Si todos consumiéramos como los americanos, necesitaríamos al menos tres planetas… Todos vosotros habéis oído al menos una vez esta afirmación. Lo han dicho ministros, candidatos a elecciones presidenciales, ensayistas, lo vemos en la Red… También en un libro que acaba de salir en francés y que hace balance, treinta años después, del libro Halte à la Croissance?, el famoso informe Meadows de 1972 encargado y aprobado por el capitalista Club de Roma.
Se trata de una cita extraída de un libro de Mathis Wackernagel y William Rees, los inventores y calculadores de la “huella ecológica”: “Si todo el mundo tuviera las mismas referencias ecológicas que los norteamericanos, necesitaríamos tres planetas para satisfacer nuestra demanda material total, utilizando la tecnología actual… Para responder sosteniblemente a las necesidades de la población y de la producción económica, que aumentarán durante los próximos cuarenta años, necesitaremos entre seis y doce planetas”.
Este tipo de afirmaciones nos remonta a fines de los sesenta del pasado siglo. Yo mismo las he oído en los comienzos de mi formación como geógrafo en 1972. Desde entonces no ha dejado de repetirse. Pero esta insistencia no debe asustarnos ni engañarnos.
El velo metodológico
Para empezar, el número. Wackernagel y Rees nos hablan de tres planetas, luego de seis e incluso de doce. En la Red, he encontrado también cuatro o nueve. De tres a doce: si cuento bien, se pasa del uno al cuádruple. Para una afirmación que pretende ser científica, seria, racional, implacable, algo hay de dudoso. Esta evaluación parece hecha a las bravas. A condición de no quedarnos paralizados ante el revestimiento alarmista que rodea la frase, nuestra vigilancia intelectual deberá estar al máximo…
Un poco en la misma línea, vemos también en la Red “si los franceses…” o incluso “si los europeos…” ¿Los franceses o los europeos? ¡No es lo mismo! Nos encontramos ante una serie de planteamientos que siguen añadiendo velos al velo.
Por último, quizás haya buscado mal, pero no he podido saber sobre qué base se han hecho esos cálculos.
Eso no es todo, porque hay que abordar esa afirmación a fondo. Y al final, la crítica no será muy difícil.
La economía americana produce, consume y exporta
Sin duda, los norteamericanos –o los Estados Unidos, por simplificar– consumen mucho, como media y por cabeza. Dejemos a un lado los problemas metodológicos y conceptuales, políticos por tanto, de ese razonamiento a base de medias que omiten diferencias sociales y lucha de clases, como si Obama o Bill Gates consumieran tanto como el repartidor de pizzas de Watts, y tomemos en bloque a los 314 millones de americanos (demografía actual) frente a los siete mil millones de humanos en total.
En efecto, ellos consumen, y mucho (agua, energía, minerales, plantas). No solo lo hacen para alimentarse o atiborrarse sino también para producir. No solo para producir sino también para exportar. No para producir por producir sino para vender y asegurar beneficios a los patronos, conforme a la lógica capitalista (incluso si es con pérdidas alguna vez, pero por un tiempo limitado).
Si exportan, eso implica que los que compran sus productos –los importadores y, a continuación, los consumidores de los países importadores– no producen el equivalente en su propio país, y por tanto no consumen tal cantidad de materias primas o de energía.
Ahora bien, los Estados Unidos son los primeros exportadores del mundo. En algunos sectores, muchos de ellos cruciales y agroalimentarios, ocupan el primer puesto mundial: trigo, maíz, soja, algodón, carne, armas, servicios comerciales… El segundo puesto en la seda cruda, el tercero en arroz, madera, abonos químicos…
Por tanto, si los países no americanos consumieran como Estados Unidos, eso significaría que se convertirían a su vez en grandes productores. Porque la cuestión del consumo no debe referirse a tal o tal otro comportamiento individual o doméstico (electrodomésticos sofisticados en electricidad, coches sofisticados en carburante…), sino al conjunto de fábricas, de manufactures, de oficinas, de estaciones, de aeropuertos, de granjas… Todo un sistema económico dirigido a la dominación capitalista…
Un escenario imposible
Pues ese escenario es imposible: los países no americanos no pueden llegar a ser como Estados Unidos, sustituirlos y consumir como ellos. Por dos razones.
La primera razón está ligada a la lógica económica. Si Rusia, los países de América Latina o los países africanos de latitudes templadas se pusieran a producir más trigo, por ejemplo, habría tanto trigo que los americanos no podrían ya exportarlo y, por tanto, producirlo.
La solución para los americanos sería doble. Que encuentren nuevos consumidores-importadores de trigo (propagando la hamburguesa…), y entonces será la guerra económica frente a los competidores (la que conoce actualmente la humanidad). O que reduzcan su producción de trigo, y exporten menos.
Pero esta última hipótesis es poco probable. Es la segunda razón de la imposibilidad del escenario. En efecto, eso significaría que los Estados Unidos renunciaran a su poder, es decir, a su imperialismo económico, comercial y también militar. En el caso de que se nos haya olvidado, Estados Unidos no envía a sus soldados por todo el mundo para extender la democracia por idealismo, sino para controlar el mercado capitalista, entendiendo que la democracia es el sistema mejor adaptado a este mercado.
¿Se ha visto alguna vez en la Historia a una potencia renunciando a su poder? Teóricamente es posible: ya sea por la llegada de la revolución social planetaria (escenario que, desgraciadamente, no veremos mañana), ya sea por el triunfo de una potencia rival (China, Rusia, Brasil…). Pero en este caso, la historia reciente de “enfrentamiento de los dos bloques” (democrático y comunista) nos ha demostrado que, sin duda, estos bloques se hacían la guerra (sobre todo por medio de Estados interpuestos de mediano o débil poder), pero también eran capaces de entenderse y la lógica de enfrentamiento permitía la dominación interna de su propio régimen. El imperialismo, vaya.
Dicho de otro modo, afirmar que “si consumiéramos (es decir, produjéramos) tanto como los americanos…” es un razonamiento absurdo porque es imposible.
Por no hablar del hecho de que “los cuatro o doce planetas” que serían necesarios ¿dónde iríamos a buscarlos? ¿A Marte, a Venus? No, desde luego, sería aquí mismo. Pero la Tierra no podría darnos ya ciertas cosas, y el sistema se adaptaría (cosa que admiten Wackernagel y Rees cuando añaden “utilizando la tecnología actual”). Cosa que hace precisamente el capitalismo verde…
Bajo la idiotez, el machaque ideológico del capitalismo verde
“Razonamiento absurdo”: pero ¿se trata solo de eso? ¿Será solo una tontería, una idiotez?
No, no lo creo. Quienes me leen seriamente en las columnas de Tierra y Libertad o en otros medios, saben que, según mi criterio, todas esas afirmaciones fantasiosas son ideológicas, no científicas. Pretenden promover el capitalismo verde puesto en marcha por una burguesía preocupada por no serrar la rama ecológica sobre la que se asientan sus beneficios y por una ecolocracia compuesta de sabios, de técnicos y de políticos, encargados de proporcionar discursos catastrofistas y asegurar el gobierno autoritario, local o mundial. Su objetivo sigue siendo el mismo desde Malthus y el Evangelio: hay que apretarse el cinturón, hay que vivir en la frugalidad y en comunidad (la de los feligreses o la de los ecocreyentes).
En un artículo he tratado también de mostrar la estafa científica del método de cálculo de la “huella ecológica” y de su concepto tal y como lo entienden Wackernagel y Rees. Porque esos dos “expertos” lograron la hazaña, igual que Jesucristo transformando el agua en vino, de transformar metros cúbicos reales (toneladas de madera o de pescado, por ejemplo) en metros cuadrados, virtuales del sobrecrecimiento. Llegaron, además, a la paradoja de que Brasil, por ejemplo, a pesar de la explotación del Amazonas, tendría una huella ecológica… positiva. Comprobadlo. Basta con tomarse el trabajo de ojear su metodología…
Todos esos enfoques cometen el error conceptual, político en realidad, de razonar como Estados-naciones, de no ver que la economía se desarrolla en las fronteras y el imperialismo existe igual que la lucha de clases. Minimizan la dificultad de manipular cifras y datos calculados por esos Estados-naciones. Se esfuerzan por cuantificar el medio ambiente a cualquier precio, manteniéndose así en la lógica del inverosímil Producto Interior Bruto que critican a pesar de todo (con justicia). Porque ese es el lugar sociológico y político de sus autores, buscan legitimar a los científicos que se exhiben como expertos forzando la línea, como el cura que esgrime el espectro del pecado o del apocalipsis. Y funciona…
¿Exagero? En absoluto: el solo hecho de que la burricie del “si consumiéramos todos como los americanos…” se repita hasta la saciedad, quizás de buena fe pero también sin análisis crítico, muestra bien que el mundo actual, incluso el de los militantes que se consideran conscientes, está siempre dispuesto a tragarse un dogma.
Frente a lo que hay que denominar estafa, está el papel histórico –no tengamos miedo de las palabras– de los anarquistas que apoyan siempre y por doquier el pensamiento libre, el razonamiento abierto. Sin duda, encontraremos siempre personas que rehúyan el debate para practicar el anatema. Para negarse a admitir, por ejemplo, el hecho histórico de que los intelectuales autodenominados “anti-productivistas” escribieron una carta a Hitler en nombre del “anti-productivismo”. Para no hacer frente a esta realidad desordenan sus lecturas probablemente aprendidas en la escuela, a través de los medios o bien de los gurús de la pequeña empresa alternativa.
Los hay también que siguen pensando que la libertad y la emancipación son el debate.
Philippe Pelletier
Publicado en Tierra y libertad núm. 317 (diciembre de 2014).