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Pesadilla Digital

Hay gente que a través de internet, afirma que internet es una mierda, que evita la comunicación entre personas y que en internet hay mucha mentira. Como si antes de que existiese la red, hubiese mucha comunicación en el metro y la prensa no mintiese. Ja. Con tener una conversación de cinco minutos con una de las hijas de mis sobrinas, te sueltan ca trola que pa qué. Y es que en cualquier información hay que saber leer entre líneas, porque todo el mundo miente.

Internet –para mí– tiene dos facetas. Por una parte me ha facilitado mucho la  vida. Antes una habitación entera de mi modesta morada estaba ocupada por la Enciclopedia Británica, la Larousse, la Colección de Lex Nova y los paquetes del BOE y otros boletines oficiales que me leía para conocer las novedades de convenios, etc. Y si quería profundizar, debía ir a la Biblioteca a buscar información sobre, qué sé yo, dinosaurios, o a la hemeroteca…

Con internet pude desocupar esa habitación que en la actualidad es del perro y del novio de mi sobrina nieta de 36 años. Todo fue al contenedor de papel. Ahora mismo cualquiera con internet puede convertirse en un especialista de lo que sea. Teniendo tiempo, puedes escuchar las conferencias y clases magistrales del profesor John Clauser de la Berkeley y convertirte en un licenciado en comunicación cuántica sin necesidad de ir a Estados Unidos. También hay que tener ganas, claro está.

Pero internet ha producido una faceta negativa: la pesadilla burocrática digital. Antes, para solucionar cualquier enredo burocrático, bastaba con ir al departamento correspondiente a discutir con un humano. Ahora mismo hay que tener un ordenador, un certificado digital, un teléfono móvil con sus correspondientes apps, la autofirma, cl@ve, DNI electrónico y sus putos muertos, porque para mil gestiones tienes que hablar con un robot, si hay suerte. Y esto es un genocidio cultural para Andalucía, porque según el profesor Isidoro Moreno, una de las características de la identidad andaluza, es la de establecer relaciones cara a cara para cualquier cosa que se ofrezca. Personalización. Pues la han matado. No me meto en si esto es así o asá, sino que eso lo dice un eximio catedrático de antropología social experto en identidad andaluza. Y de algo valdrá –digo yo– su solvente criterio.

El caso es que desde hace años tengo la costumbre de tomar café en bares por la mañana. Me llevo el ordenador, leo la prensa… Y atiendo de seis media de la mañana a las nueve más o menos, a aquellos vecinos que incapaces de manejarse con el compiuter, necesitan desde ver al médico, hasta solicitar el ingreso mínimo vital. Lo sé lo sé, es muy reformista, pero me da igual, porque soy mi propio sindicato. Es que hay gente que entre pedir una cita previa digital a la Asistente Social, o venirse sin mascarilla al bar conmigo, prefieren el bar conmigo. Porque resulta que hay montones de personas que no se enteran con esto de internet. 

Mismamente yo, acostumbrado a sus tejemanejes, confieso que hay veces que me desespero. Me han ocurrido casos chusquísimos, como el que me exija la Administración un certificado de defunción actualizado, «por si cambia de situación administrativa la persona». O que sea requisito para una criatura vulnerable y pobre como una rata, hacer la declaración de la renta y disponer de medios tecnológicos que valen un potosí. O que la Administración dé por sentado que una persona joven está acostumbrada al manejo de un ordenador, como si fuera un chaval de los ochenta en la película de Juegos de Guerra. Y así mil circunstancias burocráticas que me hacen recordar con añoranza los tiempos en que bastaba hacer cola en ventanilla con la correspondiente instancia y la póliza del Estado. ¡Pero si ya hasta los atracos son digitales! ¿Dónde ha quedado aquella bronca amenaza (con acento francés) de «¡esto es un ghrobo, que nadie se mueva!»?

Pero no es sólo el Estado el que se columpia promulgando mil ayudas, que exigen una solicitud digital para volverte loco. Si nos vamos a las empresas privadas, ahí hay cada fenómeno… Y lo que me ha animado a exponer este artículo, ha sido el caso de uno que hizo un viaje a Italia pa ver no sé cuál cantante ¿il Divo?, y al comprar el billete, no sabe cómo, le apuntaron a edreams prime sin enterarse, pagando una módica cuota de cincuenta y tantos euros. Me pidió que le ayudara a darse de baja: imposible. Siguiendo las instrucciones del robot del chat y de la página de información, es un dar vueltas sin sentido en torno a lo mismo, mientras uno siente como le crece la ira como un melón de Los Palacios. Al final lo solventé como pude, pero juro que era una trampa diabólica. 

Y eso me hace pensar que Satanás existe, y que se ha aposentado en la web de la Agencia Tributaria, y que el Infierno se ha trasladado del Averno al mundo de los Vivos. Ya os daréis cuenta cuando lleguéis al Cielo y veáis que para entrar, ya no está San Pedro, si no una máquina que te preguntará si has cogido cita previa, porque sin cita solicitada con certificado digital y autofirma, no se entra. Eso sí, con mi experiencia, tengo paso libre seguro. Pondré tenderete digital pa’ntrá n’el Sielo.

Acratosaurio rex

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