DYSPHORIA MUNDI PRECIADO

Cuerpos vivos rebeldes

El libro de Paul B. Preciado, Dysphoria mundi es un libro imposible de reseñar sin simplificar. Estamos ante un texto que se comporta como un río que recoge manantiales, pequeños y briosos cursos de montaña, ríos afluentes y, de este modo, el río cada vez recoge más y más agua hasta desbordar en el mar.

Esta reflexión no es una reseña, son consideraciones sobre aquellos planteamientos que me han aclarado ideas, me han hecho pensar en otras, me han generado dudas o me han confirmado intuiciones que ya tenía. Estamos ante un libro de filosofía que, a la vez, es un ensayo y una autobiografía. Un libro que abre una puerta que te conduce a otras puertas y estas a otras muchas y así sucesivamente.

Preciado escribe muy bien, entremezcla sabiamente un pensamiento filosófico complejo pero comprensible (con conceptos propios) con sus experiencias personales, especialmente relacionadas con el covid que sufrió mientras estaba escribiendo este libro. La mezcla de lo filosófico, lo político y lo personal desprende potencia, supone poner el cuerpo, y no solo las ideas, en la escritura de esta obra monumental.

Él mismo aclara muy pronto que no habla del cuerpo como objeto anatómico o como propiedad privada del sujeto individual sino de lo que llama, para diferenciarlo del cuerpo de la modernidad, la somateca, es decir, el cuerpo vivo como lugar de la acción política y del pensamiento filosófico. La somateca(2) es un archivo político vivo en el que se instituyen y destituyen formas de poder y de soberanía. El género, el sexo, la sexualidad, la raza, la discapacidad… no son simplemente conceptos o ideologías, son tecnologías de poder que producen la somateca que somos (pp. 61-62).

Durante mucho tiempo la ideología (ideas que acaban convertidas en un dogma, en una doctrina que se aplica a todo y que todo lo soluciona), que es tan propia de la masculinidad, ha dominado el pensamiento, la concepción de la vida, el diseño de la revolución y de la utopía. La propuesta de que el cuerpo vivo sea entendido no como algo natural sino como un archivo político vivo, resultado de las tecnologías de poder nos abre algunas posibilidades emancipadoras en las que indagar.

El libro de Preciado es sencillo en su planteamiento, aunque complejo y múltiple en su manera de exponerlo: pretende una crítica profunda del modo de organización social dominante y de sus tecnologías de gobierno y de poder para justificar la necesidad de revolución.

Crítica de la organización social dominante

Denomina «petrosexorracial» a aquel modo de organización social y a aquel conjunto de tecnologías de gobierno y de la representación que surgieron a partir del siglo XVI con la expansión del capitalismo colonial y de las epistemologías raciales y sexuales desde Europa a la totalidad del planeta. En términos energéticos el modo de producción depende de la combustión de energías fósiles altamente contaminantes y generadoras de calentamiento climático. La infraestructura epistémica de esas tecnologías de gobierno es la clasificación social de los seres vivos de acuerdo con las taxonomías científicas modernas de especie, raza, sexo y sexualidad (p. 40). El capitalismo «petrosexorracial» ha construido durante estos cinco últimos siglos una estética: «un gusto por lo tóxico y un placer inherente a la destrucción» (p. 41).

Hoy estamos pasando a una nueva configuración política en la que la gestión y producción de la subjetividad sexual es denominada por Preciado como «capitalismo farmacopornográfico» que desarrolla en otros textos. Según el autor tras la etapa del «fordismo» se desarrolla una etapa en la que el negocio es la gestión política y técnica del cuerpo, del sexo y de la sexualidad. Por eso es pertinente llevar a cabo un análisis sexopolítico de la economía mundial.

La mutación del capitalismo se caracteriza no solo por la transformación del sexo en objeto de gestión política de la vida sino porque esta gestión se lleva a cabo a través de las nuevas dinámicas del tecnocapitalismo avanzado. El nuevo tipo de capitalismo se basa en la articulación de un conjunto de nuevos dispositivos microprostéticos de control de la subjetividad con nuevas plataformas técnicas biomoleculares y mediáticas. Se trata de un régimen posindustrial, global y mediático; su origen está en el siglo XIX, pero sus vectores económicos no se hacen visibles hasta el final de la II GM (p. 31). Las industrias líderes son la empresa global de la guerra, la industria farmacéutica y la industria pornográfica. El verdadero motor del capitalismo actual es el control farmacopornográfico de la subjetividad a través de dispositivos de biocontrol que funcionan a través de la incitación al consumo y a la producción constante de representaciones de la sexualidad y de un placer regulado y cuantificable (p. 156).

Preciado recoge diversos planteamientos sobre el cuerpo vivo (o somateca). Por un lado, parte de los planteamientos de Foucault que señala que el cuerpo no es un organismo biológico sobre el que después actúa el poder, sino que la acción política lo que hace es fabricar un cuerpo, ponerlo a trabajar, definir sus modos de reproducción, prefigurar las modalidades del discurso a través de las que ese cuerpo se ficcionaliza hasta ser capaz de decir «yo». El trabajo de Foucault puede entenderse como un análisis histórico de las distintas técnicas a través de las que el poder gestiona la vida y la muerte de los cuerpos vivos (pp.108-109). Esas técnicas gubernamentales biopolíticas se extienden como una red de poder que desbordaba el ámbito legal o la esfera punitiva, convirtiéndose en una fuerza «somatopolítica», una forma de poder espacializado que atraviesa la totalidad del territorio hasta penetrar cada cuerpo individual (p. 109).

Roberto Esposito añadió, según Preciado, que toda biopolítica es inmunológica: supone una definición de la comunidad y el establecimiento de una jerarquía entre aquellos cuerpos que están exentos de tributos (los considerados inmunes) y aquellos que la comunidad percibe como potencialmente peligrosos y que serán excluidos en un acto de protección inmunológica. Esta es la paradoja de la biopolítica: todo acto de protección implica una definición inmunitaria de la comunidad según la cual esta se dará a sí misma la autoridad de sacrificar otras vidas, en beneficio de una idea de su propia soberanía (p. 111).

Achile Mbembe activó la noción necropolítica para señalar que las tecnologías de poder de la modernidad colonial habían funcionado como auténticas tecnologías de muerte. Si la biopolítica era la gestión de la vida de las poblaciones con el objetivo de maximizar el beneficio capitalista y la pureza nacional, la necropolítica era su funcionamiento negativo: los procesos de captura, extracción y destrucción que se llevan a cabo durante la modernidad colonial sobre un conjunto de cuerpos considerados como subalternos ya no tienen como objetivo la maximización de la vida, sino que, produciendo jerarquías en el orden de la vida, buscan en realidad la extracción máxima de plusvalía, de poder o de placer, hasta la muerte (p. 117).

La clave de este capitalismo petrosexorracial no es solo, como pensó Marx, la producción y extracción de plusvalía económica, sino también la fabricación de una subjetividad adicta cuyos deseos se amoldan al proceso de producción de capital y de consumo, así como de reproducción sexual y colonial. Y todo ello a través de la combustión fósil y la destrucción de la biosfera. El proceso de explotación es cuestión de plusvalía y de adicción y de naturalización de la percepción. Aquel que es explotado no desea su liberación, sino que aspira a acceder al reconocimiento social a través del consumo y de la identificación normativa. La violencia opera fabricando un deseo normativo que toma posesión del cuerpo y de la conciencia. Lo primero que el poder extrae, modifica y destruye es nuestra capacidad de desear el cambio.

Es posible la revolución

Pese a la contundencia del modo de organización social dominante y de sus tecnologías de gobierno y de poder, Preciado considera posible un cambio profundo, una revolución. Y esto tiene más valor siendo consciente de que movimientos de emancipación surgidos de procesos de descolonización y despatriarcalización, movimientos de minorías subalternas han acabado cristalizando en políticas de identidad. Estas políticas han acabado por renaturalizar e incluso intensificar las diferencias. El contemporáneo lenguaje de la «interseccionalidad» con su insistencia en establecer relaciones entre identidades previamente segmentadas no es sino un espejismo metodológico frente a la imposibilidad de articular una filosofía política no esencialista capaz de pensar la transversalidad sistemática con la que las relaciones de poder producen y oponen diferencias (p. 208).

Rechaza, por tanto, las identidades que en realidad no existen pese a que hacen irrupción en el terreno de lo tangible y se vuelven visibles. Si descartamos las identidades, el nuevo sujeto de la revolución planetaria serán los cuerpos vivos vulnerables (y abyectos) donde las formas de opresión raciales, sexuales, de clase o de discapacidad no se oponen entre sí, sino que se entrelazan y amplifican.

La nueva revolución debe acabar con la fragmentación de las luchas que se han estructurado de acuerdo con la lógica de la identidad. La revolución que viene sitúa la emancipación del cuerpo vivo vulnerable en el centro del proceso de producción y reproducción social y económico.

En lo que respecta al feminismo se debe acabar con la categoría «mujer», que es el efecto de la reducción de un cuerpo a su potencial reproductivo. Sería posible distinguir la noción de cuerpo con útero potencialmente reproductivo de la de mujer para reconocer los estatutos de los cuerpos femeninos que o bien no poseen útero o bien han decidido no hacer un uso reproductivo de dicho órgano. Eso es pretender reducir a «las mujeres» a sus funciones reproductoras. Es preciso, por tanto, desidentificarse de la categoría naturalizada y hegemónica de mujer y de las relaciones (reproductivas, sexuales, sociales, económicas…) normativas que religan el útero a la reproducción heterosexual para reivindicar nuestra condición de cuerpos vivos (pp. 391-392). Cualquier identidad debe recorrer el mismo camino para romper las diferencias y actuar simplemente como cuerpos vivos vulnerables y considerados por ello abyectos.

Preciado intenta desplazar y resignificar la noción de disforia para comprender la situación del mundo contemporáneo en su conjunto, la brecha epistemológica y política, la tensión entre las fuerzas emancipadoras y las resistencias conservadoras que caracterizan nuestro presente. Y de ahí el título de este libro: Dysphoria Mundi, que se entiende como la resistencia de una gran parte de los cuerpos vivos del planeta a ser subalternizados dentro de un régimen de conocimiento y poder petrosexorracial. Busca entender aquellas condiciones que son descritas como disfóricas, no como patologías psiquiátricas sino como formas de vida que anuncian un nuevo régimen de saber (p. 22).

La revolución ya ha empezado, hay muchos síntomas que lo indican vistos desde el optimismo (desde mi parecer excesivo) que para Preciado es una metodología (p. 534). Existen síntomas de que el proceso de emancipación colectivo ya se ha iniciado puesto que se puede sentir la vibración que produce en los cuerpos que son atravesados por dicho proceso. La prueba es que da lugar a una energía de resistencia y de lucha acumulada.

Y desde ese optimismo exagerado, Preciado detecta que:

Es nuestra relación con el espacio y el tiempo, con el cuerpo vivo de los otros y con nuestros propios cuerpos la que está siendo profundamente modificada (el covid ha ayudado) puesto que se ha producido: una ruptura en el régimen de la sensibilidad petrosexorracial, introduciendo un proceso tan abrupto como profundo de deshabituación; la interrupción del tiempo de la producción; la cancelación del afuera o su designación como potencialmente contaminante; la toma de conciencia brutal de nuestra condición mortal; el repliegue de todas las funciones institucionales sobre lo doméstico; y la discontinuidad de los rituales de socialización que ha provocado un proceso de desnaturalización del mundo sensorial (p. 255).

Se ha producido un descentramiento del ojo petrosexorracial y de sus relaciones binarias, la invención de otro marco de inteligibilidad que excede la mirada normativa (p. 258).

Cambios micropolíticos ya que son las formaciones del deseo en el campo social las que están mutando. La triple crisis -de la percepción, de la sensibilidad y del sentido- podría haber generado las condiciones de posibilidad para un cambio de las políticas del deseo (p. 261).

Eso sí, llama la atención sobre la necesidad imperativa de cambiar la relación de nuestros cuerpos con las máquinas de biovigilancia y biocontrol: tener muy claro que estas no son simplemente dispositivos de comunicación (p. 521). Es necesario participar en una multiplicidad de prácticas disidentes que están inventando otra epistemología desde la que producir lo social. Señala algunas de estas estrategias que ya están en marcha (indico algunas de las que señala y otras solo su enunciado en las pp. 527 a 530):

Desidentificación : rechazo de las normas de producción de identidad de acuerdo con las taxonomías petrosexorraciales. Dar prioridad a la invención de prácticas de libertad antes que a la producción de identidad.

Desnormalización: cuestionar la definición normativa de la enfermedad.

Emancipación cognitiva: crear redes de producción de conocimiento y de representaciones alternativas a las producidas por los discursos médicos, farmacéuticos, psicoanalíticos, psicológicos, gubernamentales y mediáticos.

P.A.I.N. (Prescription Addiction Intervention Now): el consumo (todo tipo de consumo, no únicamente el de estupefacientes) es adicción. No consumas pasivamente. La comunicación es adicción. No comuniques pasivamente. Interviene. Actúa. Ahora.

Colectivización de la somateca: crear, fuera del control tanto estatal como corporativo, redes de intercambio de cuidados y afectos, pero también de gestos, de saberes corporales, de técnicas de supervivencia, de células, de fluidos, etc., necesarios para la producción y la reproducción de formas de vida descarbonizadas, despatriarcalizadas y descolonizadas.

Desmercantilización de las relaciones sociales.

Destitución de prácticas institucionalizadas de violencia

Restitución de lo expropiado, reparación de lo destruido.

Acción por deserción.

Secesión.

Creación de supercuerdas.

Hibridación antidisciplinaria.

Politización de la relación con las prótesis energéticas de subjetivación.

Autobiohackearse.

Hace un llamamiento a utilizar la propia disforia como plataforma revolucionaria, ya que la revolución no es abstracta ni para el futuro. La revolución es ahora, aquí, está sucediendo.

Conclusión

La lectura de este libro es apasionante, adictiva (Preciado me echaría la bronca). El caudal de vida que corre por sus venas de papel es un torrente que atrapa. Sin embargo, ¿es posible ser, sin más, cuerpos vivos con dos «cualidades»: abyectos y vulnerables? ¿Es posible desidentidarse sin crear otra identidad? ¿No es una identidad la de «cuerpo vivo»? ¿«Ser mujer» (igual que ser racializada, ser discapacitada, ser pobre) es una identidad que se puede olvidar pese a que quienes nos subalternizan tienen muy claro nuestro «ser mujer»?

Y luego está la metodología del optimismo que practica Preciado que ve rupturas y transformaciones que yo no aprecio y que me retraen de aceptar su relato.

Comparto sus propuestas de prácticas disidentes (y libertarias) pero veo muchos obstáculos para realizarlas, aunque estoy dispuesta a apostar por ellas. Comparto la idea de que la revolución es de la existencia y que hay que llevarla a cabo ahora, en este momento (es lo que el anarquismo denomina agencia prefigurativa).

El entusiasmo y el gozo que me ha proporcionado su lectura (en la que a veces he tropezado y otras he fluido con suavidad) lo sitúa por encima de sus defectos. Un libro lleno de vida, de ideas, de agencia, de lucidez, de creatividad, de consecuencia.

Laura Vicente

Mi blog:
http://pensarenelmargen.blogspot.com/

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