El apoyo mutuo es una de las obras más representativas de Kropotkin, ya que representa las múltiples fácetas del anarquista ruso como científico, historiador, filósofo y teórico sociopolítico. En este monumental ensayo, se encuentra una peculiar interpretación del evolucionismo darwinista, el cual considera la última palabra de la ciencia moderna, realizada a través de todas las ramas del saber humano. Como ha dicho Ángel J. Cappelletti, es posible que dicha tesis fuese el fundamento de toda la filosofía social y política de Kropotkin, así como de su interpretación de la realidad moderna.
Hasta el siglo XIX, los naturalistas consideraban que las especies biológicas eran fijas e inmutables, sería Lamarck el que defendió en 1809 que los animales se transforman en respuesta a una tendencia inmanente de su naturaleza y adaptándose al entorno. Aunque Lamarck desciende de la filosofía de la Ilustración, no se desecha del todo la teleología en su teoría, la naturaleza de los seres vivos tendría una tendencia continua a producir seres cada vez más complejos. Darwin, en cambio, aportó una teoría más sólida basada en supuestos estrictamente mecanicistas con su obra Origen de las especies (1859) en la que acepta la idea de adaptación al medio, pero rechaza la posibilidad de una fuerza inmanente que impulsa la evolución. Para Darwin, los cambios son graduales y accidentales, propone la llamada ley de selección natural en lugar del impulso inmanente de Lamarck. Gran parte de los individuos de una especie perecen, ya que solo sobreviven aquellos cuyos caracteres diferenciales les convierten en los más aptos para adaptarse al entorno. Estamos ante una ley de selección natural y adaptación al medio, basada en principios puramente mecanicistas; del mismo modo, se fundamenta la llamada «lucha por la vida», que deja a un lado la teleología, es decir, toda idea de un propósito y una meta.
Antes de Darwin, Herbert Spencer había propuesto ya la idea de la evolución, basada en un amplio sistema de filosofía sintética extendido, tanto a la materia inorgánica, como a la sociedad y la cultura. Para Spencer, que ya habla en 1852 de lucha por la vida y de «supervivencia del más apto», esos conceptos representan, no solo un mecanismo para que la vida cambie y evolucione, también se trata de la única vía posible para el progreso humano. Con este autor, se sientan las bases del pernicioso darwinismo social, claves para el racismo y el posterior desarrollo del capitalismo. Thomas Huxley, discípulo de Darwin, publica en 1888 un artículo en la revista The Ninenteeh Century llamado The Struggle for life: A programme (La lucha por la vida: un programa), que será todo un alegato a favor del darwinismo social. Kropotkin queda impactado por ese texto, en el que observa las ideas sociales contra las que había luchado toda su vida, y precisamente fundadas en las teorías científicas que consideraba la culminación de los descubrimientos biológicos contemporáneos. El anarquista ruso se pone en marcha y se pone a trabajar en una serie de artículos, aparecidos también en The Nineteeh Century, que serían la base para un posterior ensayo ampliado y complementando, que será lo que conocemos como El apoyo mutuo. Un factor de evolución. Russel Wallace ya se opuso a Huxley y al darwinismo social, al dejar el cerebro del hombre al margen de la evolución; desde el momento en que el hombre descubre el fuego y empieza a desarrollar la cultura, su vida moral e intelectual quedan fuera de la selección natural. Hay que decir que en la teoría de Wallace, que elude mucho más que Darwin o Spencer los prejuicios raciales, existe una visión religiosa que explicaría el desarrollo de la mente humana y la superioridad intelectual y moral del ser humano. Nada de eso se produce en Kropotkin, con una visión materialista y antiteológica, y además su condición de socialista y anarquista le impediría aceptar el cómodo fundamento de las teorías de Huxley para el laissez faire capitalista y el racismo de Gobineau (su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas se había publicado ya en 1855).
Kropotkin considera la visión de Huxley una interpretación unilateral y falsa de la lucha por la vida darwinista, por lo que se propone demostrar que existe otro factor de evolución más importante para explicar la evolución de los animales y el progreso del hombre: la ayuda mutua entre individuos de la misma especie (y, a veces también, entre los de diferente especie). Parece ser que, tanto Darwin como Spencer, llegaron a reconocer la importancia de este principio, aunque sin otorgarle tanta importancia como Kropotkin, el cual lo sitúa al mismo nivel que la lucha por la existencia como factor de evolución. Después de una examen muy exhaustivo de las diferentes especies, Kropotkin concluye que en todos los niveles de la escala zoológica existe vida social y, a medida que se asciende en dicha escala, las colonias o sociedades animales se vuelven cada vez más conscientes, dejan de tener condicionantes fisiológicos e instintivos, y llegan a ser al fin racionales. A diferencia de Huxley, que considera que la sociedad humana nace de un pacto de no agresión, Kropotkin considera la sociedad anterior a los individuos; para el anarquista ruso, el ser humano es lo que es gracias a su sociabilidad, a su fuerte tendencia al apoyo mutuo y a la convivencia permanente. Se observa aquí una oposición al contractualismo, en sus diferentes versiones, y una apuesta por la condición social del hombre, que se remonta a la Antigua Grecia, con Aristóteles, y que hoy avala la sicología social. Sin embargo, se distancia de Aristóteles al no admitir la equiparación entre «animal social» y «animal político», ya que para Kropotkin el hombre existe tanto para la sociedad como la sociedad para el hombre.
Hay que insistir en que Kropotkin no rechaza la idea de la lucha por la vida, tal y como la propusieron Darwin y Wallace, pero considera que el darwinismo posterior la ha convertido en una caricatura sangrienta. Marx la llevará al terreno de la lucha de clases, algo que Kropotkin no termina de aceptar, aunque coincide con el autor de El capital en que el darwinismo supuso un golpe de gracia para la teleología. El rechazo a una visión biológica que ve la naturaleza como una permanente lucha sangrienta y al darwinismo social no convierte a Kropotkin en un ingenuo optimista con una visión idílica de la vida animal y humana. Estamos lejos del buen salvaje de Rousseau, tanto como del otro extremo representado por Huxley; muy al contrario, Kropotkin apuesta por una visión desapasionada y científica de la naturaleza. Desgraciadamente, la obra kropotkiniana fue ninguneada, en gran medida por intereses políticos y económicos, y fue el tiempo la que la colocaría en su sitio. La gran cantidad de datos zoológicos presentes en El apoyo mutuo llevan a la conclusión de que es cierta la lucha en la naturaleza, entre individuos de diferentes especies y de la misma, pero en términos generales reina la convivencia pacífica y la ayuda recíproca en el mismo grupo; cuanto más desarrolladas estén las especies, más lo está la solidaridad y mayores posibilidades existen de supervivencia y evolución. Kropotkin no propone un ideal ético, sino un riguroso trabajo científico sobre un factor de evolución que se muestra paralelo y contrario al de la «lucha por la vida». Kropotkin es sin duda un precursor de la moderna antropología política, como la del tempranamente desaparecido Pierre Clastres, que encuentra en las tribus primitivas suficientes rasgos de altruismo y espíritu comunitario; a lo largo de la historia, antropólogos y misioneros han justificado la opresión colonial resaltando los supuestos rasgos bárbaros de las culturas «atrasadas». Por su parte, los cronistas e historiadores habrían destacado, sobre todo, las proezas guerreras de los pueblos «bárbaros» y dejado a un lado los logros del trabajo, la convivencia y la paz.
Es conocido el elogio que Kropotkin realiza a la comuna aldeana; contradiciendo a tantos autores que observan en ella el resultado de la servidumbre, la entiende de modo contrario. En ella, se garantizaba a cada campesino los frutos del trabajo colectivizado de la tierra, también la defensa de su vida y el apoyo solidario en todas las necesidades de la vida. Kropotkin declara una especie de ley sociológica, según la cual cuanto más íntegra es la posesión comunal más nobles son las costumbres de los pueblos. Las aldeas fortificadas acabaron convirtiéndose en las ciudades medievales, con similitudes con las de la Antigua Grecia. Kropotkin también contradice a muchos autores al considerar la ciudad libre del medievo originadas en las comunas bárbaras y no en el municipio romano, viéndola como una expresión del libre acuerdo y el apoyo mutuo. Esta interpretación de la Edad Media ha tenido la oposición de tantas corrientes, procedentes de la Ilustración, liberales y marxistas, llegando a estar considerada demasiado idealizada. Sin embargo, Kropotkin deja muy claro el hecho de una dualidad en aquella época: por una parte, la estructura vertical feudal, y por otra, la horizontal de las ligas de las ciudades libres (casi ajenas a toda autoridad política). Precisamente, se suele caer en un simplismo excesivo criticando totalmente la época medieval o, en otros casos, alabando algunos rasgos de manera reaccionaria. Por supuesto, Kropotkin considera la lucha de clases, es la oposición al feudalismo la que hace florecer los gremios, ligas y ciudades libres; por el contrario, la decadencia posterior explica el nacimiento del Estado absolutista moderno. Las guildas medievales satisfacían las necesidades sociales gracias a la cooperación, sin renunciar a las libertades individuales; los gremios apostaban también por el apoyo mutuo en la organización del trabajo, sin que el lucro tuviera una preponderancia y sí con el objetivo de cubrir todas las necesidades materiales; las ciudades se habían liberado del yugo feudal y se regían, en la mayor parte de los casos, por asambleas populares. En cambio, la época moderna se caracterizaría por resucitar el derecho romano y por la tendencia a constituir Estados centralizados y unitarios. Las dos caras opuestas del medievo tuvieron su fin y los libres ciudadanos se convirtieron en fieles súbditos burgueses del rey. No obstante, el espíritu libre y comunitario no desaparece del todo y tiene su continuidad, en el siglo XIX, con las uniones obreras. Kropotkin verá en el sindicalismo y en el socialismo de su época la más significativa expresión, aunque no la única, de la ayuda mutua y de la solidaridad. Insistiremos en los ataques a Kropotkin, acusándole de ingenuidad e idealización, pero el tiempo ha situado sus teorías y su trabajo en un buen lugar. La idea de que es necesaria la cooperación y la ayuda mutua en una especie para sobrevivir ha cobrado cada vez más vigor, abandonándose una simple visión de la naturaleza como una lucha permanente. El esfuerzo de Kropotkin para dar fundamento científico al comunismo libertario sigue estando lleno de valores y constituye una muy aceptable visión de la evolución biológica y social.
Proyección de las tesis kropotkinianas
Como hemos dicho, Kropotkin presenta una alternativa social y biológica a las tesis de Darwin. Frente a éstas, se presentan un mecanismos de evitación de la competencia, la cooperación como factor primordial del proceso de evolución, diferentes maneras de producirse la adaptación y un papel activo del sujeto (frente al pasivo del darwinismo). Kropotkin no era un geógrafo de salón ni un mero teórico, su apuesta por la cooperación en la naturaleza deriva de una rica experiencia de campo y se sustenta en toda una corriente de pensamiento sobre la sociabilidad del comportamiento animal, tal vez ignorada por el darwinismo. La sociabilidad, para Kropotkin, es un mecanismo clave en la evolución y son aquellas especies con un mayor desarrollo al respecto las que tienen más oportunidades de sobrevivir. Como es sabido, Kropotkin no negó la importancia de la competencia, pero no la considera una regla fija en el mundo animal ni en la sociedad humana. Si Darwin se basa en parte en las tesis de Malthus, Kropotkin niega a ambos al considerar que los animales viven, en la mayor parte de los casos, en un estado de subpoblación, en un nivel inferior a la explotación máxima del medio, por lo que no se produce el requisito básico para la lucha por la existencia y todo lo derivado de ella; son obstáculos de orden natural, como las catástrofes físicas o climáticas, las que provocan importantes mortandades por encima de las que puede producir la competencia. Kropotkin observa que cada especie busca continuamente ampliar su territorio y, así, las condiciones físicas se transforman continuamente en cada región dada; la nueva variedad de animales se formaría mayoritariamente, no por desarrollar nuevas armas para arrebatar el alimento a sus congéneres, sino por la adopción de nuevas costumbres, por el desplazamiento a nuevos hogares y por la adaptación a nuevos alimentos. En definitiva, el animal posee una gran posibilidad de adaptación frente a un medio multiforme, el cual se transforma continuamente, por lo que podría decirse que es capaz de elegir su medio. Desde este punto de vista, cada vez se produce menos competencia, ya que resulta nociva y existen siempre mecanismos para evitarla.
En los pueblos primitivos, Darwin considera que la cooperación es un signo de barbarie y un obstáculo para el progreso. Para Kropotkin, resulta fundamentalmente positiva; por ejemplo, los intercambios de regalos son un mecanismo que anula la acumulación y la riqueza y asegura que no se desencadene la violencia y se rompa la cohesión social y la solidaridad del grupo. A ambos autores, Darwin y Kropotkin, a pesar de sus divergencias, hay que contextualizarlos en el siglo XIX, en un momento de confianza exacerbada en el progreso y en los avances de la ciencia. El profesor Olivier Soubeyran, en su artículo «Darwin y Kropotkin: dos concepciones opuestas del progreso y sus implicaciones en geografía humana», habla de un renacimiento, en diversas ramas del conocimiento, de las tesis kropotkinianas frente a cierto resquebrajamiento de las darwinistas. Las insuficiencias explicativas de la selección natural y los problemas surgidos con ella han hecho que la idea de sociabilidad se esté imponiendo en la etología actual; en esta disciplina, Malthus también ha sufrido un retroceso, al conocerse que una población natural se estabiliza por debajo de los recursos alimentarios del medio en que habita. En genética, existen cada vez más casos de polimorfismos estables en el tiempo, lo que refuerza la tesis de Kropotkin acerca de que la adaptación no es unívoca, tal y como afirma Darwin. En antropología, cada vez más autores se distancian de la noción de progreso darwinista y observan que la cooperación y la solidaridad son elementos de cohesión en ciertas sociedades primitivas.
Las tesis darwinistas han influido, notablemente, en el mundo social y político. Según las mismas, los mejor adaptados son los que permiten conservar a la especie; así, cuanto más especializados estén los órganos de una planta o de un animal (es decir, más adaptados al medio), poseerán más ventajas respecto a otras especies. Cramer, discípulo de Darwin a pesar de todo, consideró en The method of Darwin (1896) que la extensión territorial no depende de un elevado grado de especialización a un entorno, sino de la ausencia de esa adaptación. Darwin habría sido incapaz de comprender que la extinción o rareza de una especie se encuentran vinculadas a la especialización extrema y, por el contrario, las ventajas generales se ecuentran ligadas a una amplia distribución. Cramer sí dedujo que las especies muy especializadas habrían perdido capacidad de adaptación a nuevas condiciones en proporción directa a su ganancia en las condiciones actuales. Desde este punto de vista, se desmorona la noción de progreso darwinista, basada en la adaptación, y se favorece un criterio de persistencia de la redundancia y de evitación del proceso de especialización. Esa noción basada en la superespecialización, triunfante en el mundo social, pero en evidente crisis como concepción de progreso, ha favorecido a los que detentan el poder. Si bien el hombre ha agotado su capacidad fisiológica para adaptarse al medio, aún nos queda el inmenso poder transformador de la cultura, el cual múltiplica las posibilidades de adaptación. Como señala Soubeyran, esto supone una gran esperanza, escepto en aquellas sociedades que se empecinan en seguir adaptadas culturalmente al modelo de progreso darwiniano.