Uno de los grandes factores que juegan a favor del conservadurismo, de considerar que vivimos en un sistema inmutable, es la distorsión del lenguaje. La confusión semántica es tal, la insistencia en estereotipos, la pobreza intelectual en definitiva, que solo cabe insistir una y otra vez en el enriquecimiento cultural, en el conocimiento como una poderosa herramienta de cambio social.
De hecho, hablar de lo «social» parece motivo suficiente para colocar etiquetas de anacrónico o lindezas parecidas, cuando el significado de ese término es el mismo que hace cien años. Si hablamos de lo social, estamos aludiendo a la estructura de la sociedad, a la división en clases que se produce en su seno, y también a las relaciones de propiedad y producción que hay establecidas entre esas clases. Estas relaciones están estrechamente vinculadas a las relaciones de poder. Si hablamos de «política», nos referimos más bien a ese poder, y concretamente a la capacidad de algunos para tomar decisiones que afecten al conjunto de la sociedad, y sin que se produzca cambio en esa estructura social dividida en clases. Dicho de un modo elemental, lo social alude a los que producen y a los que poseen los frutos del trabajo, y lo político se refiere a los que deciden cómo se produce y como se dividen los bienes. Insisto, esto sigue siendo así hoy en día y, desde el anarquismo, solo cabe recordar que estas relaciones de producción y de poder siguen siendo primordiales para la vida de los seres humanos, por mucho que parezca que vivimos en una burbuja en las sociedades de consumo en la que cada uno se muestra aislado de los demás, practicando una especie de «sálvese el que pueda» a nivel económico y un seudohedonismo a nivel vital.
Los movimientos sociales insisten en los cambios en esas relaciones de producción y de la propiedad. Los movimientos políticos, en cambio, pretenden conservar o modificar las relaciones de poder en la sociedad. Aunque se dice que ambas corrientes están vinculadas, que los cambios políticos producen cambios sociales (recordaremos una vez más la frase de Lampedusa: «todo tiene que cambiar para que todo siga igual»), solo el anarquismo ha insistido en potenciar la sociedad y combatir cualquier forma de dominación (acabar con una manera de entender la política en la que solo se modifica la clase que gobierna y la forma de Estado). Esa especie de dualismo sociedad/política (o, para ser más concretos, Estado) solo puede ser roto por las ideas libertarias. Una sociedad bien organizada no necesita gobierno, máxima sencilla que puede abrazar la mayor parte de las personas si se deja a un lado la gran cantidad de obstáculos vitales con los que topamos y los prejuicios que tendemos a adoptar. Por lo tanto, insistiremos sin miedo, y de manera diáfana, en conceptos que la sociedad «posmoderna» parece querer diluir: existe la sociedad, tal y como se ha tratado de definir anteriormente, existe la política, el poder, el Estado, existen los obreros, los movimientos sociales y existe la posibilidad de un auténtico cambio social. No hay sistema inmutable alguno, ni la supuesta complejidad de la época que vivimos ha acabado con toda conciencia social y humana.
En la sociedad contemporánea, las ideologías y movimientos referidos a la estructura de la sociedad, incluido el anarquismo, han girado en torno al mundo obrero. Si se pretende acabar con la estructura del capitalismo, con la dicotomía entre explotadores y explotados, los artífices de esa transformación solo pueden ser estos últimos. No obstante, frente a la domesticación sufrida por lo que ahora llamamos sindicalismo, y frente al reduccionismo de otras ideologías, habría que insistir en la incidencia del movimiento libertario en otros campos vitales y en tratar de acapararse a otros sectores de la población. Si algo ha caracterizado al anarquismo es la simpatía con todo tipo de explotados y desheredados (vamos a dejar a un lado también todo dogmatismo en torno al «sujeto histórico»), y la búsqueda de emancipación en todos los ámbitos de la vida. De cierta manera, la dinámica histórica potencia las ideas libertarias, la liberación no es solo económica, aunque la modificación de las relaciones de producción sea condición imprescindible, es necesaria en multitud de aspectos que acaban con todo el lastre sociopolítico, económico y educacional (lo que podemos llamar libertad negativa), y edifique las condiciones de la sociedad libertaria (así habría que entender, según mi opinión, la libertad positiva).
Igualmente, y a pesar de todos los matices, siguen existiendo ideologías de «derecha» y de «izquierda». Todas esas corrientes quedan determinadas, especialmente, por el sistema capitalista y, también aunque es posible que en menor medida, por la forma de gobierno. Precisamente, por eso hay que insistir, esforzarse e indagar en alternativas de transformación social que se distancien de los errores (y horrores) históricos (la caída del Muro de Berlín puede haberse producido encima de cierta izquierda, pero no es necesario recordar la oposición del anarquismo al socialismo de Estado, cuyas corrientes han desembocado en el totalitarismo o ha sucumbido al sistema capitalista). No voy a entrar en definiciones puras de izquierda y de derecha, aunque sí quiero insistir en que podemos denominar al anarquismo como izquierda antiautoritaria (antiestatista y anticapitalista), la única verdaderamente contraria a toda estructura de dominación. Desde el fin de los regímenes socialistas de Estado, la retórica de otras izquierdas solo han tendido a acercarse al anarquismo, pero no tardando en entrar (o continuar, más bien) en el juego de un sistema que pretenden combatir, manteniendo sus movimiento en estructuras jerárquicas de partido cuya afán solo es la conquista de un poder que termina por conquistarlos a ellos. No quiero abundar en los tópicos, ni en estas críticas a corrientes y vías que no son las del anarquismo (y no hablo de unas ideas químicamente puras, todo lo contrario, ya que se produce una crítica permanente hacia lo instituido), solo insisto en que solo hay un discurso libertario, todo lo demás es retórica oportunista.
Capi Vidal