Los anarquistas fueron, quizá, los primeros en denunciar el sistema burocrático y totalitario consecuencia de la Revolución rusa, que acabó con toda oposición, y los mismos libertarios sufrieron la represión. A pesar de todos los mitos que se produjeron en los años posteriores, llegando todavía hasta el día de hoy, la verdad estaba accesible para quien quisiera conocerla; precisamente, para una auténtica sociedad libre de explotación, es necesario insistir en esos hechos históricos donde se confió, incluso de manera exacerbada, en el autoritarismo. En 1905, en un primer momento revolucionario en Rusia, los anarquistas saludaron con entusiasmo el levantamiento espontáneo de las masas, en el que creyeron ver una plasmación de las ideas de Bakunin; sin embargo, no se produjo un movimiento libertario cohesionado y, después del fracaso revolucionario y de la consecuente represión, entrarían los anarquistas en un letargo hasta 1917. El fin de la monarquía, y el posterior derrumbamiento de la autoridad política y económica, hizo confiar a los ácratas en que el momento definitivo ya había llegado: se emprendió la tarea de acabar con el Estado y de dejar los medios de producción, campos, fábricas y talleres, en manos del pueblo. En la etapa de la insurrección y de la guerra civil, los anarquistas intentaron con todo su empeño llevar a cabo su programa de «acción directa»: control obrero de la producción, creación de comunas libres en el campo y en la ciudad, combate sin cuartel contra los enemigos de la sociedad libertaria… Desgraciadamente, frente a los intentos de construir una sociedad de libertad e igualdad plenas, la imposición bolchevique condujo a un nuevo despotismo levantado sobre las ruinas del viejo.
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