A raíz de mi texto anterior, sobre el peculiar Fernando Savater, hay quien me señala que mi perplejidad sobre semejante figura resulta excesiva, ya que él mismo, veterano militante libertario, jamás le consideró un representante del anarquismo. Bien, sin ningún ánimo de expedir carnés de tal o cual ideología, si es que podemos considerar tal cosa al anarquismo, diré que hace no tanto tiempo todavía escuché al autor de Ética para Amador asegurar que todavía se consideraba «libertario» y partidario de la «autogestión social» (todo lo entrecomillado, sic). El mismo autor, ese que me enmienda la plana, dice considerar de toda la vida a Savater un individualista radical, al modo de Stirner (con el que yo mismo, ojo, ya le emparentaba), más cercano a ese engendro llamado libertarianismo (si es que existe tal palabra en castellano). Sea como fuere, dudo mucho que el bueno de Stirner suscribiera ni una sola palabra de lo que sostienen los hoy llamado libertarians, pero lo que está claro es que Savater resulta un enigma intelectual; o quizá no tanto, simplemente es alguien con un afán para provocar metiéndose con lo progre y la izquierda parlamentaria, algo que resulta demasiado sencillo por otra parte. Lo más lamentable es que este fulano realiza esas críticas caminando de la mano, de manera casi literal, con la carcunda más grotesca y con esos que se llaman liberales, propugnando la libertad para su bolsillo, en este inefable país llamado Reino de España. No me extiendo más sobre el filósofo; como dije, no niego la valía de algunas de sus obras y su influencia en el pensamiento, pero hoy me resulta alguien patético a nivel moral e intelectual, si le juzgamos por sus obras actuales (parafraseando las sagradas escrituras).
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