En el análisis de las variables económicas, se distingue entre breve y largo plazo, y entre economía real y economía monetaria. Lo que cuenta en la economía real y de largo plazo son las dotaciones de capital fijo, la capacidad productiva de los diversos sectores del sistema económico, el estado de los conocimientos científicos y de las aplicaciones tecnológicas, y los precios relativos, es decir, las relaciones de intercambio entre los bienes.
Tales factores, con la tasa de interés y el nivel medio de beneficio, constituyen las condiciones de oferta y determinan los costes de los bienes y servicios producidos y prestados por las empresas. Pero en la vida de las personas, es decir, en el mundo real, en las empresas y el sistema socio-económico, existe solo el plazo corto y las referencias son los precios absolutos, o sea, monetarios, y los medios dinerarios disponibles. El corto plazo indica una inestabilidad perenne, incertidumbre, mutabilidad y variaciones continuas, a menudo imprevistas e impredecibles en tiempo útil del nivel de precios, de la cualidad y cantidad de los bienes y servicios adquiridos y de la disponibilidad de los réditos y del poder adquisitivo, es decir, de los medios dinerarios, crediticios y financieros disponibles.
En 1923, Keynes remarcaba: “Pero este largo periodo es una guía engañosa en los negocios corrientes. A largo plazo estaremos todos muertos. Los economistas se atribuyen un cometido demasiado fácil y demasiado inútil si, en momentos tempestuosos, solo pueden decir que, cuando se aleje el huracán, el océano volverá a estar tranquilo”.
En efecto, afirmar que en el largo plazo de las variaciones monetarias solo se pueden determinar los precios absolutos y la moneda es solo un velo que cubre la economía real sin influirla, es al mismo tiempo una banalidad y un engaño. Es banal en cuanto verdad inscrita en las hipótesis construidas a propósito y, al mismo tiempo, falsa, porque el largo plazo en la realidad concreta del capitalismo moderno ni existe ni puede existir.
En el mundo del capitalismo triunfante no sucede, de hecho, que una grandeza cualquiera pueda ser libre para lograr su equilibrio tendencial sin que al mismo tiempo intervengan variaciones y perturbaciones en otros puntos del sistema económico.
En el mundo real no hay más que plazos breves y las variables monetarias condicionan poderosamente producción y relaciones de intercambio entre bienes, hasta determinar la carencia, indisponibilidad o excesiva onerosidad. En la teoría clásica, el corto plazo es el reino de la demanda y el largo plazo está gobernado por las fuerzas de la oferta, en cuanto que solo en su ámbito pueden variar capacidades productivas, conocimientos científicos y técnicos, y las demás variables reales.
En el esquema de referencia de largo plazo, los espacios de intervención del economista son en la práctica mínimos y son evidentemente todavía menores los de los inexpertos en materia económica. Ahora, es verdad que movimientos y maniobras monetarias, crediticias y financieras tienen, sobre todo en la realidad contemporánea, carácter ficticio, artificioso y en gran parte especulativo. Pero en el ámbito del capitalismo moderno, este mundo ampliamente ficticio, artificioso y especulativo es el único existente, y con ello se debe contar constantemente, dado que de eso dependen el bienestar y la carga de onerosidad, sacrificios, sufrimientos e, incluso, muerte de cualquiera.
El economista o quien quiera hacerse verdaderamente útil, tiene que echar cuentas con este mundo y no con una construcción teórica abstracta concebida fuera y en contraste con la realidad.
Se puede partir del hecho de que el mundo ficticio y artificioso, que con sus maniobras y especulaciones condiciona negativamente la vida de la casi totalidad del género humano, se crea mediante operaciones monetarias, crediticias y financieras de importe similar a numerosas veces el monto del producto anual bruto mundial.
Las autoridades monetarias y gubernativas de los grandes países han adoptado medidas tendentes a favorecer la expansión de las variables financieras a través de creaciones e imponentes emisiones de medios pecuniarios acumulativos a tasas de interés bajísimo, simbólico, nulo o, incluso, negativo.
Se ha considerado garantizar a los operadores financieros el perdurar a largo o larguísimo plazo de estas directivas de política monetaria. No ha supuesto un problema, por otro lado, violar las reglas del capitalismo comprando a precios arbitrariamente elevados productos financieros prácticamente sin demanda, no por casualidad definidos como tóxicos, y facilitando contribuciones, incentivos y desgravaciones a favor de empresas y bancos de negocios en dificultades por causa de la crisis financiera incluso cuando eran responsables de ella.
Parece en cambio constituir un problema el hecho de que en algunos países los precios tiendan a reducirse, mantenerse e incluso aumentar muy poco e, inexplicablemente, se ha convertido en un problema incluso la caída del precio del petróleo y su tendencia a acercarse al coste de producción.
Se ha comenzado a dar por descontado que los bancos centrales deben favorecer la inflación y la devaluación competencial de las monedas nacionales para estimular las exportaciones.
Parecería, por el contrario, dañino que las autoridades monetarias volvieran a perseguir la estabilidad de los precios y del valor de la moneda, anulando la tendencia encaminada a favorecer la proliferación de operaciones especulativas expandiendo el endeudamiento a precios módicos de la finanza derivada y creativa.
Se debería también evitar anunciar con mucha anticipación las orientaciones de la política monetaria, de manera que se tendría a los operadores financieros y especulativos en condiciones de debilidad, riesgo e incertidumbre.
Por otro lado, se podría imponer el pago de considerables depósitos de caución por la estipulación de contratos financieros y aseguradores, con el fin de reducir su número y sus dimensiones.
Todo esto podría no servir para mucho, pero no se ha mencionado y, en cualquier caso, merecería la pena intentarlo.
En todo caso, se intentaría poner fin a prácticas anómalas cuyo resultado es la transferencia económicamente injustificada de riquezas a beneficio de especuladores y financieros creativos con perjuicio de los contribuyentes, ahorradores, trabajadores y pensionistas.
Mantener que no se puede o no se debe hacer nada en espera de la revolución o de quién sabe qué rendición de cuentas resolutiva debe aparecer, a la luz de las pruebas históricas, ilusorio, irracional o suicida y, de alguna manera, cómplice del enorme poder del capital financiero.
Francesco Mancini
Publicado en Tierra y libertad núm.330 (enero de 2016)