Cuando miramos lo que queda del glorioso y espectacular movimiento anarquista cuya plenitud podemos situar entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX nos adviene la tristeza y la nostalgia, pues no está de actualidad. Esos 100 años de anarquismo vieron las obras teóricas de Bakunin, Kropotkin, Proudhon o Malatesta, junto a obras prácticas como la Comuna de Paris o las comunidades anarquistas en la España de la guerra civil en Cataluña y Aragón. Produce pena que hoy no haya pensadores como aquellos ni gestas como aquellas, pero, precisamente, el anclaje del anarquismo en esos pensadores y hechos, son los que impiden que ahora haya otros semejantes.
Hoy, sin embargo, cuando vemos publicaciones y movimientos anarquistas, lo que puede observarse es su carácter obsoleto, debido a que se centran en los teóricos del siglo XIX y en la iconografía proletaria de principios del siglo XX, juntado carteles de la guerra civil española que se mezclan con artículos sobre los pensadores anarquistas decimonónicos, erudición a veces loable y didáctica, pero resultando con ello unas propuestas políticas de una enorme desactualización, simples comentarios hermenéuticos, en el mejor de los casos, como los que se realizan en esa institución de tecno-feudalismo que llamamos universidad, donde, como sabemos bien, el anarquismo está ausente.
Da la impresión de que la argumentación anarquista está desactualizada y anclada en el pasado y aunque haya grupos en Redes sociales con incluso 20.000 miembros, sus memes, ridículos y superficiales, protestas punk individualistas, apenas reciben una o dos interacciones y ningún comentario de nadie. Desfasado entonces, el anarquismo actual parece querer educar a niños en las bondades de Rousseau pero sin profundizar en el pensador que promovió la idea del buen salvaje, al que considera fuera de su órbita política y su atmósfera filosófica.
Hay en el anarquismo teórico-político un cierre dogmático, centrado en sus autores representativos decimonónicos y en sus comentaristas del siglo XX, que empobrece su discurso y lo convierte en residual, al copiar en su seno, como venimos diciendo, esa exegesis académica de procedencia bíblica, hoy eminentemente universitaria, centrada en jerarquizar el discurso a partir de autores santificados por devotos de iglesias excluyentes entre sí. Lo mismo que les ocurre a los spinozistas, los kantianos, los marxistas, los aristotélicos, por no decir cristianos o musulmanes, afincados en sus provincias filosóficas o religiosas, interrogando a pensadores muertos para decir sobre sus gigantes hombros sus cosas de enanos, les ocurre a los anarquistas.
De ese modo el anarquismo, como esos otros cultos, se encuentra en un estado de movimiento político zombie, se mueve, sí, pero no está vivo, pues su vitalidad se agotó en esos cien años que mencionamos con anterioridad y ahora solamente parece que lo que existe es un culto a las momias de su pasado egipcio.
El anarquismo nació como teoría política bien asentada en el siglo XIX, junto a su praxis como movimiento político, pero solamente como teoría podrá revitalizarse, de ahí que los pensadores decimonónicos anarquistas, bien aprendidos, deben ceder el paso a los pensadores anarquistas del siglo XXI, al igual que la iconografía y el arte del anarquismo de antes tendría que tomar el aspecto del arte actual que seguir usando carteles proletarios de la guerra civil española.
La cura para el anarquismo zombie, el antídoto, reside en una ruptura con la forma de considerar lo que, teórica y prácticamente, significó ser anarquista. Ser anarquista hoy no significa pertenecer a la CNT por más que esa institución sindicalista nos sea amiga y propicia y estemos muy de acuerdo con sus postulados, porque hoy ser anarquista es más y menos que ser un militante, ya podemos decir que significa: guiarse por el principio an-arché.
Si con la búsqueda del arché (principio, fundamento, gobierno, mando), según la tradición triunfante y dominadora, comienza la filosofía y con ella la expropiación de la razón común, de la igualdad y de la libertad de expresión y comprensión, con situarse en la posición de su recusación, en situación de an-arché, rechazando todo principio, fundamento, gobierno, mando, jerarquía, ya se está en la posición del anarquismo. De ese modo se torna un movimiento que ahora atraviesa horizontalmente todas las clases sociales, todas las culturas y retroactivamente, todo el pasado.
No solamente los grandes anarquistas decimonónicos se situaron en esa posición, la del anarquismo ontológico, sino que desde la prehistoria de la humanidad y en toda la historia de la filosofía, así como en nuestros días, se puede rastrear la posición anarquista o anarquizante, esa que puede encontrarse en muchos autores, incluso en aquellos que en el conjunto de su obra le han sido contrarios, si se les lee con detenimiento.
El anarquismo, así considerado, no es una doctrina, circunscrita a unas instituciones políticas determinadas o a unos autores específicos, tampoco es ya el anarquismo, así considerado, algo propio de la aristocracia del proletariado, que superaba a los marxistas al ser los más cooperativos y libertarios. Deja así de ser un objeto muerto de la Historia propio para historiadores y recobra una vida que le había sido arrebatada.
Anarquista es Platón cuando dice: “En efecto, si llegara a haber un Estado de hombres de bien, probablemente se desataría una lucha por no gobernar, tal como la hay ahora por gobernar” (República I, 347d), como anarquista es Rousseau cuando dice: “El primer hombre a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!»” (Discurso sobre el origen de la desigualdad, segunda parte, primer párrafo). Si bien Platón, teniéndose en cuenta el conjunto de su obra, sería una suerte de socialista o comunista pre-marxista, mientras que Rousseau, teniéndose en cuenta la totalidad de su obra, sería una suerte de socialdemócrata o republicano, según las categorizaciones que les han sido más usuales.
El anarquismo de ese modo no es una doctrina, tampoco un movimiento sindicalista, ni una filosofía determinada, de uno o varios autores decimonónicos, tampoco es una postura política definida, aunque todo ello pueda derivar de él y aunque se haya manifestado eminentemente en autores célebres y en movimientos políticos egregios, sino que el anarquismo es hoy una topología, esto es, es un lugar fuera del espacio y del tiempo, una posición utópica. Landauer la hubiese denominado atópica, una posición que se puede encontrar en el presente, en el pasado y en el futuro, retroalimentándose conforme se actualiza.
Así, encontramos ya la posición an-arquica en la Grecia clásica, pero también puede rastrearse en la prehistoria y en otras culturas, la encontramos en los aspectos anarquizantes de las obras de escritores, artistas, científicos, poetas, que no son tenidos por anarquistas dada la exegesis del conjunto de sus obras por sus propias cofradías, pero que lo fueron en algún instante o en muchos momentos que pueden ser rescatados y retrazados. Urge la redacción de una Historia de la Filosofía Anárquica, que abarque, desde los cínicos de la Grecia antigua a los sufíes del Irán moderno, que vaya desde Zenon de Citio hasta Omar Khayyam y más allá.
Tenemos actualmente en el pensamiento contemporáneo algunos autores anarquizantes y otros que ya se atreven a tematizar abierta y directamente su anarquismo, lo cual, muchas veces, conlleva el ostracismo, la indiferencia o la burla, entre sus envidiosos y celosos colegas académicos, pero aún falta que la nueva teorización filosófica anárquica se hibride y coopere con el tradicional movimiento político anarquista. Las recientes publicaciones de Catherine Malabou o Donatella Di Cesare, de Andytias Matos o Jordi Carmona, aún tienen que encontrar traducción a un lenguaje más compartible: los teóricos debemos militar más y abandonar nuestra torre de marfil y los políticos han de estudiar más y abandonar su militancia constante, todo ello para co-juntarnos en una anarkción teórico-práctica que vuelva a situar el anarquismo en el lugar que tuvo en la centuria que hemos mencionado con anterioridad.
Tomás Ibañez ha sido en España una de las pocas voces que ha adoptado esa doble praxis, pues en realidad, tanto el pensar como el hacer son un obrar, abogando por un anarquismo en movimiento que se caracterice por su apertura en lugar de apegarse a su tradición nuclear. Teórico y militante a la vez es un ejemplo, que no ha dudado en presentar a Foucault, Deleuze o Castoriadis, como pensadores an-arquistas.
Desde luego estamos interesados en mantener una posición anárquica constante, pero para ser hoy anarquista y permanecer en la anarquía, el an-arquista, no puede limitarse a lo que por anarquismo ha quedado circunscrito en los libros de historia de las ideas, ni tampoco, a las prácticas anarquistas de las loables instituciones que bajo ese nombre aún luchan y actúan desde un lugar social marginado y contra fuerzas contrarias inmensas.
Está muy bien, desde luego, militar en una organización anarquista u otra o abundar en el pensamiento de unos u otros entre los pensadores específicamente anarquistas, pero si ese núcleo no se enriquece con una apertura y una pluralidad enormes, quedará obsoleto y enclaustrado, poniéndose difícilmente a la altura de los tiempos.
Actualizar el anarquismo, equivale a prender el futuro, quemar ese futuro determinado por la globalización capitalista que implica su ocaso. Requiere una apertura tal del movimiento anarquista que abarque todo lo anarquizante acaecido en la historia de la humanidad, impregnando con ello todo planteamiento anárquico actual y toda prospección anarquista futura.
Simón Royo Hernández
https://redeslibertarias.com/2024/11/15/actualidad-del-anarquismo/