ANARQUISMO FILOSOFÍA POLÍTICA

Al Ladro! Anarchismo e filosofia. Donatella Di Cesare

Intervención de Donatella Di Cesare en el debate con Catherine Malabou, celebrado en el Instituto Francés de Milán en febrero 2024, con ocasión de la publicación de la versión italiana de su libro: Au voleur! Anarchisme et philosophie por la editorial libertaria Eleuthéra. Donatella Di Cesare es una filósofa italiana. En sus obras se ha ocupado de temas como la soberanía, la violencia, el Holocausto o la identidad.

El encuentro entre la anarquía y la filosofía se viene preparando desde hace tiempo, años incluso —a través de encuentros, debates, conferencias y misceláneas, pero, sobre todo, de contribuciones individuales. Se trata, fundamentalmente, de deconstruir el anarquismo para rescatar la anarquía —como se me ocurrió expresarlo en un artículo publicado en la revista italiana Aut Aut y en la web americana Ill Will—.

El anarquismo clásico cayó en una trampa, una comprensión ingenua de las relaciones de poder. Baste pensar en su manera, tan moderna, de comprender tanto el sujeto como el Estado, que culmina en una visión maniquea: si el sujeto fuese por naturaleza bueno, y el Estado malvado, bastaría con derribar el esquema representado por el Leviatán de Hobbes, para quien el Estado salvaría al individuo humano, condenado a ser un lobo. Pero esta simplificación no ha funcionado, ni siquiera en política.

La modernidad, de la cual es hijo el anarquismo, constituye sus muros. Se hacen ahora evidentes los límites metafísicos en los que permanece atrapado y que terminan por tener repercusiones políticas inevitables. Se corre el riesgo de perder la carga subversiva y de encerrar el concepto de anarquía en un arkhé. Precisamente, una conceptualización reduccionista del poder —y este es solo un ejemplo— ha condenado al movimiento anarquista a muchas derrotas.

El anarquismo parece confiado a una memoria orgullosa y obstinada, exclusiva y culta. Los textos sagrados, reunidos en un corpus canónico inviolable, exigen fe y observancia. Los anarquistas se remiten a una liturgia, siguen un catecismo, cultivan la certeza inquebrantable de que toda respuesta está contenida en los textos de la ortodoxia de los siglos XIX y XX.

La petrificación fideísta podría tener por efecto un sectarismo sombrío y una catastrófica inactividad. Una estaría tentada de pensar que la campana del fin sonó hace ya tiempo, si no fuera porque la antorcha de la anarquía nunca se ha apagado. Es necesario ahora evitar el mal del archivo que se podría producir.

La filosofía empuja al anarquismo, en una especie de autoanálisis crítico, a redescubrir la propia ontología de la que se le había privado. En las últimas décadas ha empezado a surgir una veta anarquista en la filosofía, o mejor, en el pensamiento continental. Se habla en términos técnicos de filosofía post-fundacionalista, que pone en cuestión todos los arkhé, se despide del acto árquico. Los nombres que se podrían mencionar son muchos —a partir de Martin Heidegger, que socava el fundamento último y hace temblar la filosofía. Le siguen muchos otros nombres, una verdadera y auténtica constelación —por citar a Walter Benjamin, que forma parte de ella a todos los sentidos— que se esboza en el siglo XX.

Es aquí donde encaja el volumen de Catherine Malabou. Y se inserta —como ya he mencionado— en una veta abierta desde hace años en la que se intentan confrontar el anarquismo y la filosofía. ¿Cómo aproximarse a esta confrontación? ¿Qué enfoque adoptar? La elección no es fácil. Y las respuestas hasta ahora han sido diversas. En su libro, Malabou ha tomado decididamente parte por la filosofía, no en el sentido de defenderla, sino de que su análisis se centra y se concentra por entero en algunos de los nombres de la filosofía del siglo XX y contemporánea. Son en total seis. La secuencia es: Schürmann, Levinas, Derrida, Foucault, Agamben y Rancière. Se trata, por tanto, de nombres de filósofos que, según Malabou, han ofrecido, a veces a pesar suyo, un replanteamiento sobre la cuestión de la anarquía. Y lo han hecho —se entiende— bajo aspectos a menudo muy diferentes. Es el caso, por ejemplo, de Levinas y Foucault, que parecen más distantes entre sí de lo que se podría imaginar. El hilo que quizá se podría señalar, el hilo rojo que une a estos nombres, es la cuestión del arkhé, la reflexión crítica en torno a los dos significados de arkhé, principio y orden, que, como se sabe, a menudo se conjugan entre sí, en una alianza que multiplica sus efectos: el inicio que ordena y la orden de inicio.

Antes de entrar en más detalles, sin embargo, querría plantear una pregunta que tiene que ver con el lugar que ocupa este volumen en el contexto de la trayectoria de Malabou. ¿Cómo se vincula con sus trabajos anteriores? La cuestión no es solo biográfica, sino filosófica. Además de afrontar otros temas (pienso en Devenir forma, o incluso en Metamorfosis de la inteligencia), sus trabajos precedentes parecen sugerir un enfoque diferente e incluso una cierta cercanía con la filosofía analítica.

Centrándonos ya en el libro ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía, el camino elegido es, a excepción de las páginas introductorias, completamente intra-filosófico, en el sentido de que se mueve dentro de la filosofía, dejando intencionalmente de lado la tradición anarquista. Es una elección drástica, pero a pesar de ello comprensible, si lo que se pretende es precisamente hacer un recorrido exhaustivo por la aportación de cada uno de los seis filósofos elegidos.

No se puede olvidar que, después de las páginas introductorias, se dedica un capítulo a Aristóteles, en particular al problema de la arquia y de la anarquía en la Política. Sobre esto habría mucho que decir —y que preguntar: ¿por qué Aristóteles y no Platón? De hecho, no creo que la arqui­-política se vea representada solo en Aristóteles y estoy convencida de que sin algunos pasajes de Platón es difícil entender la potencia de una tradición política dominante hasta el día de hoy. Me he preocupado por esta cuestión en mi nuevo libro, Democrazia e anarchia. Il potere nella polis (Einaudi, 2024), donde sostengo que la demo-crazia es an-arquica y que Platón y Aristóteles han sido sus peores detractores. Me temo que es precisamente de aquí de donde debemos partir. Pero quizá tengamos oportunidad de discutirlo en otro contexto.

Malabou elige seis nombres —comenzando con Schürmann. Esta elección resulta bien justificable y justificada, si se considera que es a él precisamente a quien le corresponde el mérito —de manera retrospectiva— de haber introducido el problema de la anarquía en la filosofía con su famoso libro, El principio de la anarquía, que Malabou disecciona cuidadosamente. Ahora bien, el libro de Schürmann está dedicado a Heidegger, y es un libro sobre Heidegger. No por casualidad, sino porque Heidegger —nos guste o no— es el filósofo que cuestionó el fundamento, el Grund, el arkhé. Se habla hoy de post-fundacionalismo para referirse a la corriente de pensamiento radical que prescinde de todo fundamento. La ausencia de Heidegger es, por tanto, una ausencia importante.

Me han parecido muy logrados, y sobre algunos aspectos muy convincentes, los capítulos dedicados a Levinas y a Derrida, que constituyen quizá el núcleo fundamental del libro, su parte más valiosa. De manera muy equilibrada, Malabou analiza los textos de estos dos filósofos, cuyo pensamiento está muy estrechamente ligado, subrayando la carga an-arquica de la deconstrucción —deconstrucción del sujeto, que en Levinas abre otra ética, deconstrucción como camino filosófico con repercusiones no menos políticas en Derrida.

Debo confesar, sin embargo, que, además de la ausencia marcada de Heidegger, lamento otra ausencia, en algunos aspectos más significativa: la de Hannah Arendt. Es bien sabido que desde hace algunos años se intenta domesticar a Arendt, convirtiéndola casi en la pionera del pensamiento liberal y antitotalitario. Pero basta recodar el pensamiento de Arendt sobre los refugiados para saber que las cosas son muy distintas. Personalmente, sostengo que Arendt forma parte de la filosofía que reconoce su propia veta anarquista. En el fondo, fue ella misma la que en los años sesenta denunció —mucho antes que Schürmann— la asociación entre principio y mando —el doble arkhé—, una asociación retomada directamente por Agamben primero, y por Rancière después —quienes le reconocen el mérito—. Se comprende así la crítica al Estado, a la soberanía, al régimen totalitario que niega la posibilidad de comenzar y recomenzar. Porque, aunque sea legítimo que cada cual elija su propio camino interpretativo, y es justo que sea así, en el caso de Arendt me permito subrayar su ausencia.

Pienso —sea dicho, a modo de inciso— que se le debería haber encontrado un lugar para Miguel Abensour. No solo por su lectura an-árquica de Marx y por sus decisivos ensayos sobre la anarquía, sino también por el papel disruptivo que jugó. En cualquier caso, siendo trabajos en curso aquellos sobre Agamben y Rancière, los dos capítulos de Malabou ponen el foco sobre las cuestiones más significativas —en este caso, además, con lucidez y equilibrio crítico.

Quedan, en fin, muchas cosas abiertas, y como lectora y admiradora de Catherine, habría deseado en las páginas conclusivas un tono más personal, que tomara la palabra de manera más decidida, lo cual sin duda llegará conforme continúe con su reflexión. Queda, sobre todo, el gran problema de la relación entre filosofía y política, que aflora por todas partes. ¿Cómo se traducen políticamente estos pensamientos? Muchos de los filósofos tratados —sobre todo Schürmann— permanecen del otro lado de la línea. En ese sentido, creo que la tradición anarquista, en particular aquella que se ha mantenido más al margen del relato dominante —pienso en Landauer— tiene mucho que decir. Pero la operación que ha llevado a cabo Malabou es para nosotros imprescindible, porque nos ofrece una sección de la filosofía, también de la contemporánea, mostrando cómo se trabaja, por ejemplo, sobre la deconstrucción: de la soberanía, del poder entendido en un sentido instrumental y metafísico, de la puesta en escena pública que se mantiene arcaica. Si no se piensan y se repiensan estos conceptos se seguirá defendiendo la soberanía de los ciudadanos contra los migrantes, se volverá a caer en los estereotipos de la política estatal, a confrontar el poder de manera ingenua y perdedora. Gracias, en definitiva, a Catherine por este volumen que nos ocupará en los próximos tiempos.

Traducción: Álvaro Carvajal

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