En los últimos años hemos asistido a un auténtico boom de los superhéroes, que se ha traducido sobre todo en el estreno constante de taquillazos cinematográficos, pero también en la proliferación de series, videojuegos, y la plaga omnipresente del merchandising. Es probable, sin embargo, que el éxito en taquillas no sea proporcional a su verdadera repercusión social, mucho más modesta en la actualidad que aquella de la que gozaron los héroes de tebeo en otros momentos históricos. A menos que tomemos en consideración la influencia que los superhéroes ejercen sobre ciertos tecnomagnates con delirios de grandeza, que dicen sentirse inspirados por personajes del universo de las capas y los antifaces. Cualquiera que sea el caso, resulta evidente que esta nueva fiebre superheroica cabalga sobre los productos audiovisuales, especialmente en aquellos provenientes de las casas editoriales Marvel y DC comics, que por un lado siguen explotando hasta la extenuación a las franquicias insignia de sus respectivos universos, y por el otro han sabido exhumar personajes de segunda línea que parecían condenados al olvido universal.
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