El fin de semana pasado, cuando un mensajero en bici de 27 años apareció en la marcha “unamos a la derecha” en Charlottesville, Virginia, estaba listo para el combate. Se unió a una cadena humana frente al parque de La Emancipación y entrelazó los brazos con los demás en una cadena humana, para impedir a olas de supremacistas blancos —algunos de ellos con vestimenta formal nazi— la entrada. “Tan pronto como se acercaron”, dijo el joven, quien se negó a dar su nombre verdadero y optó por llamarse Frank Sabaté en honor al famoso anarquista español, “comenzaron a mostrar palos, escudos y los puños. No me avergüenza decir que no titubeamos en defendernos”.
Sabaté es miembro de una controversial fuerza de izquierda conocida como “antifa”. El término, una contracción de la palabra “antifascista”, describe la holgada afiliación de activistas radicales que han aparecido en meses recientes en eventos a lo largo del país y que se han enfrentado abiertamente contra los supremacistas blancos, extremistas de derecha y, en algunos casos, simpatizantes comunes del presidente Trump. Animados en parte por la elección de Trump, han peleado con sus opositores conservadores en marchas políticas y mítines en universidades, argumentando que una forma crucial de combatir a la extrema derecha es enfrentarse a sus seguidores en las calles.
A diferencia de la mayoría de los contramanifestantes en Charlottesville y en cualquier otra parte, los miembros de “antifa” no tienen ningún recelo en usar los puños, palos o latas de gas pimienta para enfrentarse al despliegue de antagonistas de derecha a los que llaman la amenaza fascista para la democracia estadounidense. Como lo explicaron esta semana una decena de miembros de este movimiento, la nueva derecha ascendente en el país requiere una respuesta física.
“La gente está empezando a entender que a los neonazis no les importa si eres tranquilo o pacífico”, comentó Emily Rose Nauert, una chica de 20 años miembro de antifa que se convirtió en un símbolo del movimiento en abril cuando un líder nacionalista blanco le propinó un puñetazo en la cara durante una aglomeración cerca de la Universidad de California, en Berkeley. “Necesitas violencia para proteger la no violencia”, añadió Nauert. “Eso es obviamente muy necesario en este momento. Es la guerra frontal, básicamente”.
Otros izquierdistas están en desacuerdo, ya que opinan que los métodos de antifa dañan la lucha contra el extremismo de derecha y le han permitido a Trump argumentar que esos dos bandos están a la par. Estos críticos apuntan al poder de la desobediencia pacífica durante la era de los derechos civiles, cuando las marchas multitudinarias y los protestas contra la segregación en los restaurantes en el sur acabaron por erosionar la consagración legal de la discriminación.
Los seguidores de antifa —algunos armados con palos y con la cara cubierta— participaron en las batallas campales en las calles de Charlottesville, pero es imposible saber cuántas personas se cuentan entre las filas del movimiento. Sus seguidores reconocen que es secreto, no tiene líderes oficiales y se organiza en células locales autónomas. También es uno de los grupos en la constelación de movimientos de activistas que se han reunido en las últimas semanas en la lucha contra la extrema derecha.
Motivados por una gama de pasiones políticas —que incluyen el anticapitalismo, el ambientalismo y los derechos de los homosexuales y los indígenas— el conjunto diverso de anarquistas, comunistas y socialistas ha encontrado una causa común en la oposición a los extremistas de derecha y los supremacistas blancos. En la lucha contra la extrema derecha, el movimiento antifa se ha aliado en ocasiones con el clero local, los miembros del movimiento Black Lives Matter y los activistas de base de justicia social. También ha apoyado a grupos de nichos como los combatientes del Bloque Negro, que se enfrentaron a fuerzas de derecha en Berkeley este año, y By Any Means Necessary, una coalición formada hace más de dos décadas para protestar contra la prohibición de California a la acción afirmativa en las universidades. Lo más cercano a un principio orientador que podría tener antifa es que no se puede razonar con las ideologías que identifica como fascistas o basadas en una creencia de inferioridad genética, por lo que se les debe oponer una resistencia física.
“Ante esta amenaza seria y peligrosa, y la violencia que ya ha ocasionado, ¿qué es más peligroso: no hacer nada y tolerarla, o confrontarla?”, manifestó Frank Sabaté. “Su existencia misma es violenta y peligrosa, así que no creo que usar la fuerza o la violencia para enfrentarla sea poco ético”. Otra activista antifa, Asha, de 28 años, originaria de Filadelfia, dijo que: “la defensa del genocidio y la supremacía blanca es violencia”, y añadió, “si nos mantenemos al margen, les estamos permitiendo construir un movimiento cuyo objetivo final es el genocidio”.
En los días que siguieron a los acontecimientos violentos de Charlottesville, algunos miembros de antifa respondieron con un llamado enfurecido a tomar las armas, diciendo que no podían rendirse ante los que describieron como “agresores” de la derecha, incluso si eso significaba llegar a enfrentamientos armados. “Espero que nunca lleguemos a eso”, comentó un anarquista antifa de 29 años originario de California que usa el pseudónimo Tony Hooligan. “Pero estamos dispuestos a hacerlo”.
No todos los seguidores del movimiento antifa son tan beligerantes, ni recurren a tácticas violentas únicamente. Cuando no asiste a las que llama “grandes movilizaciones” como la de Charlottesville, Frank Sabaté organiza actividades comunitarias comunes, defiende la reforma carcelaria y distribuye literatura anarquista en conciertos de punk rock. Otros dicen que hacen lo mismo en bastiones antifa como Filadelfia, el área de la bahía de California y la región del Noroeste del Pacífico.
Una de las principales funciones de antifa, según sus adeptos, es monitorear las páginas web de derecha y de supremacistas blancos como The Daily Stormer y exponer a los grupos extremistas en mensajes que se publican en sus propias páginas web, como ItsGoingDown.org. Según James Anderson, quien ayuda a dirigir ItsGoingDown, el interés en el sitio ha aumentado desde los acontecimientos de Charlottesville, ya que se han sumado más de 4.000 seguidores al total de más de 23.000. Sin embargo, antifa “no es algo nuevo que hay que hacer porque está de moda”, añadió Anderson. Observó que algunos de los que se enfrentaron contra los de derecha en la toma de protesta de Trump o en eventos más recientes en Nueva Orleans y Portland, Oregon, eran veteranos de acciones en la Convención Nacional Republicana de Minneapolis en 2008, donde cientos de personas fueron arrestadas, y en campamentos del movimiento Occupy en ciudades de todo el país.
Uno de los ejemplos más vívidos de la violencia antifa tuvo lugar en enero en la toma de protesta de Trump, donde un miembro enmascarado del movimiento golpeó al conocido supremacista blanco Richard B. Spencer (a quien un activista antifa roció con gas pimienta en Charlottesville). Ese golpe dio inicio a un debate nacional sobre si era moralmente justificado “golpear a un nazi”. Spencer, ávido oponente de la izquierda, todavía hace distinción entre facciones dentro de la comunidad de izquierda. “Es importante diferenciar a los antifa de los liberales”, aclaró. “No creo que sea una exageración decir que el movimiento antifa cree en usar todos los medios necesarios. Tienen una vena sádica”.
Otras figuras de derecha, como Gavin McInnes, fundador de Proud Boys, una fraternidad que se dice conservadora formada por chovinistas occidentales, dijo que el movimiento antifa no se ha hecho ningún favor al asumir que sus enemigos comparten por igual las mismas opiniones. McInnes fue invitado a Charlottesville, pero rechazó la invitación, dijo, debido a la presencia explícita de supremacistas blancos como Spencer.
En el pasado, los activistas de antifa se han enfrentado a personas que claramente no eran otra cosa que auténticos neonazis, cuestionando quién, de haber alguien, merece un puñetazo y si hay tal cosa como la violencia política legítima.
T. Fuller, A. Feur y S. Kovaleski
Tomado de http://diario.mx/Opinion/2017-08-19_a596d0a1/izquierda-para-luchar-contra-ultraderecha