El cinismo ha formado parte siempre de la política institucional de derechas y de izquierdas, porque es una herramienta necesaria para la gestión estatal. El cinismo también es imprescindible para lubricar las relaciones sociales en el Capitalismo. Entonces ¿qué implica su presencia cada vez mayor en los movimientos y luchas que se dicen anticapitalistas? ¿qué efectos tiene? Y, sobre todo, ¿cómo se podría superar la lógica cínica?
El cinismo del que hablo es el de quién “actúa con falsedad descarada”, no el de la escuela filosófica griega. Marx en El Capital hablaba de quienes “no lo saben, pero lo hacen” refiriéndose a aquella parte de la clase obrera que actuaba siguiendo lógicas burguesas, lo que luego se llamó “falsa conciencia”. El cinismo moderno, del que se ocupa este texto, tiene que ver en cambio con quienes sabiendo lo que hacen, lo hacen igualmente. Este cinismo es una reacción defensiva, un repliegue que surge del miedo y la desconfianza respecto a las otras personas, sus motivaciones o sus objetivos. Aparece, a menudo, cuando hay una distancia grande entre lo dicho y lo hecho, entre ideología y realidad o entre las expectativas generadas y los resultados obtenidos.
La actitud cínica es una forma de huir. Evita afrontar los conflictos y contradicciones de forma honesta, o sea con disposición de quienes luchan a transformarse y a transformar el entorno. La fuga cínica suele adoptar formas teatrales, en ellas se representan escenas para proteger la propia imagen y distraer la atención de los problemas reales. En el ámbito político el cinismo busca mantener la capacidad de influencia y el capital simbólico por todos los medios necesarios. La actitud cínica pretende influir en otras personas evitando enfrentarse a los problemas, por eso el ejercicio del Poder y el cinismo van siempre de la mano. El problema de la apuesta cínica no es solo ético, también es una cuestión práctica.
El sostenimiento de un modelo social basado en la desigualdad y la miseria, requiere alimentar la cultura del miedo. El miedo continuado, la desconfianza y la frustración potencian el cinismo. El cinismo, por su parte, reproduce las relaciones sociales capitalistas, reforzando el modelo social imperante. Este ciclo se hace mas intenso en momentos de crisis y funciona como una centrifugadora que nos aísla.
En la Biblia, hay una escena en la que Jesús practica un exorcismo como parte de su carrera promocional como mesías. En aquella época había mucha competencia en el sector, y entre el público comienza un debate en el que unos piden mas pruebas y otros directamente desconfían de él. Jesús zanja la discusión diciendo que ante el mal demoníaco: “El que no está conmigo, está contra mí”.
En los ambientes anticapitalistas las ideas tienden a cristalizarse en forma de ideologías. Entonces la teoría se convierte en doctrina y pierde relación con la realidad, que es siempre compleja, contradictoria y cambiante. Este desajuste supone un obstáculo importante que se debe abordar, si lo que se pretende es intervenir para transformar la sociedad. Esto implica abrirse a adaptar las propias teorías al contexto que se vive.
La apuesta cínica, en cambio, prioriza los intereses y la imagen de la propia Organización por encima de la transformación social. Lo primero que hace el cinismo para evitar enfrentarse a las propias contradicciones, es declarar que hay una situación de urgencia, como por ejemplo la “situación caótica del movimiento”. A continuación trata de conseguir la adhesión acrítica de la audiencia simplificando el análisis del entorno hasta dividirlo en dos campos. El campo propio es el correcto, el realista, el revolucionario, y luego está el contrario. Y ¿qué pasa con aquellas otras voces críticas con el Capitalismo que no se alinean con la propia tendencia? La apuesta cínica subordina los análisis y los debates a los intereses de la propia organización, así que lo único que quedaría por debatir es si esas otras voces están equivocadas por ignorancia o por maldad reaccionaria. Estos análisis simples y maniqueos pueden servir como propaganda, pero llevan a dinámicas torpes que no contribuyen a emancipar a nadie.
Catalina de Medici llegó al trono de Francia al casarse con Enrique II, en 1547. Fue una mujer con mucha influencia durante tres décadas, primero como reina y luego como regente. En una época turbulenta, Catalina estableció pactos, enfrentó entre sí a nobles e intervino en las guerras de religión con el objetivo de preservar el poder de la monarquía. Catalina también es conocida por introducir el uso del corsé en Francia, al imponer esta vestimenta en la corte. El corsé era una herramienta para disciplinar el cuerpo de las mujeres, como la monarquía lo era para disciplinar a la población. La “cintura de avispa” se convirtió también en una señal que indicaba la posición social de quién vestía la prenda.
La épica revolucionaria entra a menudo en conflicto con la diversidad de habilidades, intereses y aspiraciones de quienes participan en las luchas. La capacidad de transformación de una lucha depende, en parte, de la habilidad para aceptar esas diferencias y buscar puntos en común. La apuesta cínica esquiva esta contradicción, prefiere presentarse como una alternativa unificada, con una estructura sólida y unos planes definidos. El problema de las fajas organizativas, los planes encorsetados y los ceñidores ideológicos es que ni se adaptan al contexto, ni se nutren de las aportaciones diversas de quienes participan de las luchas. Por eso llevan a dinámicas incapaces de intervenir y transformar el entorno.
Federico II fue rey de Prusia entre 1740 y 1786. Se hizo famoso por ser un tirano moderno y un héroe militar. Su reinado fue una combinación de ideas racionalistas y monarquía absoluta o lo que luego se llamó despotismo ilustrado. En un escrito sobre las formas de gobierno, Federico afirmó: “El príncipe es a la sociedad que gobierna lo que la cabeza es al cuerpo: debe ver, pensar y actuar por toda la comunidad”.
El obrerismo fue una construcción ideológica que proyectaba una especie de aura revolucionaria en la figura del obrero industrial. Hoy ya no está tan de moda, aunque hay una tendencia latente en la izquierda a buscar sustitutos en el precariado, en la población desposeída o los sectores excluidos. El problema es que ninguna colectividad puede ajustarse al modelo ideal de sujeto revolucionario. Las decepciones cíclicas que se viven en los procesos de lucha, suelen provocar frustración. Esta desilusión podría servir para dejar de lado el idealismo abstracto y prestar mas atención a las habilidades e iniciativas emergentes de quienes luchan.
La respuesta cínica a esta contradicción consiste en asumir en primera persona (del plural) el papel protagonista. Esta dinámica suele tener dos efectos, el primero es que se equipara la figura de la persona militante típica con la del héroe salvador, el segundo es que se extiende entre las militantes mas experimentadas un ambiente de paternalismo y desconfianza hacia el resto de participantes, que acaba por reproducir e institucionalizar la dominación de clase dentro del propio colectivo en lucha.
En la novela Los Hermanos Karamazov hay un cuento que comienza con la quema de unos herejes en Sevilla. En medio del humo, el Gran Inquisidor se encuentra con Jesús. El Inquisidor describe a la humanidad como mala, egoísta y viciosa. Eso explica, según él, que la Iglesia deba convertirse en un imperio que ejerza el poder total en nombre de Jesús. La libertad es, para el Inquisidor, una losa que lleva a la desesperación y la rebeldía, por eso debe ser entregada a la Iglesia a cambio de la felicidad. Al final, el Inquisidor destierra a Jesús porque su aparición supone un obstáculo para los planes de la Iglesia.
Poco después de la aparición de la novela de Dostoyevski, se firmaron los acuerdos de la Primera Internacional cuya primera frase es: “La emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”. Las organizaciones obreras estaban entonces en plena efervescencia. Se solía considerar la organización como un medio, horizontal y abierto para tejer alianzas. Sin embargo, muchas organizaciones anticapitalistas se asignaron a sí mismas un papel que empezó a contradecirse con aquella declaración.
La apuesta cínica considera que la Organización es una especie de varita mágica, o un puente que lleva del caos capitalista al ideal comunista. Según su perspectiva, las luchas deben ser patrimonializadas por la Organización en beneficio de sus propios intereses. Entonces el protagonismo deja de tenerlo el colectivo que lucha y pasa a la Organización. Las personas implicadas en las luchas son tratadas como una masa amorfa pendiente de moldear. Estas organizaciones hablan a toda la población en representación de quienes luchan, con un lenguaje cargado de abstracciones ideológicas y generalizaciones. Al hacer esto replican, en el ámbito anticapitalista, prácticas que son típicamente estatales y contribuyen a la pacificación de los conflictos.
Jacob Van Marken fue un empresario holandés de finales del siglo XIX, con formación de ingeniero químico e ideas innovadoras. A Van Marken se le ocurrió que podría mejorar sus beneficios y reducir la creciente conflictividad laboral, si trataba a sus empleados con la atención que le dedicaba a sus máquinas. El empresario promovió en sus fábricas una serie de medidas a las que llamó “ingeniería social”.
Van Marken constituyó los primeros comités de empresa, aunque los trabajadores no podían participar en la toma de decisiones. Además, clasificó a sus empleados en escalas, y les asignó premios por productividad. El empresario impulsó el seguro médico y las pensiones, a cambio del control total de la vida de sus empleados. Van Marken organizaba el tiempo de trabajo y de ocio de los empleados, y decidía en que podían gastar su dinero. Impulsó, además, las colonias industriales, a las que sus empleados se opusieron por el precio de los alquileres, su localización aislada y su cercanía respecto a la casa del empresario.
Actualmente las luchas no tienen la fuerza de entonces, y esto contrasta con el discurso triunfalista de algunas organizaciones anticapitalistas. Construir comunidades de lucha es una tarea lenta, y superar la cultura capitalista es una labor imprescindible pero que requiere dedicación. La apuesta cínica adopta, en cambio, criterios empresariales para tratar de acelerar los procesos. En nombre de una supuesta “eficacia” se apuesta por las votaciones y la lucha por las mayorías, y se deja en segundo plano la búsqueda de consensos. Las asambleas mismas pierden poder en favor de las comisiones y los cargos técnicos. Cuando pasa esto, los colectivos en lucha se verticalizan, y entonces la base de participantes y la propia lucha acaban siendo instrumentalizadas por la cúpula. Es un atajo que lleva al punto de partida, porque en realidad toda organización prefigura el mundo que propone.
En 1979 Mayer N. Zald y John D. McCarthy publicaron un estudio sobre varias organizaciones sociales activas en EE.UU. en aquellos años. En su investigación descubrieron que las organizaciones mas exigentes con sus militantes, en años de baja conflictividad social, solían dejar de lado la cooperación y fomentaban una competencia agresiva con otras organizaciones. La pugna podía ser por la capacidad de influencia, por espacios de reclutamiento o por recursos.
Los ciclos de pacificación social empujan a las organizaciones políticas y sociales anticapitalistas a situaciones de crisis. Estas crisis pueden servir para revisar los propios planteamientos y la forma en la que se llevan adelante. La opción cínica elige otro camino, el de la competencia con otras organizaciones para disputar los recursos en juego. Cuando se adoptan estas dinámicas de competencia capitalista, se cierra la posibilidad de experimentar y aprender por el método prueba-error. La reproducción de la competencia agresiva en el ecosistema anticapitalista, reproduce la lógica capitalista y fomenta la cultura mercantil.
Las máscaras que adopta el cinismo pueden ser de varios tipos: maniquea, encorsetada, fetichista de la organización, instrumentalizadora, productivista, etc. En todos los casos la apuesta cínica supone un encierro desconfiado y por eso es enemiga de la posibilidad de emancipación. El cinismo no es patrimonio de ninguna tendencia concreta, pero siempre fomenta la apatía y la resignación.
La lógica cínica es que “el fin justifica los medios”, pero lo que suele ocurrir es que por medios alienantes solo se llega a fines alienantes. La apuesta cínica suele apuntar a objetivos grandilocuentes y desconectados del presente. A un nivel menos visible, sus objetivos están relacionados con tendencias narcisistas y megalómanas, que reproducen lo mismo que critican.
El cinismo hace malabares con las palabras y se desliza por los sentidos para ocultar el vacío estéril de su propuesta. La apuesta cínica es frágil, porque el camino de la emancipación pasa por afrontar las contradicciones y conflictos.
Aunque no apostemos por el cinismo es inevitable que tarde o temprano nos encontremos con él. Las experiencias de otras épocas y lugares pueden servirnos como ejemplo para afrontarlo. Conviene prestar atención para identificarlo y comprenderlo. Cuando aparezca es importante señalar que supone una infantilización de la audiencia y una forma de paternalismo. El ambiente ideal para el despliegue del cinismo es la confusión, por eso hay que evitar que nos atrape en su lógica, conviene no enzarzarse con él. La mejor vacuna contra el cinismo es la asertividad, el respeto y la determinación.
Artículo escrito por David Fuster (movimiento por la vivienda de la comarca del Bages)
Bibliografia:
–Julio Jurenito (1922) Ehrenburg, Ilya
–Los ritmos del Pachakuti (2009) Gutiérrez Aguilar, Raquel
–Charms of the cynical reason (2011) Lipovetsky, Mark
–Crítica a la izquierda autoritaria en Catalunya 1967-1974 (1975) Sala, Antonio; Duran, Eduardo
–Crítica de la razón cínica (1983) Sloterdijk, Peter
-¿Sindicalismo alternativo o alternativa al sindicalismo? (2009) Vela, Corsino
–Social movements industries (1980) Zald, Mayer N.; McCarthy, John D.