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Entre chavistas y antichavistas (Memorial propositivo contra otra farsa electoral)

Las recientes victorias de las derechas venezolanas y argentina, con sus diferencias, anuncian los triunfos próximos de las derechas brasileñas, uruguayas, chilenas, etc. frente a la incapacidad de los partidos de izquierda de hacer algo distinto a administrar de manera más costosa el sistema que dicen combatir.

Esa incapacidad demostrada nuevamente en lo que va de siglo XXI, producirá un efecto dominó que será seguramente imparable en los próximos años. La felicidad de los demócratas no debe tener límites en este momento. Otra vez ha funcionado el maravilloso dispositivo de la alternancia de los enemigos íntimos, el “cambiar todo para que todo siga igual” de Lampedusa, sin una gota de sangre derramada y los ríos de sinsentido desbordándose desde lo más íntimo de los corazones honestos.

A pesar de la interesante y variada diversidad de organizaciones y corrientes de ideas, muchas de izquierda, que contienen los dos conglomerados políticos que se enfrentaron en estas elecciones en Venezuela, algo impensable para los cubanos. Cualquiera mínimamente informado con el ambiente de frivolidad en que los ciudadanos votantes toman su decisión en estos certámenes, puede intuir que uno de los factores más decisivos en el peso que ha mostrado el voto a la antichavista MUD. En esa agrupación política ha encarnado, entre otras cosas, la ilusión de esa masa de ciudadanos-consumidores frustrados, deseosos de retornar a la “vida normal” de los supermercados llenos de mercancías, en las intensas pero fugaces épocas de bonanza petrolera.

Más allá de la polarización entre los bandos, el gran antagonista de estas maquinarias políticas hoy en duelo unívoco por el poder, es lo que la socióloga venezolana Margarita López Maya ya definió hace varios años como la política de la calle; o, en otras palabras, el fantasma de los movimientos de protestas masivas de las comunidades urbanas de fines de los 80, reclamando o defendiendo derechos conquistados, sin la mediación del Estado o de ningún partido político tradicional o de izquierda, que sólo en 1988 protagonizaron doce pobladas y dieron lugar a las jornadas más destructivas de la “vida normal” en Venezuela: el Caracazo del 27-28 de febrero de 1989, considerado por muchos la primera gran revuelta en el mundo contra la consumación de las políticas neoliberales que luego se implementarían en todos lados.

Las dos tendencias que hoy monopolizan el espectáculo electoral en Venezuela tienen su origen más lejano en esta acción colectiva anónima instituyente que, frente a la miseria generalizada como plan de recuperación económico nacional, dio por respuesta el saqueo masivo a los símbolos del consumismo global. Frente a esa decisión popular el mensaje del Estado venezolano en febrero del 89 fue muy claro: la represión masiva para aquellos que no entendieran la estrenada lírica neoliberal de Carlos Andrés Pérez.

Las energías rebeldes y contestarías que desataron estos hechos, el teniente coronel Hugo Chávez supo capitalizarlas, primero en dos fallidas sediciones militares y luego dándoles curso en la política al uso, frente al agotamiento del bipartidismo populista petrolero en manos de socialdemócratas y socialcristianos de los 70-90, que desembocó en una polarización extrema de las desigualdades y en la represión brutal y abierta del Estado democrático.

En un momento de desaliento colectivo como el venezolano y mundial de los años 90, Hugo Chávez catalizó el renacer de un deseo de justicia, de politización popular inédita en ese país, que dio vida a una nueva generación de activistas y militantes sociales que en muchos casos se mantiene en activo hasta ahora mismo.

Hugo Chávez fue el vehículo de una fórmula de gobernabilidad rápidamente llamada “chavismo”, la cual frente al imparable avance de las desastrosas políticas neoliberales en casi todo el mundo, ofreció una gran salida de emergencia con 35 programas de inversión social del Estado (oficialmente llamados Misiones Bolivarianas), 7 Grandes Misiones y otros 3 programas complementarios, pero también a nivel internacional proyectó junto con Fidel Castro el ALBA-TCP o Petrocaribe, que ha permitido una alternativa a 15 pequeños Estados insulares del Caribe y a precarias repúblicas centroamericanas posponer por varios años los graves problemas de la dependencia comercial y energética al petróleo, gas, electricidad y desarrollar infraestructuras de procesamiento energético, algo inédito en la región.

A Cuba, particularmente, estos marcos de intercambio le permitieron acceder a 55.000 barriles diarios de petróleo, lo cual ha significado más de 20 millones de barriles de crudo anuales, recuperando en una parte muy considerable los niveles de consumo petrolero anteriores a la desaparición de la URSS, con posibilidades de pago sólo con servicios médicos, pedagógicos y de formación profesional a personal venezolano.
Pero todas estas positivas novedades que ha traído el chavismo a Venezuela y a nuestra sufrida región a inicios del siglo XXI, no son suficientes para entender el gran descalabro que estamos viviendo ahora. El chavismo también se ha estructurado sobre arraigadas y nefastas continuidades provenientes de la vieja política de la llamada IV República que ha intentado superar esta V República bolivariana.

Un testimonio directo de esas nefastas continuidades nos lo ofrece uno de esos tantos militantes sociales, que nacieron con el genuino impulso revolucionador que generó el chavismo a fines de los años 90, activista sindical en el sector de la salud desde 1997 y militante de la Corriente Marxista Revolucionaria, nuestro compa Yohan Rivas, que tuvimos el gusto de conocer aquí en La Habana y participar con nosotros en más de una actividad de la Red Observatorio Crítico, en una entrevista en el año 2009 señaló sobre la Misión Barrio Adentro, una de las misiones insignes de la revolución bolivariana, con gran presencia de personal cubano y que ha conocido por experiencia laboral directa: “Barrio Adentro lo único que tiene de novedoso es que intenta implementar una política abierta a las comunidades pero es la misma estructura burocrática del sistema tradicional, un sistema construido desde arriba donde no hay una verdadera participación de abajo, donde las comunidades solamente opinan pero no deciden, donde los trabajadores no son tomados en cuenta para las decisiones y las políticas públicas en materia de salud son desarrolladas desde las cúpulas, no son desarrolladas desde la realidad concreta de cada una de las comunidades. (…) Y en lo político, el hospital sigue siendo manejado a la vieja política, aun cuando los directivos del hospital se reivindican de la revolución. Sus prácticas son aberrantes y siguen siendo las mismas prácticas de clientelismo, burocráticas y de corrupción”.

En la experiencia de ese activo militante anticapitalista que tuvimos entre nosotros acá, el proceso bolivariano no ha dado lugar a la ruptura con “el personalismo que es parte de la política venezolana, ese caudillismo que todo tiene que girar en base a un líder (…) y que tiene mucho que ver con la política del pasado. Y eso se reproduce con el burocratismo, la corrupción, las prácticas clientelares (…) que no han permitido un cambio de fondo en las estructuras del Estado. El otro elemento es la partidización, todo se hace en base al partido. Es decir, en el pasado si no estabas alineado al partido Acción Democrática o COPEI, no te beneficiabas de las políticas del Estado. Hoy en día estamos viendo prácticamente lo mismo. Si tú no estás alineado al PSUV o a los aparatos políticos partidistas del chavismo, prácticamente no tienes acceso a las políticas públicas. Y eso también nos parece que refuta los postulados del socialismo. Contradice lo que uno espera de una revolución y nos llega a caracterizar a que algunos elementos del pasado se mantienen en el presente”.

Marcelo “Liberato” Salinas

Publicado en Tierra y libertad núm.330 (enero de 2016)

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