Reaccionarios, conservadores, progresistas y otras gentes de malvivir

Si difícil es comprender a un conservador (que me concreten qué diablos hay que conservar en esta sociedad tan gris y aquejada de males), no digamos ya es tratar de hacerlo con alguien abiertamente reaccionario. Por si alguien no tiene claro el significado de semejante epíteto, a menudo malentendido, aclararemos que se trata de algún presunto homo sapiens reacio a cualquier innovación social y política. Vamos, alguien partidario de no sé muy bien qué valores tradicionales, en el mejor de los casos, o nítidamente carca y retrógado las más de las veces. En este inefable país, denominado sin asomo de vergüenza Reino de España, abundan a cascoporro por motivos obvios. Estos especímenes reaccionarios se presentan en diversos grados y, en su forma más pura y tal vez algo sincera, con cierta retórica grandilocuente a poco que el sujeto haya leído alguna que otra línea, nos soltará un pequeño discurso sobre la grandeza del pasado. Por supuesto, el relato no tiene un gran recorrido y no tardaremos en observar las costuras del tipo que suelta halagos, encubiertos o no tanto, a toda suerte de gestas militares, naciones de aspiraciones imperiales y civilizatorias, monarcas indescriptibles, figuras religiosas pasadas de vueltas… No habrá ni un asomo de lucha de clases en todo ello, de las personas que verdaderamente han sufrido la historia en sus carnes, ya que eso deben ser cosas de rojos.

Cierto es que toda nación, junto a ese leviatán consecuente que llaman Estado, tiene sus propios mitos históricos, máxime en esta que sufrimos con todo su pasado imperial repulsivamente esplendoroso. Lo que ocurre es que en este inenarrable país ya algunos se sitúan entre lo patético y lo irrisorio. Insistiremos, es posible que el reaccionario en su forma más pura porte cierto grado de honestidad, aunque es dudoso, ya que a menudo repetirá que lo suyo no es ideología (ideología, en su lectura más peyorativa, es siempre lo de los demás), sino reverencia por la Historia y amor por su país. Claro, subordinación a la historia lamiendo el trasero a los poderosos y fervor por eso tan alienante que llaman patria y que ha empujado a tantos jóvenes al sacrificio o al asesinato. Todo esto también es esa Historia que tanto reverencias, elemento proclive a la carcunda. La añoranza sobre una supuesta edad de oro, que nunca existió más que en los cuentos para críos, va pareja a un lamento sobre la sociedad de hoy, con su supuesta falta de valores y su nula espiritualidad (sea lo que sea eso). No seré yo el que reivindique esta época que algunos denominan posmoderna, donde todo fluye sin apenas espacio para la reflexión, pero que no nos den a elegir entre dogmáticos y papanatas (que, bien pensado, vienen a ser cosa muy parecidas).

Hoy, es evidente, ser progresista (que antaño venía ser, simplemente y lejos de disquisiciones filosóficas, el deseo de que las cosas sean un poquito mejores; y, ojo, no digo yo que no tenga también su grado de falsedad, no seamos terriblemente maniqueos) no está muy bien visto, mientras que el reaccionario, y su hermanito cobarde el conservador, están muy subiditos; tanto, que a menudo se presentan como los auténticos rebeldes contra el sistema (un sistema, claro, que debe resultar terriblemente progre para todos esos elementos). Cosas de la confusión posmoderno. Y cierto es que esta peculiar sociedad ya bien entrado el tercer milenio nos ha traído una erosionada fe en el progreso, más bien inexistente como proceso histórico, pero lo que a uno le repugna son esos lamentos por un mundo pasado digno de ser analizado y cuestionado en aras de, efectivamente, al menos algo un poquito mejor. No, amigo bodoque, no se trata de juzgar el pasado con los ojos del presente, se trata de no seguir rindiendo culto a algo que, afortunadamente, tiende a desaparecer (aunque haya resabios por un lado, máxime en este indecible país, y lo que acontece no sea siempre de nuestro agrado). Y, repetiremos, los llorones reaccionarios son muchos y variados, de diversos pelajes, incluso alguno de barniz progre, sustentados por lo general en algo así como que el personal ya no cree en nada (por supuesto, se refieren creencias dogmáticas de diverso tipo; qué queréis que os diga, puestos a elegir en ese pueril antagonismo, yo prefiero que el personal no crea en nada). Otro mantra penoso es repetir que ya no hay respeto algunos por nuestros ancestros; claro que es posible aprender mucho del pasado y por supuesto que hay multitud de personas admirables entre nuestros ancestros (lo que tantos no comprenden, o no quieren hacerlo para mantener el chiringuito en pie, es que rara se erigen sobre un podio).

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/06/26/reaccionarios-conservadores-progresistas-y-otras-gentes-de-mal-vivir/

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