La caída vertiginosa de las bolsas de todo el mundo en los primeros días del nuevo año (el peor inicio en treinta años) ha suscitado nuevamente dudas sobre hacia dónde se dirige la trayectoria de la economía capitalista. Como es obvio, convergen en su caída diversos factores:
1.- Los datos de debilitamiento de China y una nueva caída de sus bolsas (Shanghái y Shenzen en particular).
2.- La crisis entre Irán y Arabia Saudí, que refleja y exalta la tensión existente en la zona entre chiitas y sunitas, que combaten activamente en varios frentes en Oriente Medio y África.
3.- La caída de los precios de las materias primas y en particular del petróleo, que pone en serias dificultades a los países emergentes más expuestos y dependientes del flujo cambiario.
4.- La primera subida de impuestos en Estados Unidos desde 2006, que amenaza con congelar la ya debilísima perspectiva de reinicio del ciclo económico global.
Cada uno de estos elementos tiene motivaciones dinámicas propias, pero el cuadro general que se dibuja nos muestra un 2016 particularmente complicado y difícil de gestionar, por parte de quien se ilusiona con poder conducir la economía mundial por la senda de la estabilización y el reflote.
El peso de China es ciertamente relevante: el plan quinquenal 2016-2020 busca fatigosamente la vía del crecimiento sobre tasas superiores al 6,5 por ciento anual, pero la suma de contradicciones que se han acumulado en el modelo de desarrollo hacen ardua su ejecución. En un marco mundial de economía en crisis, arranca la exportación china, creando inquietantes vacíos productivos: empresas que cierran, empresarios que desaparecen, parados que aumentan. Fuentes independientes hablan de movilizaciones obreras masivas en la zona productora de Shenzen, reprimidas con la máxima dureza. Existe un enorme excedente inmobiliario (440 millones de metros cuadrados de casas vacías) y el Gobierno está pensando en diluir el problema agilizando la concesión de permisos de empadronamiento en los centros urbanos menores (un problema enorme que obliga a la “clandestinidad interna” a decenas de millones de campesinos chinos emigrados a las ciudades). Para frenar una urbanización que ya no se puede gestionar, es preciso aumentar los réditos agrícolas, cosa más fácil de decir que de hacer.
El paso a un modelo de desarrollo centrado en el crecimiento del consumo interno y en la construcción de una clase media adecuada no es en absoluto factible: el floreciente mercado de artículos de lujo, incrementado en los últimos años, está sufriendo durísimos golpes (ligados también al bajón accionarial), produciendo enormes disgustos a las empresas de lujo del mundo. La clase dirigente llegada al poder en 2013 está intentando estabilizar el ciclo con medidas drásticas: prohibición a los fondos estatales de vender acciones, mayor flexibilidad del cambio (devaluación continua), presión para meter el yuan en el panel internacional de divisas (junto al dólar, el yen, la libra esterlina y el euro), agotamiento de los créditos estancados del sector de la banca.
A nivel general, las mayores preocupaciones ligadas a China tienen que ver con su solicitud de materias primas: el debilitamiento de Pekín implica la caída de la demanda y de los precios para muchos bienes producidos en los demás países, emergentes o no, que comienzan a tener serias dificultades (de Brasil a Sudáfrica, pasando por Australia). En muchas ocasiones, estos países han contraído deudas elevadas, en dólares y euros, así como muchas empresas, privadas o públicas, como por ejemplo Pretrobras. Entre 2004 y 2014, según el FMI, la deuda societaria en los países emergentes ha pasado de cuatrocientos mil a dieciocho mil millones de dólares. La subida de impuestos iniciada en Estados Unidos será seguida inevitablemente en un futuro cercano por otros bancos centrales (como el británico), no podrá más que empeorar la situación deudora e incrementar los riesgos de insolvencia. Precisamente los países emergentes que, tras la crisis de 2008, han representado el 80 por ciento del crecimiento mundial, ahora pueden hundirse: Brasil ha registrado una caída del 3,5 por ciento en 2015 y prevé un bajón del 2,5 por ciento en 2016; la inflación alcanza el 10 por ciento y la moneda se ha devaluado el 48 por ciento con respecto al dólar, sin por ello aumentar los beneficios en el ámbito de la exportación.
La caída del precio de las materias primas ha sido imponente a lo largo de 2015: el Goldman Sachs Commodity Index señala una caída del 34 por ciento. Para algunos componentes se trata de porcentajes aún más graves: en solo 18 meses, el petróleo WTI ha bajado ¡de cien a treinta y cinco dólares el barril! Tiene mucho peso el papel de la OPEP, acaudillada por Arabia Saudí, que así intenta segar la hierba bajo los pies de sus enemigos políticos (Irán, Rusia, etc.) y de sus competidores económicos (los productores americanos de gas y petróleo que, con estos precios, se acercan a la bancarrota). La espantosa dinastía de los Saud ya ha perdido en el último año cien mil millones de dólares de sus enormes reservas en divisa (seiscientos cuarenta mil millones de dólares), pero a pesar de la necesidad de recurrir a planes extraordinarios de austeridad, considera imprescindible mantenerse fuerte para empujar a la caída (político-militar o económico-financiera) a quienes considera sus enemigos mortales. Es bastante probable que después de 2016 el precio del petróleo vuelva a recuperarse, para tener en cuenta un posible agotamiento de excedentes y una drástica caída de la producción por parte de las empresas norteamericanas de prospección, pero poco a poco los países productores de petróleo deberán contentarse con devaluar si quieren mantener constantes ganancias de la exportación y la entrada de divisas.
Esto de las devaluaciones competidoras es otro jalón importante de la compleja situación: tras la crisis son muy pocos los países que han forzado una revalorización del cambio en la moneda propia, Estados Unidos y Suiza principalmente. En la mayor parte de los casos (particularmente para el euro y el yen, y se puede decir también para todas las divisas de los países emergentes), la devaluación ha sido masiva; la esperada recuperación de la competencia no ha hecho despegar la exportación de manera significativa. Como dicen los economistas, no se puede devaluar contra Júpiter o Marte y si (casi) todos devalúan, el efecto positivo se evapora.
Sale a la luz en su máxima expresión una de las más insaneables contradicciones de la economía capitalista: todos querrían vender a los demás pagando lo mínimo por la fuerza de trabajo propia. El efecto producido es una caída evidente de la demanda global y una creciente recesión global. Esto explica por qué todas las previsiones económicas continuamente son consideradas a la baja y las perspectivas de deflación, caída de los precios, quiebras empresariales, cierre de actividades, crisis de las deudas soberanas, tengan caldo de cultivo, minando cualquier intento de salir del largo túnel de una crisis casi decenal.
Larry Summers, secretario del Tesoro con Clinton entre 1999 y 2001, ha introducido por primera vez en el debate económico la tesis de una posible “ralentización secular ligada al envejecimiento de la población, a la caída del consumo derivada de la concentración progresiva de los recursos económicos en manos de segmentos de la población no hambrientos”. Para responder adecuadamente sería necesaria una correcta política redistributiva, que hiciera posible transferir recursos y capitales donde son solicitados para consumos e inversiones “productivos”, pero la clase política no tiene mandato para hacer esto, sino que debe conservar lo actual, desigualdad en la estructura distributiva, para seguir en su puesto. Como ha admitido cándidamente Jean-Claude Juncker: “No es que no sepamos qué es lo que hay que hacer; el problema es volver a ser elegidos una vez que lo hayamos hecho”.
Es evidente que ninguno tendrá el deseo, el coraje y la determinación de coger el toro por los cuernos: la prioridad es llegar al final de la legislatura sin sacudidas políticas y sin desastres financieros imputables a opciones y responsabilidades personales. La Unión Europea intentará como nunca navegar en un mar de tormentas, sin intención de afrontar seriamente sus propios problemas de supervivencia y desequilibrio estructural. Mientras crece de forma confusa y equívoca un rechazo hacia las instituciones comunitarias, hacia su funcionamiento, hacia el proyecto en sí; las clases políticas intentan utilizar la polémica antieuropeísta con fines políticos rigurosamente internos, sin poner en discusión las lógicas comunitarias y las ideologías reaccionarias que les dan fundamento. La retirada (o, mejor dicho, la redefinición) de la intervención estatal, las privatizaciones, el desmantelamiento del Estado del Bienestar, agreden las condiciones de vida de las clases bajas, exaltando la valoración del capital y acrecentando la cuota de beneficios y de réditos en la distribución del valor añadido.
Se perfila una fase de sacudidas alarmantes: en el marco global de fuerte inestabilidad, corren el riesgo de ser dinamitadas incluso las estructuras de quien hasta ahora ha utilizado la integración europea para machacar los intereses de los demás y exaltar los propios. Trabajar sobre estas contradicciones para revalorizar la autonomía de la propia línea de clase es la principal de nuestras prioridades.
Renato Strumia
http://www.nodo50.org/tierraylibertad/332articulo6.html
Publicado en Tierra y libertad núm.332 (marzo de 2016)