El Land Grabbing, que se traduce por “acaparamiento de la tierra”, es un fenómeno económico y geopolítico de plena actualidad en las últimas décadas.
Si bien el recurso a tales prácticas ha existido siempre en el curso de la historia de la humanidad, la carrera por la tierra asume hoy una especial relevancia por sus dimensiones y por quienes son sus protagonistas.
Se habla de al menos dos mil millones de hectáreas que empresas transnacionales, gobiernos y especuladores, tanto públicos como privados, han acaparado en Asia, Sudamérica y principalmente en África.
El papel del campo como finanza especulativa surge a partir de 2007. Tras la crisis de los mercados, los tiburones de las altas finanzas mundiales reconvierten y trasladan velozmente los fondos de inversión a millones de hectáreas de terreno, con objeto de producir monocultivos y biocarburantes para exportar a países ricos que no tienen capacidad agrícola para cubrir sus propias necesidades alimentarias. El precio del grano no depende ya de la cosecha sino cada vez más de las fluctuaciones de la Bolsa.
China, Corea del Sur, Emiratos Árabes, India, Egipto etc. se han apropiado de enormes territorios en el África subsahariana, sin el consenso de las comunidades que los habitan. Como las tierras de millones de africanos se cultivan de manera consuetudinaria, sin título de propiedad, resulta facilísimo para los poderes locales ceder millones de hectáreas a las diversas multinacionales.
La fórmula más frecuente consiste en alquilar las tierras por una cifra simbólica a cambio de la promesa de crear infraestructuras, electricidad, escuelas, hospitales y puestos de trabajo para los habitantes.
En la práctica, los terrenos cedidos son devastados y vallados a la espera de un “misterioso” monocultivo, las comunidades locales son excluidas del trabajo de la tierra y del acceso a los recursos naturales, como el agua. Las famosas promesas se quedan en nada, y comunidades enteras de campesinos se ven alteradas, hambrientas y deportadas, no pudiendo llevar ya la vida tradicional de poblado.
“No sabemos qué es la Jatropha –dicen los habitantes de algunos poblados de Madagascar que viven del pastoreo–, de su cultivo no se deriva ningún beneficio para nosotros”.
Esas plantas, destinadas a hidrocarburos, repartidas por áreas vastísimas, no permiten a las reses pastar. Fuertes multas para quien las atraviesa, fusiles apuntando a quienes se acercan a los campos.
Hay una buena noticia: la sociedad civil africana, tanto en Senegal como en Mali y en otros países, está cada vez más atenta y consciente, tanto que cada vez hay más boicots y manifestaciones populares. Son pasos importantes contra la especulación alimentaria; numerosos colectivos de defensa de la tierra, agricultores y pastores de subsistencia se oponen a los poderosos del mundo, ávidos de beneficios. El camino a recorrer está sembrado de obstáculos.
“Nos sentimos como si fuéramos huevos contra piedras, pero ninguna forma de transparencia y responsabilidad prometida por las multinacionales podrá hacer nunca aceptable su proyecto”.
Saltamontes
Publicado en Tierra y libertad núm.358 (mayo de 2018)