DICTADURA LIBERTAD ANARQUISMO

Hablemos de dictaduras

Pues sí, hay que hablar de dictaduras, ya que la confusión actual (no sé si decir, «posmoderna»), llega hasta límites que rayan la falta de oxigenación cerebral. Cómo es posible que el facherío, con total desvergüenza, tenga ahora púlpitos de notable asistencia (me temo que por un personal de naturaleza acrítica y poco o nada dotado intelectualmente) donde afirmen que lo del militar golpista genocida Franco no fue una dictadura. Donde aseguren que lo que hubo en realidad fue algo así como un «régimen de autoridad», pues lo dice entonces un ácrata de tendencia nihilista, verdadero amante de la libertad: ¡maldita sea la autoridad! Como parece que hemos vuelto a una edad preescolar, hagamos una rápida definición de un régimen dictatorial: ese donde el poder se concentra en un solo fulano o grupo reducido (es decir, una centralización exacerbada), donde las libertades elementales (expresión, asociación, política en general…) no existen y donde, consecuentemente, la disidencia está reprimida y no existe pluralidad. Habrá dictaduras más o menos crueles, aunque todas lo son ya solo por arrebatar a las personas su capacidad de elección en todos los niveles de la vida, y habrá idiotas que les gusten las dictaduras o las consideren necesarias, pero convendremos al menos en esa somera explicación. Aclararé, antes de continuar, dos cosas. Primero, que incluso al margen de mi lúcida condición libertaria, considero de forma evidente que de un régimen autoritario no puede derivar nada nuevo, como han insistido siempre las y los anarquistas y como creo que ha demostrado la historia: solo de la libertad puede surgir la libertad (creo que a buen entendedor debería bastar y para una concepción compleja de libertad, relacionada con lo social, ya empleamos otros espacios).

Lo segundo en matizar es que denunciar con fuerza todas y cada una de las dictaduras, no importa el pelaje que tengan, no me convierte en defensor de un Estado democrático (quizá, un oxímoron), ni de la democracia representativa, ni de esa fantasía teórica de la «separación de poderes», ni de ninguna de esas características que a menudo se presentan como si fueran un fin en sí mismo de un sistema altamente benévolo (que, obviamente, no disfrutamos). Denunciar todas y cada una de las dictaduras, que no queremos sufrir, me convierte sencillamente en defensor de esos mínimos mencionados: libertades elementales y pluralidad (ello, por supuesto con todas las dificultades que supone ejercerlas en un sistema de apariencia democrática, pero donde el poder político y económico sigue estando en pocas manos). Por lo tanto, y valga también esta aclaración para esos bodoques que nos acusan a los que no votamos de poco menos que estar favoreciendo una dictadura: votar o no votar (dos actos que pueden ser lúcidos o idiotas, y no entremos en detalles) corresponde precisamente a la libre decisión de las personas en dicho sistema de mínimos. Volvamos al facherío antes de abordar otro tipo de dictaduras. La derecha (y no solo la llamada ultraderecha, si es que hay alguna diferencia), y no temo generalizar, por mucho que se etiquete ahora de liberal, jamás ha condenado con fuerza la dictadura franquista. Repulsivos exdirigentes, con cargos políticos de tanta altura como Aznar o Esperanza Aguirre, la presentan hoy en día como no tan autoritaria y represiva e incluso con elementos positivos.

Es más, con total iniquidad y falta de rubor, nada nuevo, ya que hay otros con este discursos desde hace tiempo, aseguran estos elementos de derecha que hay un dominio historiográfico progre o directamente socialcomunista, por lo que su relato de los hechos constituye, no solo la verdad, sino la auténtica rebeldía ante el autoritarismo que representa la izquierda. Por supuesto, se trata de reiteradas falsedades que presentan supuestos hechos de manera extremadamente simple, dirigidas a mentes poco dotadas intelectualmente a las que no pidas mayores complicaciones, con nada que ver con una metodología historiográfica. Esto es, lo dejaremos claro, gran parte del problema en este indescriptible país. Sin embargo, el gusto por las dictaduras no corresponde solo al campo conservador o reaccionario. De hecho, seguir manteniendo ciertos mitos sobre regímenes inequívocamente autoritarios, construidos en torno a ese bien para la humanidad que es el socialismo, tiene una doble faceta perversa. En primer lugar, perpetúa la ilusión sobre vías estatales (vías autoritarias, que justifican unos medios en nombre de un fin benévolo) para transformaciones sociales que nunca llegaron (si por cambio social entendemos, claro, bienestar económico y mayor capacidad de elección de las personas en todos los ámbitos de la vida). En segundo lugar, el evidente fracaso de dichos regímenes socialistas, una de cuyas fases intermedias era una dictadura, alimenta al bando derechista y nos obliga a un proceso histórico de estúpida comparación de regímenes autoritarios (con matices sobre su grado totalitario, también expresado de manera muy simple y a menudo falsa), en la que no hay que entrar. Condenar dictaduras socialistas no supone alimentar las que tienen un carácter derechista, todo lo contrario, nos hacen aprender de la historia, mirar hacia adelante y, desde un contexto aceptablemente libre, profundizar en la libertad y tratar de superar un sistema donde unos pocos acaparan los recursos (otra forma de dominación). Nadie dijo que fuera fácil.

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/07/19/hablemos-de-dictaduras/

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