Resulta estremecedoramente peculiar que tantas personas aludan una y otra vez a los malos tiempos que vivimos, algo que nadie discute, pero lo hagan apelando a un supuesto pasado más benévolo. Eso se traduce en la recurrente frase, digna de toda suerte de parodias, «cualquier tiempo pasado, fue mejor». ¿Acaso eso significa que gran parte de la humanidad son una panda de reaccionarios sin remedio? Veamos. Cierto es que, a nivel social y económico, la situación de una crisis tras otra es como hacerse mirar el sistema en que vivimos. Pero, que yo recuerde el condenado capitalismo este, en perfecta armonía con la clase política, siempre ha encadenado una crisis tras otra; espero que eso no nos haga volver al feudalismo explícito, que ya suficiente explotación tenemos con la actual. Si nos referimos a lo político, el asunto este nostálgico llega a tal nivel de despropósito, que muchas personas consideran que los dirigentes de los partidos no tienen ni punto de comparación con los de hace décadas, en concreto con esos prohombres bondadosos que trajeron la democracia a este inefable país. Pues qué queréis que os diga, no solo los políticos de generaciones anteriores no me parecen mejores que los actuales que sufrimos, sino que, además, aquellos me resultan especialmente repulsivos por haber encabezado esa farsa llamada Transición. Uno se pregunta a qué distorsión cognitiva patética obedece que el personal piense, sin el menor asomo de pensamiento crítico, que los políticos de antes son los que tenían una gran catadura moral mientras que los de ahora no son más que peleles tecnócratas sin entidad alguna. Lo segundo, no lo discuto. Podemos repasar a conciencia, uno tras otro, sean de un partido u otro, por ejemplo a los llamados padres de la Constitución y la cuestión es para echarse a llorar. Claro que para llegar a esa conclusión es necesario una lucidez política y existencial de la que, al parecer, gran parte de este indescriptible país adolece.
Es muy posible, como dice una amiga mía, que todo esto obedezca a esa suerte de involución intelectual a la que humanidad esta sujeta. No obstante, pensar que en otros tiempos la humanidad estuvo dotada de mayor lucidez es, tal vez, caer en la misma añoranza por un tiempo que desconocemos si existió. No desfallezcamos. Me precisa un amigo psicólogo que la nostalgia es un factor que obedece más a causas personales y psicológicas, como puede ser el anhelo por volver a estadios anteriores de la vida de uno, como la niñez o adolescencia. Eso, aunque esas etapas de la vida de uno no hayan sido precisamente idílicas, por no decir que lo mismo la mayor parte ha estado plagada de traumas que todavía estamos pagando. El ser humano, por lo visto, es así de pueril rayando en lo irrisorio. No obstante, otros sesudos expertos afirman que dicha nostalgia está bien diferenciada de otro factor sujeto más a cuestiones políticas, sociales y económicas, que recibe el nombre de declinismo. Esto viene a ser la creencia, como país, comunidad alguna o sistema que fuere, de que se está sufriendo un decaimiento de tal magnitud que, efectivamente, ha debido existir alguna edad de oro anterior. El proceso se traduce en: «estábamos bien, estamos mal y el futuro solo puede ir a peor». Esto tal vez explica la proliferación, en la cultura popular, de toda suerte de géneros post-apocalípticos; por cierto, en la mayor parte de ellos, la humanidad, después de venirse la civilización abajo, vuelve a reconstruir los mismos errores con pertinaz ineficacia. Insisto, no desfallezcamos.
Está bien claro que el declinismo ese de marras, enfermedad psicológica o no, es una distorsión como la copa de un pino. No seré yo quien niegue los desastres medioambientales provocados por el sistema económico o la todavía gran cantidad de personas en el mundo que todavía sufren por causas sociales y políticas. Sin embargo, la insistencia en una época benévola anterior, tenga o no causas patológicas, suele ser propia, efectivamente, de reaccionarios sin remedio que creen vislumbrar una edad dorada que nunca existió. La historia de la humanidad alterna grandes logros puntuales con la permanente creación de sistemas clasistas y autoritarios que, desgraciadamente, son los que se han asentado en la modernidad, y tantas veces con la apariencia de la libertad tras la que se esconde la dominación amable. Una cosa es esa evidencia y otra muy diferente que te venga algún botarate inicuo a sostener que la terrible sociedad de antaño, plagada de mistificaciones patrióticas, terribles enfermedades y desigualdades intolerables, resulta ahora que quiere presentarse como cojonuda. Por supuesto, que tantas cosas son recuperables de lo mejor de nuestros ancestros, por ejemplo, la conciencia social y política para tratar de crear un mundo auténticamente libre y solidario. Un mundo que, lamentablemente, no pudo construirse en el pasado, por lo que solo podemos mirar hacia delante ahora para lograrlo.