Para el que no lo sepa, el sistema sanitario público de este inefable país, que se continúa llamando Reino de España, se remonta al año 1908. Creo que existe el bulo, para consumo de papanatas reaccionarios, de que la sanidad estatal fue creada nada menos que durante el régimen franquista; la creación del Ministerio que se ocupaba de tal cosa se originó en 1934 con cierta continuidad durante la dictadura y la transacción democrática, con sus vaivenes privatizadores (¡es el mercado, amigos!) hasta llegar, hace unos años, a la transferencia de las competencias a la comunidades autónomas. Esto último, que podría ser algo beneficioso en otro sistema, se convierte en un horror en un mundo político regido por administraciones jerarquizadas (por grandes o pequeñas que sean), por una despiadada búsqueda de beneficio de las corporaciones y por una desigualdad absoluta entre personas y regiones. Recientemente, ha estado en boca de mucha gente las palabras de la actriz Eulalia Ramón, viuda del recientemente fallecido cineasta Carlos Saura, agradeciendo a los profesionales de la sanidad pública el cuidado que nos realizan; como la presidenta de la capital del Reino, uno de los más evidentes títeres de intereses mezquinos, no tiene vergüenza, le espetó que, sin embargo, la gestión del hospital donde cuidaron a su marido era de gestión privada. En fin, creo que es un error entrar en polémicas estériles y voy a lo que voy. Esto es que, en principio, no tengo ningún problema en salir a la calle a defender la sanidad «pública», y congratula ver que recientemente así ha sido por parte de no pocas personas, pero creo que tenemos que profundizar un poquito en la cuestión.
Cuando hablamos de «lo público», tenemos que ser consciente de que lo que está detrás es en realidad una gestión estatal financiada con los impuestos de todo hijo de vecino. Hay bastantes personas que, en nombre de la solidaridad, pagan sus impuestos gustosamente al considerar que estos van a potenciar, efectivamente, los servicios públicos. Llamémoslo ingenuidad bienintencionada, si se quiere, cuando el Estado del Bienestar ha demostrado a estas alturas ser una de las caras amables del capitalismo y la gestión jerarquizada, un ideal con obvios pies de barro. Ningún gobierno, por muy progresista que se presente, creo que va a cambiar esta situación en un mundo que requiere cambios radicales. No obstante, espero que se me entienda, la tensión frente a un mundo privatizado despiadado demanda que, por supuesto, estemos del lado de los profesionales que luchan por una sanidad pública universal (en sentido lato, valga la redundancia). En la reciente y cruel pandemia se produjo la peculiar actitud, aunque algo comprensible dada la terrible crisis sanitaria que produjo la muerte de innumerables personas, de muchos ciudadanos confinados saliendo al balcón a aplaudir a los profesionales médicos; esto fue instrumentalizado, de manera hipócrita, por la clase política contribuyendo a la distorsión sobre un mundo donde gran parte de la población mundial carece de la atención mínima sanitaria.
Los más optimistas observan las recientes manifestaciones en defensa de la sanidad pública como la posibilidad de un resorte en aras de otro tipo de (auto)organización; por supuesto, esto solo es posible si, como otras veces, no nos quedamos en una salida a las calles puntual y nos concienciamos de que el trabajo debe ser diario con los movimientos sociales junto a los profesionales sanitarios. Y es que la autogestión sanitaria, por parte de los propios profesionales, en beneficio del conjunto de población es perfectamente posible como lo sería en cualquier otro servicio público o sector económico, a pesar de las paparruchas distorsionadoras sobre lo que es o no efectivo por parte de los que gobiernan. Es tremendamente difícil dentro de una sociedad que demanda transformaciones radicales, donde todo está prefijado para el lucro de una minoría política y económica, de acuerdo, pero no imposible. Las propuestas libertarias acerca de un sistema sanitario autónomo, basada en un conocimiento científico puesto al servicio de las necesidades humanas, son obviamente complejas, pero en absoluto irrealizables si, como en otros casos, continuamos en la lucha diaria por ello a través de infinidad de proyectos locales para demostrar que es posible el cambio de abajo hacia arriba. No existe nada más mezquino que la búsqueda de rentabilidad económica a costa de la salud, física y mental, de las personas. Y, desgraciadamente, las continuas crisis provocadas por este intolerable sistema que sufrimos contribuyen al malestar de nuestros cuerpos y de nuestras mentes. Hagamos algo, a nivel diario, por evitarlo.
Juan Cáspar