Pocas estrategias se han probado tan útiles para el dirigente político pícaro bajando en apoyo popular como el manufacturar una noticiosa y sonora guerra.
En la actualidad, tenemos de todo tipo. Tenemos numerosos conflictos convencionales, como los armados y también no convencionales como los mediáticos, psicológicos o económicos. Los motivos declarados son igualmente muy variados. Unos bandos son elogiados como luchadores heroicos de nobles causas y otros censurados como malvados terroristas. Todo depende del bando al que uno pertenezca. Virtualmente, todo gobierno en el mundo está en guerra permanente contra algo o alguien.
En el presente, en los discursos políticos la palabra “guerra” es omnipresente. Todo líder político belicoso, siempre de la boca para fuera, defiende la paz pero reiteradamente declara que es arrastrado en contra de sus deseos a la pelea sobre la excusa de la autodefensa o rebuscadas consideraciones éticas en apariencia muy nobles. Habla de paz mientras que con gestos de mando marcial y un lenguaje cuartelero infunde valores militaristas en la población. Con toda teatralidad, despliega su poderío ostentoso y amenazante con grandiosos desfiles militares y escandalosos gastos armamentistas. Además rinde un culto pseudoreligioso a caudillos y sangrientas batallas del pasado histórico. Al dirigente, este estilo conflictivo le confiere un porte de macho guapetón, fuerte y decidido que le aporta volumen a su imagen.
Por otro lado, los ciudadanos comunes dejan de prestar su atención a los crecientes problemas sociales y económicos que los agobian terriblemente para apoyar enérgicamente a su líder contra las supuestas amenazas externas.
Pareciera que los seres humanos estamos condicionados biológicamente a poseer un mecanismo dual en nuestras relación con los demás. Tenemos una ética de cooperación con los amigos y una ética de competencia con los enemigos. Por supuesto, este mecanismo no es demasiado rígido y tocando las teclas indicadas puede ser manipulado con relativa facilidad. Por ejemplo, dos rivales en los negocios pueden odiarse ferozmente. Sin embargo, al verse amenazados por un enemigo común se llegan a sentir como hermanos de lucha por una causa compartida. El miedo al enemigo es un potente factor de cohesión social. Los líderes asustan a la gente con enemigos reales o ficticios para unir sus filas y disipar las fricciones internas. Hay tantas guerras por la sencilla razón que significa un negocio redondo para muchos. Da millones de dólares a la gigantesca y lucrativa industria bélica, una manutención y un propósito al soldado raso, gloria y honores a los generales, éxitos a los dirigentes políticos y unidad psicológica a las masas.
Para dar un simple ejemplo, esta dinámica la pudimos observar de la manera descarada en la invasión a Irak por la última administración Bush. Las guerras son justificadas apelando la moral y la autodefensa pero en la mayoría de los casos obedecen intereses oscuros de una elite.
En las palabras del escritor inglés George Orwell:
“Toda la propaganda de guerra, todos los gritos, y las mentiras y el odio provienen invariablemente de la gente que no está peleando”
Gustavo Godoy
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