El Diccionario de la Academia Francesa, de 1694, dice lo siguiente acerca de la palabra «anarquía»: «estado sin reglas, sin jefe y sin ninguna clase de gobierno». En la Enciclopedia (Encyclopédie), de 1751, se puede leer lo siguiente: «Anarquía: es un desorden de un Estado que consiste en que ninguna persona tenga suficiente autoridad como para mandar y hacer respetar las leyes, y donde, en consecuencia, el pueblo se conduce como quiere, sin subordinación ni policía». En la edición de 1885 del Littré puede leerse: «anarquía: ausencia de gobierno y, derivado de ello, desorden y confusión», «anarquista: promotor de anarquía, perturbador». Parecer ser que no existía entrada para la palabra «anarquismo». Todas estas traducciones están sacadas del libro La voluntad del pueblo, recopilación de ensayos de Eduardo Colombo editada en 2006 en la colección Utopía Libertaria.
La cosa se anima en el Gran Diccionario Universal del siglo XX de 1866, de Pierre Larousse, ya que entre las definiciones habituales de «anarquía» se encontraba el siguiente texto: «como el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad busca el orden en la anarquía (Proudhon)». Parece ser que lo que aparecía a continuación le valió incluso el reconocimiento del propio Proudhon: «El señor Proudhon dio el nombre, paradójico en apariencia, de anarquía, a una teoría social que reposa sobre la idea de contrato, que substituye a la de autoridad. Es preciso comprender que la anarquía proudhoniana no tiene nada en común con aquella de la que hablamos más arriba. Bajo ese nombre, el célebre pensador nos presenta una organización de la sociedad en la cual la política se encuentra absorbida en la economía social, y el gobierno en la administración, en la que la justicia conmutativa, al extenderse a todos los hechos sociales y al dar salida a todas sus consecuencias, hace realidad el orden por medio de la libertad misma, y reemplaza completamente el régimen feudal, gubernamental, militar, expresión de la justicia distributiva».
Es conocida la entrada que escribió el mismo Kropotkin, en 1905, para la Enciclopedia Británica: «Es el nombre que se da a un principio o teoría de la vida y la conducta que concibe una sociedad sin gobierno, en que se obtiene la armonía, no por sometimiento a ley, ni obediencia a autoridad, sino por acuerdos libres establecidos entre los diversos grupos, territoriales y profesionales, libremente constituidos para la producción y el consumo, y para la satisfacción de la infinita variedad de necesidades y aspiraciones de un ser civilizado». Continúa (en la edición de 1910): «Los anarquistas consideran al sistema salarial y a la producción capitalista como un obstáculo al progreso. Pero destacan también que el Estado fue y continúa siendo el principal instrumento que permite a algunos monopolizar la tierra y a los capitalistas apropiarse de una parte completamente desproporcionada de la plusvalía acumulada en el año productivo».
En el Petit Robert de 1970, sigue apareciendo «anarquía», aclarando previamente que es un término político, como lo siguiente: «Desorden que resulta de una ausencia o de una carencia de autoridad». Sin embargo, para «anarquismo» se puede leer: «concepción política que tiende a suprimir el Estado, a eliminar de la sociedad todo poder que disponga de un derecho de coacción sobre el individuo».
Bakunin escribió en Estatismo y anarquía, libro que nace junto al movimiento anarquista, éste como corriente antiautoritaria dentro de la Primera Internacional: «Pensamos que el pueblo no podrá ser feliz y libre más que cuando cree él mismo su propia vida, organizándose de abajo hacia arriba, por medio de asociaciones autónomas y enteramente libres, por fuera de toda tutela oficial, pero de ningún modo al margen de las influencias diferentes e igualmente libres de hombres y de partidos» (no creemos que sea muy necesario aclarar que la palabra «partido» tiene un sentido muy diferente al que le da la democracia parlamentaria).
Eduardo Colombo, muy orgulloso de la tradición antiautoritaria (y defensor del nacimiento del anarquismo como corriente socialista y revolucionaria, defenestrador al mismo tiempo de ese «monstruo híbrido y contranatura» llamada anarquismo de derecha o anarcocapitalismo), realiza la siguiente definición al día de hoy: «la anarquía designa un régimen social basado en la libertad individual y colectiva, régimen del cual queda desterrada toda forma institucionalizada de coerción y, en consecuencia, toda forma instituida del poder político (o de dominación)».
Por lo tanto, para los anarquistas la libertad es una creación social históricamente determinada, como lo es también la dominación. Solo se da la ruptura histórica con esta última, gracias a la libertad propuesta por el anarquismo, una libertad que supone negación de una forma de determinismo que aboca a la humanidad a estar dividida entre amos y sirvientes (adórnese como se quiera el autoritarismo y la esclavitud). Proudhon: «La negación en filosofía, en política, en teología, en historia, es la condición previa a la afirmación. Todo progreso comienza por una abolición, toda reforma se apoya sobre la denuncia de un abuso, toda nueva idea reposa sobre la insuficiencia demostrada de la antigua». Ruptura en la propuesta anarquista con un paradigma político basado en el principio de autoridad, y ruptura también en una propuesta de libertad con mayor horizonte social, en el que la igualdad, junto a otros valores, es un concepto también primordial.
Malatesta: «No se trata de hacer la anarquía hoy, mañana, o en diez siglos, sino de avanzar hacia la anarquía hoy, mañana, siempre». Frente a los que acusan al anarquismo de anacrónico (lo recurrente es, con frecuencia, meramente necio), Malatesta pensaba lúcidamente que la anarquía sería posible solamente si los hombres la desean, «y si ponen en acción una voluntad revolucionaria». Frente a los que piden también, dentro de las ideas antiautoritarias, una ruptura radical con el anarquismo del pasado, mencionaremos lo imposible de realizar tal cosa en unas ideas que nacen sin vocación dogmática ni sistematizadora. Frente a la confianza excesiva, casi religiosa, que tuvo el anarquismo decimonónico (por otra parte, al igual que las demás corrientes ilustradas) en la ciencia y en la naturaleza, Malatesta considerará precisamente que esa «voluntad» que desea supone precisamente vencer ciertas leyes mecánicas de la naturaleza y producir efectos nuevos.
Consideró Malatesta que era éste un presupuesto necesario para reformar la sociedad, querer una sociedad sin ninguna forma de dominación supone «pensarlo» y «quererlo».
Capi Vidal