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El año santo

Llega el Jubileo. Se acabó la Expo de Milán y comienza la Santa expo, del 8 de diciembre de 2015 al 20 de noviembre de 2016. Una verbena que el papa Francisco ya ha anunciado que será diferente de la ostentosa del año 2000, pero esto seguramente sea solo su intención o, mejor dicho, su palabra, dado que este Papa pronuncia bonitas palabras con abundante beatitud. Pero la gestión del Jubileo extraordinario de la Misericordia la llevarán los cardenales, los ejecutivos del Vaticano, los financieros y los batallones de directivos que conducen el carro.
Comencemos por el primer hecho. ¿Por qué otro Jubileo extraordinario? El plazo natural era en 2015, pero desde hace cien años es costumbre insertar uno entre el plazo canónico de 25 años. Será seguramente porque, habiendo aumentado los pecadores, la espera de 25 años ¿implicaría que no hubiera indulgencias para todos los pecados? O más sencillamente, ¿será porque el Jubileo es una máquina de hacer dinero?

Hace mucho tiempo, las indulgencias se pagaban; existían tarifas para todo tipo de pecado (o delito), y con el dinero se lavaba todo. Ahora la operación se hace de manera subrepticia: el dinero lo gastan los peregrinos, viajando, hospedándose y comiendo, utilizando las infraestructuras religiosas; comprando recuerdos, publicaciones editadas expresamente o bolsas de viaje, y dejando limosnas. Si se considera que la Iglesia se movilizará en todos los rincones del mundo, las ocasiones de recoger dinero no se limitarán a Roma.
En 2000 fueron treinta millones los peregrinos que llegaron a la “Ciudad Santa”; si se piensa que cada uno de ellos gastó una cifra de dinero considerable, se puede comprender cómo se ha podido alcanzar la respetable cifra de seis millones y medio de euros de beneficios. Las infraestructuras religiosas están listas para facilitar los millares de sitios disponibles en la capital, en los antiguos conventos o seminarios convertidos en hoteles, casas de vacaciones, restaurantes, etc. En toda Italia se calculan 200.000 puestos, con una cifra de negocio cercana a los cuatro mil quinientos millones de euros ¡exentos de impuestos! Con el Jubileo, esa cifra como mínimo se duplicará.

Como es sabido, el peregrino caga y mea, se lava, consume, se traslada… en suma, utiliza los servicios públicos, lo que comporta un incremento de su utilización y del trabajo de quienes los mantienen; y así, mientras su dinero irá a parar a las receptivas infraestructuras religiosas, a la máquina del turismo clerical y a otros sujetos de carácter privado, en el sector público quedarán los gastos. Roma vuelve a ser una mina, teniendo claro que los presupuestos para obras pro Jubileo se gastarán sin que la mayor parte de esas obras lleguen a ver la luz. Ya en 2000, el 85 por ciento de las obras programadas y financiadas no se llevó a cabo (1.104 millones de 1.289).
Hay quien ha hablado del aumento del Producto Interior Bruto y del empleo; entre Jubileo y Jobs Acts es probable que empleos ocasionales caractericen el evento; explotación por un lado y beneficios por otro. Pero pagarán, directa o indirectamente, los ciudadanos. Tras el anuncio del Papa, se habló del traspaso de mil millones para reforzar los servicios de la ciudad, de los trenes al metro, de los autobuses a los hospitales, pasando por la limpieza urbana. Cambia el Papa, pero el Jubileo se mantiene siempre como la fórmula genial para atiborrar las arcas y crear posteriores consensos. Y para nosotros los ateos, la certeza de un periodo de bombardeo mediático sin piedad ni… misericordia.

Por otra parte, en su reciente viaje a América el Papa ha hecho una gira, y pudiendo constatar en persona el desangramiento de las diócesis de los Estados Unidos debido a las indemnizaciones a las víctimas de pedofilia, tuvo palabras de esperanza para los obispos y cardenales al borde de la bancarrota: tened paciencia, ya llega el dinero. En Cuba ha inaugurado un nuevo mercado, bendecido por los “revolucionarios” en el poder, más calculadores que él; un mercado que se anuncia floreciente para la burguesía comunista urbana, para las multinacionales y para la Iglesia católica. En cuanto a los nostálgicos y a los desilusionados de tanta postración de los exbarbudos, solo queda la pena: han de saber que la revolución en Cuba ha sido traicionada incluso antes de comenzar, y lo que han tenido durante años era solo la versión de postal: detrás de los santos de la revolución estaban el dolor y el sufrimiento de los presos políticos, de los verdaderos revolucionarios y de las víctimas de una sociedad clasista y policial.

Mientras hace su trabajo de dueño supremo de visita por sus dominios, en Roma Francisco asombra con sus declaraciones a favor del pago a Hacienda: “Las entidades eclesiásticas que desarrollen actividades comerciales deben pagar impuestos”. Después sigue con los migrantes, invitando a las parroquias a que cada una hospede a una familia, provocando el pánico en media Italia, donde, si el Papa no hubiese dicho lo que dijo, muchas parroquias se limitarían a dar misa y organizar fiestecitas. Por caridad, los católicos y también algunas parroquias hacen cosas, a veces aprovechando dinero público, otras de manera autónoma, a favor de los necesitados y de los migrantes; pero igual que ellos, lo hacen también muchas personas corrientes, numerosas asociaciones, cantidad de realidades que no poseen alojamientos fruto de legados y redes consolidadas de complicidad.

Bonitas palabras por un lado, y hechos por el otro: en Trápani (Sicilia), el exobispo Miccihè ha sido llevado a juicio por apropiación indebida y malversación de caudales públicos; aparte, los curas pedófilos llenan las páginas de sucesos, y ahora tenemos también culpables confesos, como el cura de Trento, Gino Flaim, que afirma sin medias tintas comprender a sus colegas que caen en la tentación porque “los niños buscan cariño”. La culpa es de los niños, como las mujeres en minifalda o con poca ropa, que “provocan” a los violadores. Ha sido suspendido, es cierto, pero la de la pedofilia es una bomba de la que todavía no hemos visto los efectos reales: antes o después explotará provocando matanzas morales y materiales enormes.
Alguien dijo: la destrucción de la Iglesia pasa por el sexo. En todos los sentidos: negativos, por sus porquerías; positivos, por la componente liberadora que una sana educación para la gestión libre del propio cuerpo y de los propios impulsos comportará para la salud de la Humanidad.
Esperándolo, os saluda confiado vuestro

Fra’ Dubbioso

Publicado en Tierra y libertad núm.331 (febrero de 2016)

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