o maléficos, según simpatías), víctimas de la ignominia el día del Orgullo.
Reconozco, como participante (presuntamente crítico y con alguna neurona en funcionamiento) de la sociedad del espectáculo, que mi información sobre lo que le ocurrió a Ciudadanos no es de primera mano, es decir, no es producto de una realidad concreta que haya podido confirmar. Por otra parte, al igual que le ocurre a la inmensa mayoría de personas que en este última semana se han dedicado a opinar de forma categórica, muchos de ellos se han rasgado las vestiduras ante el intolerable uso de la violencia de una gente auténticamente intolerante, y eso en un día que debe ser el festival de la tolerancia. Veamos lo que sabemos del asunto y, ya adelanto, voy a ser tremendamente parcial y sarcástico en mi análisis. Al parecer, los presuntamente trepas y oportunistas de Ciudadanos, deseosos de acariciar poder político y mediático (ojo, más o menos como otros partidos), acudieron al Orgullo y, como era previsible, fueron increpados por gran parte de los manifestantes y bloqueados en su paso, hasta el punto, que no pudieron realizar el recorrido que tenían pensado y acabaron saliendo escoltados por la policía. El inefable líder de Ciudadanos, ante lo ocurrido, aludió a «violencia extrema», y no tardó en hablar de una denuncia por «delitos de odio» (concepto muy socorrido hoy en día para acudir a la justicia). Por otra parte, no tarda en aparecer un informe policial que reduce considerablemente lo ocurrido, a meros insultos y lanzamiento de agua, mientras que recuerda que el partido naranja no siguió en ningún momento las instrucciones policiales.
Se ha dicho que este informe pudo haber sido guiado por la mano gubernamental, cosa que es posible, aunque desconozco la existencia de ningún vídeo que termine de confirmar esa «violencia extrema» ante la que sufrieron auténtico terror Arrimadas y compañía. Recordaremos que vivimos en la enajenante sociedad del espectáculo, que, digo yo, podría haber infinidad de vídeos que recojan esas tremendas agresiones físicas denunciadas en la que ciertos medios han estado insistiendo para alimento de un personal ideológicamente definido. No, una semana después, no parece haber constancia de violencia específicamente física y, al parecer, en la denuncia de Ciudadanos es tremendamente ambigua al respecto hablando más bien de «amenazas e insultos». Sin pretender yo justificar nada (¡Satanás me libre!), me parece que las increpaciones y bloqueo final, al margen de los excesos que pudieran producirse, me parecen una consecuencia lógica para un partido oportunista que ha pactado con fuerzas abiertamente reaccionarias y homófobas. En cualquier caso, lo que más me interesa, al margen de nuestras simpatías, es nuestra tremenda incapacidad para ir más allá de la superficie. Por no tardar en confirmar, más temprano que tarde, nuestros prejuicios en una dirección u otra en lugar de indagar un poquito en la veracidad de lo ocurrido. Unos, se rasgan las vestiduras por el uso de la «violencia» e intolerancia de parte de los manifestantes. Otros, justifican sin matices el «escrache» a ese nuevo y viejo partido llamado Ciudadanos. Lo que sí parece cierto es que esta fuerza política, tal vez más que otras que aspiran al poder, usa como estrategia aparecer permanentemente en grandes titulares. Sí, ya he dicho que iba a ser tremendamente parcial en mi (seguramente, pobre) análisis de los hechos. Uno que, seguramente, es otra víctima de la muy detestable sociedad del espectáculo.