La llamada izquierda, sea lo que sea lo que signifique eso a estas alturas, siempre ha tenido una confianza exacerbada en la cultura como herramienta emancipadora. Esta afirmación, que corresponde más bien a la llamada modernidad, hoy que dicen que estamos en una sociedad posmoderna, es digna de ponerse en cuestión. Y no lo digo porque no haya infinidad de militantes progresistas, sea lo que se lo que eso venga a significar, que no crean honestamente que el enriquecimiento cultural genera una nueva conciencia en las personas, lo cual dará lugar a la nueva sociedad y bla, bla, bla. Veamos por qué digo lo que digo. Yo mismo, aunque hubiera sido mucho más feliz de otro modo, que he sido un ingenuo izquierdista y he tenido una serie de descacharrantes inquietudes intelectuales desde temprana edad, muy vinculadas encima a la reflexión política, me he encontrado con un muro de hormigón cuando he tratado de profundizar en según que cosas y he corrido alborozado a mostrarles la luz a los demás. Cuando digo los demás, no me refiero a un minoría a modo de vanguardia intelectual, no, me refiero al pueblo llano (que uno ha tratado a veces).
Así, si uno trataba por ejemplo de lanzar una lectura política sobre una película (ya saben, todo es política), aunque fuera de una con clara vocación comercial, no de esas raritas que no ve casi nadie (menos yo, claro), no pocas personas a mi alrededor torcían el gesto y me señalaban lo muy equivocado que estaba. Expresado en palabras más gruesas, me mostraban lo muy coñazo que era. Y pongo el ejemplo cinematográfico, ya que se trata de un medio de consumo de masas, ya que de cosas como la literatura mejor ni hablar. Esta resulta la primera reflexión sobre la condición humana, tal vez demasiado centrada en experiencias personales y con no pocas dosis de soberbia por mi parte, cómo hacer que gran parte de los seres humanos (el vulgo, perdonad la expresión) tenga unas inquietudes sobre las que no muestra ni el menor indicio y, algunos no solo se conforman con eso, además se muestran reacios a que el prójimo las tenga. Diréis que vaya un iluminado que yo era, y no les quito razón; cuando uno está algo endiosado, notable pecado de mi juventud, piensa que los demás están hechos a su imagen y semejanza. Hablando en tono menos jocoso, no sé si el problema estriba en la época que vivimos, ya que algunos sesudos aseguran que la sociedad posmoderna va pareja a la superficialidad, a la falta de ideologías, al empobrecimiento cultural (o, deberíamos decir, intelectual), y bla, bla, bla.
Y es que cuando hablo de cultura, no me refiero a cualquier manifestación humana justificada en los usos y costumbres, ya que hay que recordar que eso también es cultura, no pocas veces cruel e idiotizadora. De ahí que, a menudo se menciona incluso con cierto orgullo que ese campo abonado para el embrutecimiento que es el deporte balompédico sea también cultura. O, todavía peor, que los mucho españoles muy de derechas, los defensores del arte criminal de la tauromaquía, nos espeten lo grandioso de su tradición cultural. No, la cultura a la que me estoy refiriendo, esa otrora fuerte herramienta de emancipación, resulta en una serie de conocimientos que nos permita desarrollar eso que tanto se echa en falta hoy en día: el pensamiento crítico. Es decir, vamos a ponernos todavía más serios, que esta acepción de la cultura, obligatoriamente vinculada a una concepción del progreso, puede decirse que entra en contradicción con esa otra que alude a una posición más bien de respeto a actividades más que cuestionables. Y es que, en opinión subjetiva de este sujeto apenas dotado de humildad, el gran problema no es el empobrecimiento cultural. El enorme problema es que, el posible abono para una sociedad algo más reflexiva e inteligente, el pensamiento crítico, al menos entre la enorme masa gris, ni está ni se le espera.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/03/05/cultura/