Leer es evadirse, estar fuera del mundo, salir temporalmente de él. Los que leemos, lo hacemos, porque estar en el mundo las veinticuatro horas, nos parecería insoportable.
Quienes abrieron los libros y cogieron ese hábito ya son frailes de una cofradía, los lectores, que son los que no soportan este mundo.
Pero como los libros son parte del mundo, no están fuera de la realidad, sino refugiados en una parte de ella, una parcela en la que no hay represión, dominación, mentira, usura, ninguna mezquindad ni toxicidad, curados del gerontoplasma, encuentran allí la libertad.
Los que están siempre en la realidad, las veinticuatro horas, los que no leen, no pueden ni imaginar lo que es salirse de ella o refugiarse en una parte de ella. Luego dicen: «te evades de la realidad», «pierdes el tiempo», «así no ganas dinero», pero no es cierto, como venimos diciendo, aunque si es cierto, como venimos diciendo, porque sí que es una evasión, pero una evasión a una parte de la realidad, y, a la vez, es un salirse del mundo, un salirse de la forma de vida y pensamiento de quienes permanecen siempre en la realidad, de quienes no saben leer ni escribir.
Como en los libros hay una parte de la realidad, o mejor aún, esa parte de realidad que puede agrandarse hasta incluir la realidad entera es a partir de los libros que se puede cambiar el mundo.
Eso lleva a muchos a pasar del leer al escribir, aunque haya numerosos analfabetos letrados en el mundo de la realidad.
Al darse cuenta alguien de que leer le ensanchaba el refugio contra el mundo tal y como es, se daba cuenta después, también, de que escribir era, lo es, hacer un mundo nuevo.
El escritor entonces vive en el mundo, no es ajeno a la realidad, pero, insatisfecho con ésta, vive parte de su vida leyendo y escribiendo, para no sólo estar en la realidad presente, cruda, nula, superficial y vana, sino habitar o refugiarse en una parte especial de la realidad y conformar desde allí la realidad futura.
Así, tanto en la literatura actual está el mundo del mañana, como en la de antaño estuvo el mundo de hoy.
Al escribir contribuyes a un mundo mejor que el existente, el cual, como vamos repitiendo, has de ese modo parcialmente abandonado y buscas abandonarlo progresiva o definitivamente, hasta habitar en otro sitio.
Solamente quienes te acompañen en este abandono de una humanidad que te ha decepcionado, quienes lean y escriban, podrán saber de lo que hablamos. Porque el desasimiento del mundo es un pasaje de lo mundano a lo artístico, un salto sobre el vacío necesario para poder entender lo que aquí se dice.
Para los demás, para los no artistas, la lectura no tiene nada que ver con la realidad, ni tampoco la escritura, son esas dos actividades dos pasatiempos inocuos inventados por ociosos, ocupaciones que sirven para evadirse de la realidad; pero para ellos eso es algo así como como ir a jugar a la PlayStation o al golf, a comprar en una galería comercial o invertir en la Bolsa, que es lo que ellos hacen, porque creen evadirse cuanto más se afirman y afianzan en la realidad mercantil que puebla incluso sus mentes.
Para ellos todo lo que no sea un trabajo remunerado no pertenece a la realidad, de modo que cuantifican, como bien sabes, la calidad de los libros en función de los más vendidos. El libro es considerado un objeto mercantil en un mundo donde, quienes así lo consideran, se consideran a sí mismos como objetos mercantiles y ni siquiera cuando leen o escriben pueden esos liberarse de lo que llaman la realidad.
Desde luego ese mundo, este mundo, en el cual vivimos, del que queremos evadirnos, ha sido antes de existir, escrito por la literatura universal, la Biblia es buen mal ejemplo de ello. Luego tenemos que leer críticamente a los lectoescritores del pasado, pues o bien con su evasión nos metieron en este horror o bien la mayoría no consiguieron evadirse sino reproducir lo existente. Como subsiguientemente, la mayor parte de la literatura se nos muestra equivocada, surge el impulso de escribir de nuevo.
A quien realmente adopta ese lugar, el de leer y escribir para habitar y crear un mundo nuevo, no le importa que le digan si su quehacer es correcto o incorrecto, si está bien o mal pensado, si es cierto lo que se dice. Si te responden con sorna y desprecio o si te aplauden, eso no te importa, porque solamente los que creen en la Realidad pueden creer que se escribe buscando aprobación o desaprobación, dinero o prestigio.
El reconocimiento es cosa del mundo y hemos dicho que quien lee y escribe de verdad, está fuera del mundo, sale del mundo y se evade de esa realidad.
¿Acaso el artista pretende decir la verdad? ¿Pretende que le crean? ¿Qué le paguen? ¿Qué le aplaudan? No, no es por eso por lo que lee y escribe, lo hace porque de ese modo escapa de la realidad, como no dejamos de repetir, escapa de la realidad vigente a un espacio de realidad alternativo desde el cual puede recrear el mundo. Si la Realidad le trae aplauso y remuneración será justo, desde luego, aunque su labor no esté sujeta a cuantificación, la cual, sea cual sea, será siempre insuficiente: nada y todo en ese espacio se equivalen.
Cuando leemos un gran libro o vemos un gran cuadro, al captarlo, no nos importa lo que otros dicen de tales obras desde la realidad, ni lo que podríamos decir nosotros desde la realidad. Lo único que importa es si esos modos de evasión, si esas muestras de libertad nos permiten, incitan y estimulan, a realizar nuestras propias manifestaciones de evasión, conformándose así, en común, un nuevo mundo, ampliándose la topología de la libertad del mundo actual, vinculándose de esta manera la libertad de esos modos con la nuestra.
¿Eres libre de leer y escribir lo que quieras, pero te encadenas a leer y escribir lo que la realidad te dice que leas y escribas? En tal caso, tu maniobra de evasión quizá no resulte efectiva, pues no lograrás estar fuera de la realidad, no saldrás de este mundo, no escapas de la realidad.
Lectores anárquicos sois siempre que procedéis a desertar de la realidad. Cabalgando en vuestra imaginación espoleada por los libros os desprendéis de la capa de cieno adherida a vuestro cuerpo, cae la costra y gozáis de nueva carne, porque el verbo se hace carne, sí, pero al contrario de lo que nos dice la realidad, eso ocurre cuando acaece de forma horizontal, sin jerarquías, desde ese lugar donde ninguno de vuestros yoes hegemónicos ha erigido una dictadura, sino que, una confederación de vuestras almas, una eu-daimonía, preside vuestros actos.
Tendréis que distinguir entre ese lector cautivo que sigue modas y deberes, lleno de veneraciones y que tiene jerarquías, apegado como una lapa a la realidad, de ese otro lector anárquico, del que se evade de la realidad y se refugia en una parcela de ésta. A ambos los conocéis bien, pues habitan en vosotros.
La topología anárquica, la posición libre de ruptura con todas las cadenas, es la que te permitirá, siendo libre, ampliar el espacio de la libertad y hacer del mundo y de la realidad un lugar más amable y digno, perteneciendo entonces a un espacio de libres e iguales, a una razón común que opera, por debajo y por encima de la Realidad establecida.
Los lectores y escritores anárquicos, así como los actores anárquicos, en una teoría y praxis conjunta, realizan la anarquía, la de ayer, la de hoy y la de mañana, mediante un pensar y un actuar más libre.
Simón Royo Hernández
https://redeslibertarias.com/2024/12/02/los-leactores-anarquicos/