Creo que hace año y pico, en este inefable país, se estrenó la última (y más bien mediocre) película dirigida por el prestigioso Alejandro Amenábar, llamada Mientras dure la guerra. Como es sabido, el film se centraba en el momento del golpe de Estado perpretado por el genocida general Franco y sus secuaces, teniendo como localización la ciudad de Salamanca y como protagonista a Miguel de Unamuno. El colofón era los (¿conocidos?) hechos del Paraninfo de la Universidad de Salamanca donde el intelectual se enfrentó dialécticamente a los sediciosos fascistas con la consecuente ira del ridículo matarife Millán Astray. El film, cómo no, al margen de su calidad, que ya digo que me resultaba bastante discreta, a pesar de su impecable factura, molestó a gran parte del facherío patrio, lo cual es de agradecer. Sin embargo, resulta curioso, meses después de su estreno, pude escuchar a cierto bodoque ultrarreaccionario, en un irrisorio medio televisivo de extrema necedad ideológica, asegurar que a la película de Amenábar no se le había reconocido demasiado «por no ser lo suficientemente antifranquista». Me gustaría, o no, saber lo que pasa por la cabeza de estos tipos ultraderechistas para mantener su repulsivo relato sobre los hechos recientes de este indescriptible país.
En cualquier caso, al margen de su calidad cinematográfica, no hay duda alguna de que Mientras dure la guerraes una película que se mantiene dentro de esa obviedad histórica, para cualquiera que tenga bien oxigendado el cerebro, de que unos militares facciosos dieron un golpe de Estado a una república democrática fundando una dictadura de casi cuatro décadas. Por otra lado, hay un retrato de Franco, también evidente, el de un general asesino, exento de cualquier forma de piedad, dispuesto a acabar con toda una generación de personas que querían transformar un país atrasado, y que se acabaría haciendo con el poder absoluto. Como el film se centra, fundamentalmente, en un hecho muy concreto de la vida de Unamuno, un hombre con unos bandazos vitales algo peculiares, desde el punto de visto histórico e ideológico no creo que se le puedan poder muchos peros. Sin embargo, ahora se estrena un documental, con el estimulante título de Palabras para un fin del mundo, que puede verse como una continuidad, y mayor profundización que aquella película, en esas últimas semanas de la vida del autor de Del sentimiento trágico de la vida.
Este nuevo film, especialmente en este inenarrable país, con su maltratada memoria histórica, resulta más que acertado, además de por indagar en hechos concretos de lo que pasó de verdad en el Paraninfo y para tratar de dilucidar si Unamuno fue asesinado, para poner en su sitio al fascio patrio. Porque que, todavía hoy en día, no se llame a las cosas por su nombre dice mucho de que lo tenemos que padecer en España bien entrado el siglo XXI. Como es sabido, Unamuno, alguien al que tal vez sus creencias cristianas le confundieran en algunos momentos, apoyó en primera instancia a los golpistas desencantado con el desarrollo de la república. Muy pronto, con el colofón del discurso del 12 de octubre de 1936 en la Universidad, se desdijo observando la crueldad de los facciosos, lo que supuso su aislamiento vital e intelectual. Ese apartarse del movimiento, que comprobó en sus carnes que era netamente fascista, no impidió que los futuros vencedores se apropiaran de su prestigio como alguien afín a sus propósitos. Ello, hasta el fin de su vida, con la que acabaron de forma más que probable el 31 de diciembre de aquel año en que comenzó la ignominia. De manera minuciosa y brillante, juntando todas sus piezas a su alcance y dejando las conclusiones obvias para el espectador, el film nos narra todas las criminales actividades de militares y falangistas facciosos, que nada tenían que envidiar a las de los nazis de Hitler. Las conocidas proclamas, «¡Viva la muerte!» y «¡Muera la inteligencia!», del genocida fundador de la legión Millán Astray cobran sentido en un estremecedor trabajo de investigación. Una pieza fundamental para tratar de paliar la necia amnesia de gran parte de este indolente país.