Jean Meslier nació en Rethel (Champaña) en 1664 e, inexplicablemente dado lo que vamos a explicar a continuación (solo descubierto tras su muerte), ejerció discretamente sus funciones como párroco en Etrépigny, en las Ardenas belgas, hasta el fin de sus días en 1729. Michael Onfray en su libro Tratado de ateología (Anagrama, 2006) menciona al «padre» Meslier como punto de partida de la verdadera historia del ateísmo; Meslier, después de haber ejercido como sacerdote católico durante décadas sin sospechas de falta de fe, como refiere Onfray, dejó una voluminosa obra de cerca de 3.500 páginas, Testamento. Memoria de pensamientos y sentimientos de Jean Meslier (1779), además de dos cartas, en las cuales arremete contra la Iglesia, la religión, Jesús, Dios, pero también contra la aristocracia, la monarquía, el Antiguo Régimen, denuncia con violencia inaudita la injusticia social, el pensamiento idealista, la moral cristiana del dolor, y profesando al mismo tiempo una especie de comunalismo anarquista, una filosofía materialista auténtica e inaugural y un ateísmo hedonista de sorprendente actualidad.
Meslier abrigó, en suma, una oposición feroz a los poderes establecidos, tanto civiles como eclesiásticos, por considerar que oprimían y explotaban económicamente al pueblo. Era muy duro con todas la religiones, presentando «demostraciones claras y evidentes de la vanidad y falsedad de todas las divinidades y de todas las religiones del mundo», pero especialmente con el cristianismo, como instrumentos de explotación y conjunto de falsedades -falsedades formadas, e inculcadas, para mantener al pueblo bajo la tiranía-. No tienen precio las afirmaciones de Meslier sobre la religión cristiana: las Escrituras son falsas, la tradición es espuria, los dogmas son absurdos, no hay ni Dios, ni cielo, ni infierno, ni inmortalidad del alma; no hay tampoco ningún designio en el universo: toda la realidad es materia en movimiento y la materia obedece a leyes mecánicas, no divinas. Hay quien considera que Meslier estuvo influido por Spinoza, interpretado desde el punto de vista ateo. La obra de este «padre del ateísmo» contribuyó de manera no desdeñable en la corriente de librepensamiento, así como en el desarrollo del materialismo, en la Francia del siglo XVIII; el naturalista y materialista Holbach, otro insistente crítico de las creencias cristianas y de los prejuicios de toda clase, y también adherente a un ateísmo sin vacilación, celebró las opiniones de Meslier como liberadoras de todas las supersticiones y de todas las opresiones, y publicó parte de su obra en 1772; Voltaire también lo dio a conocer en 1762 en sus aspectos anticristianos y anticlericales, pero silenciando su ateísmo, su materialismo y sus revolucionarias ideas sociales.
Podemos considerar a Meslier, por lo visto hasta ahora, y hasta cierto punto, inaugural en ciertas corrientes de pensamiento. Original también fue al considerar la religión como una fuente y una causa fatal de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres, solo había que ver las persecuciones a fuego y sangre entre los diferentes defensores de insensatas y ciegas creencias y deplorable también por llevar a cabo, bajo el bello y falaz pretexto de defender y mantener la pretendida verdad de sus religiones, toda suerte de males y maldades. No hace falta ir muy lejos para encontrar un paralelismo entre las fundamentales denuncias de Meslier y el sangrante mundo en el que seguimos viviendo. No olvidemos que el párroco vivió en los siglos XVII y XVIII, en el tiempo y el país donde se desarrolló la Ilustración, que aspiraba a llevar a la humanidad hacia el progreso definitivo (hoy comprobamos que, o bien fracasó, o aludió desde el principio a un progreso científico y tecnológico, el cual resulta discutible en muchos aspectos, e inalcanzable para gran parte de la humanidad en sus aspectos asistenciales), instalando la razón y dejando atrás la superstición, la tradición y la tiranía. Algunos aspectos de la Ilustración daban esperanza para los sueños emancipatorios de Meslier, los cuales fueron pronto truncados: la lucha de clases siguió teniendo pleno sentido (y continúa teniéndolo, por mucho que la clase política se empeñe en emplear una retórica democrática, liberal y progresista al respecto, inculcando una especie de creencia en que solo hay un camino) y la religión sigue enfrentando y dividiendo, quizás más que nunca. Todas y cada una de las denuncias que Meslier hizo a la Iglesia católica, a sus dogmas absurdos y a su gran responsabilidad en intentar mantener a las personas en un estado de sumisión e inmadurez, es obvio pensar que continúan vigentes; tratándose de creencias religiosas basadas en dogmas, poco pueden haber cambiado con el paso de los siglos (por muchos matices que se apliquen, interesadamente, o por poca práctica que generen, dada la fortaleza del sentido común). Quizá resulte más difuso todo lo relativo a sus connivencias con los poderes civiles de explotación (aunque no olvidemos que el Vaticano es un Estado), pero es importante señalar su tremenda responsabilidad histórica, la tan manida memoria que es propiedad de todos, y de la que pretenden adueñarse los vencedores. Hay una historia también para el ateísmo liberador y libertario y una muestra es el «padre» Meslier, al que nos parece justo homenajear con unas cuantas palabras, lo haremos con él como con tantos otros que se atrevieron a ir hasta el fondo denunciando las injusticias. Una cosa más por la que Meslier ha tenido un sitio en la historia es por una familiar frase, que ha sufrido muchas variantes, atribuida en numerosas ocasiones a otras figuras, la de que «la humanidad sólo será feliz el día que el último de los tiranos haya sido colgado con las tripas del último cura». Si el párroco francés simplemente utilizaba una violenta metáfora es algo que no sabremos nunca.
Capi Vidal
La foto de una pintura en color que aparece bajo la rúbrica Nombres en la historia, no es de Jean Meslier es el retrato del poeta Joost van den Vondel, por el pintor Philips Koninck1665/1665 y se encuentra en el Rijksmuseum