Recuerdo, allá por la década de los 90 del baqueteado siglo XX, cuando la prensa se inundó de casos de corrupción política. No todos los medios, bien es cierto, algunos más que otros. El principal protagonista solía ser el Partido Socialista, que llevaba ya varias legislaturas gobernando, aplicando una política, según los paradigmas neoliberales implantados por otros países desde finales de los años 70, no muy diferente de la que hubiera aplicado cualquier otra fuerza política con posibilidades de gobernar. Como se suponía que el PSOE era un partido progresista, incluso con el término «socialismo» y «obrero» en sus siglas, gran parte de sus votantes hacían gala de una acrítica tranquilidad existencial y, algunos, en una muestra ya de abierto papanatismo negaban lo que estaba ocurriendo. Incluidos, claro, el terrorismo estatal y la sonada corrupción; llegué a escuchar por parte de los pertinaces sostenedores de las legislaturas encabezadas por Felipe González, aludiendo a la prensa, algo así como: «¡Claro, como pueden publicar lo que quieran!». Aquello, me dejaba sumido en la perplejidad; y no porque aceptara que todo lo publicado en los medios fuera cierto, o que no estuviera convenientemente magnificado en algunos casos, si no por no ser capaz de comprender la negación acrítica sobre asuntos que, obviamente, podrían tener algún asomo de verdad. No quiero insistir, por otra parte, en lo que parecían esconder aquellas palabras sobre la libertad de prensa; ¿hay que crear estructuras de poder para evitar que se difunda cierta información, aunque se demuestre falsa? Por supuesto, mi nada humilde perspectiva libertaria hace que la respuesta ante los problemas no sea la represión, solución válida exclusivamente para los partidarios de conquistar el poder.
No hace falta aclarar que no pienso que otros partidos gobernantes hayan robado menos, ya que la corrupción en este indescriptible país, intolerable, es claramente una cuestión sistémica de poder; y eso dentro de un sistema que ya supone un saqueo permanente al bendito ciudadano. Mi reflexión pasa por la situación en la que nos encontramos, décadas después, con toda una revolución tecnológica de por medio, en la que las nuevas comunicaciones y las redes sociales han dado otra vuelta de tuerca a ese concepto mistificado de libertad de prensa. Hoy, efectivamente, sin el menor asomo de vergüenza se publica «cualquier cosa» tintada de amarillo y sin la menor base de verificación, que prácticamente al día siguiente se olvida a nivel anecdótico, aunque siempre haya un propósito general detrás de semejantes disparates y el daño esté hecho; no me preocupa tanto el hecho de que se puedan publicar bulos, y ni siquiera que haya cierta cantidad de bodoques papanatas dispuestos a creerlos y difundirlos, como que no haya una fuerte reacción moral indignada por parte de lo más razonable de la sociedad, que con mucho esfuerzo por mi parte quiero pensar que son mayoría.
Se señala a la ultraderecha, y es cierto que la abiertamente respulsiva fuerza Vox, con algún medio directamente a su servicio, se alimenta de generar falsedades reaccionarias. Sin embargo, me resulta más porosa de lo que se quiere ver la línea mediática entre esos sensacionalistas, y a menudo abiertamente falsarios, y el resto de medios generalistas, sujetos igualmente a intereses (y, de una otra manera, sostenedores del sistema). Esto explica, según mi nada humilde punto de vista, que la sociedad no esté armada para combatir la ignominia, que gran parte del personal se enroque en sus simpatías ideológicas y que el pensamiento crítico sea cada vez más escaso. Sí, sé que hay muchos otros factores, que vivimos en una sociedad posmoderna, algo caótica a un nivel intelectual, donde es muy complicado alcanzar una verdad definitiva; sin embargo, eso debería ayudar a eludir el dogma ideológico y a seguir indagando con datos fiables para buscar un terreno razonable. Siempre he defendido, no a renunciar completamente a esta sociedad burdamente mediática (algo que nos empujaría a la marginación definitiva), sino a generar nuestros propios medios independientes, mostrando lo local y siendo extremadamente críticos con lo general. Se trata, claro, de construir desde abajo ese mundo libre y solidario con el que algunos, a pesar de lo que observamos a diario, seguimos soñando. Nadie dijo que fuera fácil, pero hay que ponerse manos a la obra.