¡Viva la estulticia!

A estas alturas, supongo que mucha gente se habrá echado unas risas con el difundido vídeo de multitud de personajes esperpénticos clamando ¡Viva el rey! No puede ser de otro modo, especialmente, cuando ves a alguien como Toni Cantó, trepa descarado donde los haya, vociferar a los cuatro vientos, puño en alto, que las loas al monarca es «lo auténticamente progresista y revolucionario». Es muy posible que se trate de un trabajo humorístico encubierto, sobre todo cuando comprobamos que la iniciativa parte de una plataforma, o algo así, llamada Libres e iguales. Es decir, un grupito que afirma estar a favor de la igualdad de los seres humanos, concepto inequívocamente unido a la noción de libertad, tal y como han concretado de toda la vida los anarquistas, se muestra a favor de un sistema que demuestra, de forma más explícita que cualquier otro, que el privilegio existe y de qué manera. ¡Cosas de este indescriptible país llamado España! Otro gran momento hilarante, en forma de oxímoron, es cuando otro de estos ‘intelectuales’ surgidos de averno asegura que, porque cree en el republicanismo de verdad, grita ¡Viva el rey! No, no creo que el fulano se muestre sutilmente irónico y quiera significar algo tan cierto como que la forma del Estado, sea república o monarquía, esconde formas de opresión política. A pesar del involuntario tono jococo del asunto, yo, que he tenido la santa paciencia de ver y escuchar los 14 minutos (y un segundo) del inenarrable «trabajo» audiovisual, no he podido evitar que se me congele la risa entre los dientes. No puede extrañar que políticos reaccionarios, bodoques y/o inicuos, como Mariano Rajoy, Pablo Casado, Santiago Abascal o Hermann Tertsch, líderes de derecha y ultraderechas, en todas sus formas patrias, cuyo distanciamiento político me es ajeno, participen en los vivas a Felipe VI, tratando de dejar a un lado a su corrupto progenitor, que juró los principios del movimiento fascista. Patético blanqueo de una institución condenada a lo extinto, con el subterfugio de una Constitución fundada en esa estafa laureada denominada Transición. No quiero ser maniqueo, ya que otros profesionales de la político, presuntamente más a la izquierda, es el caso del grimoso Joaquín Leguina, no son menos a la hora de apuntalar la obsoleta institución. Tampoco sorprende que lo hagan seres, tan estultos, como mediáticos, como el facha de manual Bertin Osborne, el asesino de animales Francisco Rivera o una mujer cuyo nombre no recuerdo, denominado por el vulgo precisamente «princesa del pueblo», todos ellos un profundo homenaje a la incapacidad cultural más apabullante. Sin embargo, y aquí entra en juego mi todavía autoproclamada ingenuidad, me estremece (aún) observar a alguien como Fernando Savater participar en el esperpento. Algo similar me ocurre con el dramaturgo Albert Boadella, antaño generador de mi respeto, hoy de mi estupefacción. Pero, centrémonos en el autor de Política para Amador o de otras menos menos recordadas como Para la anarquía y otros enfrentamientos. Sí, conozco la trayectoria del filósofo, sus numerosas e innecesarias salidas de tono, más propias de alguien torpe y reaccionario, y no deberia sorprenderme verle en semejante sarao etílico. No obstante, una parte de mí, no me preguntéis por qué, todavía muestra un pedazo de confianza en alguien que, ontológicamente, para que él mismo me entienda, sencillamente ya no es. Considero a Savater, y pido perdón por la petulancia y algo de pedantería, responsable en parte de mi formación intelectual. No son pocos los libros que tengo en mi biblioteca, e incluso alguno que todavía repaso con cierta avidez, de un hombre que en tiempos se consideró libertario. Por leer, hasta he leído sus hilarantes memorias, aquellas tituladas Mira por dónde. Autobiografía razonada, ya que posteriormente creo que ha sacado alguna otra, pero el personaje dejó ya de resultarme magnético. Por supuesto, cada uno es responsable de evolucionar como le venga en gana, palabra que tal vez venga grande a según qué metamorfosis, y creo que Savater hoy se considera liberal. El problema es que, en este indescriptible país, como es o debería ser sabido, un concepto político al que puedo tener un respeto histórico como es el liberalismo, no es más que un eufemismo para esconder a la más indignante carcunda. Savater, muy probablemente, quedó muy marcado por sus experiencias con el nacionalismo vasco, reaccionario por supuesto, y cruento en tantos casos, pero ha acabado yendo de la mano con el también detestable e igualmente violento nacionalismo español. Me permito acabar, ahora sí muy serio, con un ¡Viva la anarquía!

Juan Cáspar

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