Si el librepensamiento, en sus orígenes, consistía en el cuestionamiento de una serie de creencias preestablecidas, así como de todo tipo de autoridad espiritual, hoy esta definición podría ser similar, pero hay que extenderla de modo amplio. Es decir, no se puede simplemente alabar al librepensador de hace siglos, pretender ser como él en la actualidad, y no tardar en inaugurar nuevos dogmas y doctrinas establecidas. Para ser librepensador, o para tratar de serlo (mucho mejor dicho, ya que es tal vez una aspiración y tendencia más que una realidad firme) hay que cuestionar toda afirmación instituida, buscar la verificación, indagar mediante una actitud racional, dejar atrás la tradición y la autoridad, abandonar la abstracción para enfrentarnos a una realidad concreta. Por supuesto, la herramienta imprescindible a priori es la duda; no se trata de un escepticismo también dogmático impuesto sobre todo lo que se nos ponga delante, sino una duda que abra la puerta a la crítica de toda afirmación y posibilite un cambio amplio para el conocimiento.
En la Edad Media, eran sin duda librepensadores aquellos que cuestionaron la autoridad de la Iglesia legitimada por la divinidad (la mayor de las abstracciones). No olvidemos que el pensamiento medieval en Occidente se apoyaba en gran medida en una tradición filosófica, principalmente en un Aristóteles muy mediatizado por el Cristianismo, por lo que era algo que también había que poner en duda y buscar la ruptura. Es curioso saber que Aristóteles, como tantos otros grandes filósofos, se le puede denominar también científico; sus afirmaciones y métodos eran, obviamente, de gran valor histórico y cultural, pero limitados por la época y demostrados falsos con el transcurrir del tiempo. Dicho esto para los amantes de otros conocimientos científicos ancestrales, de otras culturas, a los que no podemos denominar otra cosa que ciencia obsoleta. Hoy en día a nadie se le ocurre defender una medicina tradicional grecorromana, por ejemplo, y sin embargo el gusto por el exotismo nos lleva a defender la ciencia obsoleta de otras culturas (China, India…).
Volvamos a la cuestión del librepensamiento. El librepensador histórico puso en cuestión las creencias supersticiosas de su época y le admiramos por ello. ¿Somos capaces en la actualidad de hacer lo mismo? Es necesario mirar nuestra propia actitud con esa profunda crítica y tal vez descubramos que, tantas veces, terminamos aceptando un montón de discursos establecidos. El librepensador debería poner en cuestión todo tipo de discurso, instituido o alternativo (el cual, no hay que olvidar, tiene la aspiración de instituirse), incluyendo también sus propias creencias, ideas y valores (que, inevitablemente, impregnarán todo el proceso). Resulta triste, en ciertos ámbitos en los que supuestamente se reivindica y propaga el librepensamiento, que tantas personas muestran poca o ninguna crítica hacia sus propias creencias; en nombre del progreso y del libre examen, se acaba generando también un dogmatismo que no cuestiona ni critica ni indaga, muestra un respeto excesivo por ciertos autores y acaba también instituyéndose. En ello está la clave, el librepensador es necesariamente subversivo, irreverente, peligroso para toda idea establecida; no puede mostrar un respeto religioso, ni siquiera o menos aún para autores e ideas que pueden resultarles sumamente atractivos (pero siempre cuestionables y con la posibilidad permanente de ser superados).
Hemos dicho que muchas personas que se consideran progresistas se refugian en una actitud aparentemente librepensadora para fundar un nuevo dogmatismo. Hoy, no es suficiente con romper solo con la tradición religiosa, también con otros paradigmas de pensamientos establecidos. El librepensador cree de verdad en el progreso; no es por supuesto una creencia ciega o ingenua, sino apoyada en una verificación racional para llegar a un terreno firme. Hay que ser consciente que la palabra ‘progreso’ está a estas alturas sumamente pervertida por una civilización más que cuestionable a nivel, principalmente, ético. Es por eso que la actitud librepensadora tiene también que cuestionar, y destruir, esa falsa concepción del progreso legitimada únicamente en una razón instrumental al servicio de intereses poco humanos (intereses del poder político y económico, de la dominación). El librepensador saber que la independencia de criterio no es posible sin una consciencia de la propia individualidad, aunque sabiendo también que el sujeto aislado poco o nada significa; su propio pensamiento, y actitud, va unida al conjunto de la sociedad, por mucho que la cuestione y la critique. Es por eso que el librepensamiento, si podemos llamarle así, debería estar libre de coacción externa, y buscar un compromiso con una verdad que tantas veces resulta esquiva a nivel social. Queremos pensar por ello que el librepensador está fuertemente comprometido con el cambio social en base a paradigmas más inteligentes, humanos y sólidos.
Desgraciadamente, sobra la «voluntad de dudar» del librepensador, a la que aludía Bertrand Russell, se acaba imponiendo tantas veces la «voluntad de creer». Muchas personas, en todos los ámbitos de la vida, acaban abrazando el dogma sin que tengan la necesidad aparente de recoger alguna prueba a su favor para verificarlo. Por ello, el primer paso donde habría que trabajar es en que al menos se admita que es deseable y necesaria esa «voluntad de dudar», que no es sino el deseo de averiguar, para comprender lo importante que resulta indagar y profundizar. Se comprenderá así la extensión de tanta irracionalidad y credulidad en el mundo. Se nos dirá que esa ausencia notable de razón y tendencia hacia la creencia dogmática es algo inherente al ser humano. Es posible, pero también resulta contingente su desaparición, o al menos la constante lucha contra ella mediante métodos muy terrenales de educación y conocimiento. Frente a una actitud librepensadora de cuestionar y utilizar la crítica, así como de cuestionar toda autoridad instituida y permanente, han sido la afirmación dogmática y la exhortación legitimada en la dominación las que han contribuido a la hipocresía y a aportar más males que soluciones en la existencia humana.