Uno no tiene por qué saber de todo y comprenderlo todo para poder hablar de cualquier cosa. Por ejemplo, la turismofobia, la última palabra inventada por la tele. Da la impresión de que hay grupos extremistas en el país, que odian a los turistas. Qué va. En realidad la queja deriva de lo siguiente:
España se ha transformado en un monocultivo. Bueno, hay dos o tres que dan mano de obra, la construcción, la hostelería, los funcionarios… El sector turístico da empleo a tres millones de trabajadores y proporciona un dineral al patronariado y a cientos de propietarios de pisos. Así que, ¿cómo podría estar alguien en contra del turismo y de convertir España en un enorme parque temático?
Bueno, hay un motivo para no cifrar la economía del país en una cosa tan volátil como los visitantes extranjeros, habida cuenta de que una simple moda puede cambiar el flujo de visitantes… A Transilvania, por ejemplo, a ver los vampiros. Nunca es bueno cifrar la prosperidad a una sola carta, como cultivar azúcar, café o plátanos, porque viene una plaga de gorgojos o empiezan a producir en Vietnam, y al diablo con todo. Eso dicen los economistas. Aconsejan un plan de pensiones, un par de negocios, unas propiedades para alquilar, una pensión del Estado, acciones… Eso asegura mi banquero que es necesario, para tener una vejez tranquila.
Además, el sector de la hostelería está muy mal pagado. Puede que el dueño que alquila una habitación de un piso cerca de la playa a 500 o 1.000 euros la semana, y que se levante seis mil euros en un mes en negro esté encantado. Los trabajadores/as del gremio, en cambio, que ganan de media 13.000 euros anuales a falta de descontar los impuestos, que echan horas que no se pagan y que padecen jornadas infernales, no están felices. Y las trabajadoras no digamos, que esas van un 20% peor retribuidas que los varones. Esos y esas, sí que podrían tener patronofobia. Una palabra que propongo a falta de respuesta sindical.
¿Cuáles son las quejas entonces? Pues que las ciudades se planifican para el turismo, y no para los habitantes habituales. Te meten centros comerciales, tiendas de ropa, y sombreros mejicanos tipical very spanish en un barrio, en lugar de guarderías, pediatras y parques infantiles. Y a toda costa se quiere echar a los inquilinos de toda la vida, la clase obrera de siempre, para que abandonen las zonas turísticas y se vayan a la quinta puñeta, mientras más lejos mejor, porque a ver qué pareja comienza su vida matrimonial en un barrio turístico… ¿Vendiendo dos riñones? O te cogen zonas rústicas dedicadas al cultivo del esparto, y te meten una torre de cien pisos que el paisano que hacía las arpargatas flipa, mientras le fotografían los visitantes pelando pipas.
Y claro, cuando a alguien le comen el espacio, en cualquier circunstancia (invasión de ejércitos enemigos o alienígenas), reacciona mirando de forma atravesada al invasor, que en este caso son especuladores inmobiliarios, comisionistas, acosadores y empresarios, apoyados por el político de turno.
No se trata de que la clase obrera tenga sentimientos mezquinos referidos a los turistas, qué va. Eso no es más que una excusa empresarial. Los sentimientos mezquinos vienen de la patronal y del Gobierno. La auténtica preocupación que tienen ahora mismo no es la turismofobia, si no calcular, una vez el flujo turístico se ralentice, cómo aprovechar y/o cuánta pasta van a perder, con el atentado de Barcelona.