No soy muy amigo de efemérides, por lo que me entero por purita casualidad que hoy se celebra la liberación de París de la tiranía nazi. Es bueno hacer memoria, especialmente en este inefable país, tan necesitado de ella de una manera honesta. Dice mucho de este inenarrable Reino de España el hecho de que no se enseñe en las escuelas que los integrantes de novena compañía fueran en su mayor parte antifascistas españoles. Para quien desconozca la histora, tras el triste fin del conflicto civil en España, miles de personas se agolparon en Alicante con la esperanza de escapar en barco del yugo fascista. Solo una parte pudo hacerlo y, entre ellos, algunos de los que luego integrarían la compañía que liberaría la capital gala. Acabarán en la ciudad argelina de Orán donde la gloriosa Francia no siempre les dio el trato que merecían. De hecho, el germen de aquella compañía fue un regimiento compuesto en gran parte por tropas africanas, a las cuales se negó finalmente pertenecer a aquella División Leclerc, a pesar justo es decirlo de la oposición del propio general, de la que formaría parte La Nueve. Al parecer, no podía tolerarse que los negros, a pesar de su buen papel durante los primeros años de la guerra, pudieran formar parte del desfile de la liberación; ya demasiado que reivindiquemos a aquellos desharrapados españoles por haberlo hecho.
Aquel Raymond Dronne, capitán de La Nueve, recuerda el espíritu antimilitar de aquellos españoles, no es casualidad que en su mayoría fueran anarquistas. De forma ovbia, no es sencilla que un libertario acepte la autoridad por sí misma sin ninguna base moral, pero su disciplina libremente consentida al parecer fue ejemplar; se convirtieron, paradójicamente, en «magníficos soldados, valientes y experimentados». A pesar de que la historia nos muestre una y otra vez a los americanos como los que encabezaron la liberación, y de ese esfuerzo francés por apartar a los africanos de la contienda, la realidad es que fueron los «rojos españoles» los primeros en desfilar por el París libre con vehículos de combate nombrados como batallas de la Guerra Civil Española: Madrid, Brunete Guadalajara, Teruel… Perplejidad e indignación debería haber causado esta situación recordando el trato indignante que el gobierno francés dio a los exiliados republicanos al meterlos en campos de concentración en el sur del país.
El encuentro de republicanos y anarquistas, integrantes de La Nueva, con aquellos otros que participaron en la resistencia parisina debió ser emotivo. Como no podía ser de otra manera, muy pronto, una vez liberada la ciudad y tranquilizadas las cosas, se esforzaron en tratar de reanudar la lucha contra el fascismo en España; su empeño fue, desgraciadamente, en vano dada la hipocresía de las potencias democráticas y el reconocimiento de la dictadura de Franco años más tarde. Al acabar la liberación de París, de forma quizá no tan sorprendente, en la historiografía francesa los nombres de aquellos blindados fueron mutándose al lenguaje galo, la referencia a los antifascistas españoles fue desapareciendo de los libros oficiales y de la memoria. Tuvo que pasar más de medio siglo para que empezara a reconocerse a aquellas personas, que no desfallecieron ante su derrota en su país. Después de sufrir la derrota frente a Franco y sus secuaces, continuaron la guerra en Francia, según las propias palabras de alguno de ellos, «contra los mismos enemigos, el nazismo y el fascismo». Seguramente, peco de ingenuidad, pero al menos creo posible que cuando esto se reconozca así en este insufrible país, de esta explícita manera y sin subterfugio alguno, quizá algunas cosas empiecen a cambiar.