La disminución en la capacidad de legislar y ordenar del Estado, en beneficio del capitalismo financiero y especulativo internacional desregulado, junto con la atomización social, la disminución de las relaciones solidarias y la creación de masas de individuos, ha elevado la guerra cultural a ámbito exclusivo en la que se dirime el control del Estado. Mientras no se consiga reconducir la guerra cultural al debate polémico socio-económico, los rebeldes estarán en desventaja. El debate político convencional que se presenta ante el pueblo es totalmente arbitrario e inconsecuente. Ir a las causas socio-económicas del actual estado de las cosas, equivale a arrebatarle a la extrema derecha el monopolio del discurso de la guerra cultural y acabar con ella. Ante un Estado cada vez más vacío, pero no por ello menos represor -es más, su papel intimidador aumentará cuánto más vacío esté, para mantener el control y las apariencias de que rige la sociedad-.
Lo que abstractamente debería ser una buena noticia para el anarquismo, el vaciamiento del Estado, se compensa negativamente con el surgimiento y activismo de fuerzas de extrema derecha, reaccionarios en lo social y lo que se denomina en los países anglosajones, aunque el término también está haciendo fortuna por estos lares, como libertarios, presuntos enemigos del Estado y extremocapitalistas, varios grados de radicalismo por encima, de los ya de por sí radicales neoliberales o friedmanitas. La extrema derecha es el último refugio de la fortaleza del Estado. Reitero de nuevo el papel liberticida, sádico y represor de los Estados posmodernos, disfrazados con la pátina de democráticos. Cuándo varias generaciones están contemplando en la tv que se puede asesinar en masa a una población entera impunemente, me refiero evidentemente a Gaza, se estimula la convicción de que la caza al ¨moro¨ es tan justa como gratuita. La matanza la lleva a cabo un Estado poblado por un pueblo cultural, social y originalmente de mayoría askenazí blanco, europeo y occidental, radicalizado por el nacionalismo religioso, aunque se ubique, como base militar de EUA, en Oriente Próximo. Esto aumenta la identificación y la simpatía de los racistas europeos hacia el agresor. El espíritu de emulación está servido (El estado de Israel está mancillando la memoria de la Shoah y está a la vanguardia del fascismo mundial).
Esta derrota parcial del Estado no menoscaba, en definitiva, su autoridad. Es su transformación, no su aniquilación, es una simple readaptación del discurso del Estado a sus nuevas posibilidades de acción. Posibilidades que ninguna organización política de extrema derecha o de extrema izquierda, por autoritaria que sea, va a poder reengendrar, puesto que debido a las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación ), la sociedad del espectáculo amenaza con adquirir dimensiones planetarias, a través de la homogeneización, oculta bajo una aparente diversidad, del espectáculo disponible. Quizás las cosas sean distintas en aquellas zonas del planeta donde el acceso a las TIC es todavía minoritario. En este caso, se produce una mayor divergencia, que pueden adquirir las formas de dictadura, entre las élites globalizadoras y el conocimiento tradicional de los pueblos. Para los que una democracia a lo occidental puede resultar de hecho tan inaceptable como una tiranía y entonces, se llega al Estado fallido. Un Estado que sigue consignas y mandatos neocoloniales en el que el único orden existente, con uno o varios actores, es el de una explotación decimonónica. Ejemplos: la República Democrática del Congo y la minería del coltán o los estados africanos ricos en reservas de petróleo. Pueblos cuyos recursos están sometidos al beneficio de los extranjeros, en los que las únicas opciones vitales son convertirse en víctima o terrorista, esto último en sus dos versiones: formando parte de la soldadesca gubernamental o de las distintas guerrillas que asolan la región, ej: Boko Haram. En los Estados fallidos, tanto las milicias gubernamentales como las guerrillas, ya no flirtean para disimular sus ansías de poder con conceptos caducos como lucha por la democracia o socialismo su brutal y despiadada lucha por el dominio y los recursos naturales -de eso se trata, al fin y al cabo. Una excepción esperanzadora sería el confederalismo democrático de los kurdos de la Rojava-
Muchos de ellos son abiertamente reaccionarios y ultrareligiosos. Ya no hay más oferta y lo que es peor, parece haber cada vez más demanda, que un poder descarnado y descarado hacia dentro y con aspiraciones de expansión hacia fuera, originando una especie de jingoísmo fundamentalista religioso, en el que podríamos englobar desde los evangelistas norteamericanos con su pétrea fe en el Destino Manifiesto USA a Al-Qaeda y sus sucursales.
Las organizaciones políticas tienen cada vez menos poder efectivo, por eso surge la guerra cultural como sucedáneo de la polémica socio-económica clásica. Ante la ciudadanía planetaria impuesta por la globalización, la guerra cultural desatada por el falso comunitarismo identitario de la extrema derecha gana adeptos, pues la consecuencia inmediata del ciudadanismo globalista ha sido la depauperación de las clases medias occidentales y europeas y la caída del Estado del Bienestar que cierta extrema derecha, la francesa por ejemplo, intenta resucitar en clave ultranacionalista, xenófoba y exclusivista, todo ello aderezado con la negativa a combatir el ecocidio permanente, el desastre climático y el colapso energético que se avecina. Ecocidio y desastre climático que la izquierda institucional dice combatir con términos tan falsos como desarrollo sostenible y declaraciones rimbombantes como las presentes en la Agenda 2030, y colapso energético que oculta y niega con el mismo empecinamiento que la extrema derecha.
La extrema derecha y cada vez más, el resto del espectro de las organizaciones políticas convencionales, entablan la guerra cultural para ocultar su propio e indefendible públicamente programa político; mientras que se denigra a las víctimas del franquismo y tanto la derecha como la izquierda manipulan la historia a su antojo; y unos con su homofobia y otros con su falso feminismo: entre fachas y republicanos se encargan de marginar y denostar la revolución española, no se habla del imprescindible decrecimiento. Unos y otros batallan en la guerra cultural como pantalla para no discutir lo importante. En el programa izquierdista Malas Lenguas de televisión española le dedicaron más tiempo a una manifestación no autorizada de doscientos fascistas que a la huelga general en la Comunidad Valenciana contra Mazón, el gobierno autonómico y sus aliados. (Para ser justos, este programa ha dado cobertura informativa a las protestas contra el injusto fallo judicial del caso de Las Seis de La Suiza. Eso sí, cuando el clamor se generalizó).
Así es como crece la extrema derecha: da igual que la exaltes o la denigres mientras protagonice. ¿Qué podemos esperar de una clase política y unos medios de comunicación que ofrecen más minutos a la Fundación Francisco Franco que a la CNT? ¿Si la CNT es sombra de otros tiempos, cómo calificar a la Fundación Francisco Franco? Esta espectacularización de la extrema derecha en los medios contribuye poco a poco a fundamentar la impresión de que la extrema derecha es dueña de la calle. Se adivina tras ello la intención gubernamental de reeditar el miedo a la extrema derecha como aglutinante electoral: el antifascismo institucional es la única base que le queda a la izquierda constitucional para no perder las próximas elecciones. Pero de tanto agitar el monigote fascista, la gente se acostumbra a su presencia. La guerra cultural inflama las emociones y anula cualquier facultad de análisis y reflexión. A la emoción, necesaria pero no imprescindible, se puede llegar mediante el análisis y reflexión, pero no a la inversa.
Por ilustrar, personalizándolo, lo que intentamos describir como guerra cultural: Nosotrxs no combatimos a Úrsula Von Der Layen y Christine Lagarde por ser mujeres, sino por ser autoridades. Hay un feminismo que tacha esta actitud de machista, porque considera que por naturaleza, las mujeres son más benevolentes mandando que los hombres, enunciado totalmente falso. Combatimos a la autoridad femenina con la misma fuerza y tesón que a su homólogo masculino. De lo contrario seríamos unos machistas emboscados. La crítica socio-económica no hace distinción de sexos: es completamente igualitaria.
Por crítica socioeconómica designamos la diatriba radical contra el capitalismo y la jerarquía social, profundizando más allá del superficial juego político y periodístico reflejo de una visión económica y sociológica convencional en la que no hay mentira que no encuentre acomodo, ni verdad que no sea desvirtuada, cuyo objetivo es distraer a las masas, proporcionándoles la ilusión de que pueden cambiar algo mediante el ejercicio del voto.
V.J. Rodríguez González