El anarquismo y el liberalismo poseen semejanzas históricas, aunque finalmente adopten caminos divergentes; si bien uno se acabó mostrando dual y ambivalente en su defensa de la soberanía individual y de la participación en la riqueza material, el otro tratará de aportar una visión compleja de la libertad para asegurar la emancipación social.
Según el contexto cultural, Inglaterra o la Europa continental, el liberalismo adoptó diversas vertientes. Así, en Francia surge como oposición al feudalismo y al Antiguo Régimen y, debido a la reaccionaria Iglesia Católica y su fuerza política, el liberalismo va indisociablemente unido al librepensamiento y el anticlericalismo. En este sentido, en el liberalismo inglés no existe dicho aspecto radical y puede hablarse de un simple «inconformismo religioso». No obstante, a nivel político hay que decir que el liberalismo francés sí toma como modelo al ingles y Montesquieu se inspira en él para su obra El espíritu de las leyes: la Constitución inglesa, para este autor, garantizaría la libertad individual gracias a la separación de poderes. Montesquieu describe una forma de gobierno constitucional regulada por la ley, que protege de cualquier tipo de despotismo y tiranía. Aunque hay precedentes en el pensamiento francés al gran proyecto de la Ilustración, serán los filósofos del siglo XVIII los que tengan ya una confianza extrema en la razón humana y en el progreso. No obstante, como también opinaría posteriormente Proudhon, algunos autores ya advirtieron que esta doctrina de la perfección, que considera que es posible la erradicación de todos los males sociales, debe evitar un modelo definitivo para abrirse a la constante superación y evitar el estancamiento.
Casi contemporáneo a los grandes autores de la Ilustración es el inglés Godwin, el cual abundaría en la idea de la autoperfectibilidad del ser humano, gracias a la razón, y en una cierta ley del progreso. Como crítica a estos autores, por mucho que podamos simpatizar con el progreso, o tal vez debido a ello, está esa idea más o menos explícita de unas leyes en la historia que suponen una necesidad. No obstante, ya hubo autores franceses de la época que no compartían esa fe extrema en el progreso, es el caso de Voltaire, el cual la llegaría a ridiculizar en su Cándido. La Revolución francesa pondrá a prueba estas leyes inevitables del progreso, y cierta tradición liberal considera que prácticamente se autorrefutaron en el proceso. El liberalismo inglés se preservó de ello, al considerar la visión de Rousseau y su «voluntad general» como un peligro totalitario, refugiándose en el conservadurismo. Benjamin Constant, feroz adversario del pensamiento rousseauniano, distinguió dos concepciones de la libertad que llegan hasta nuestros días. En la modernidad, ha triunfado la libertad negativa propia del liberalismo, que sería una esfera protegida por la ley de no interferencia en los asuntos del individuo. La libertad positiva, que para Constant resucita Rousseau, sería el derecho a tener voz en el proceso colectivo de toma de decisiones. La ruptura entre ambas concepciones, o superación, la puede aportar el anarquismo: si bien puede considerarse su base teórica la libertad negativa de protección del individuo, nunca se hace en nombre del Estado al considerarlo una forma de dominación y explotación; por otra parte, puede decirse que las ideas libertarias tienen una concepción positiva de la libertad al considerarla una conquista social en base a la cooperación y la solidaridad. Son conocidas las críticas a Rousseau por parte del anarquismo, a su visión política y también a su concepción del ser humano, por considerarlas abstractas y acabar justificando finalmente el Estado y la democracia representativa.
El liberalismo es, pues, la doctrina política y económica triunfante en la modernidad. A pesar de que posteriormente la evolución del capitalismo lo sitúan por otros derroteros, existen algunas coincidencias entre el liberalismo y el anarquismo. La importancia de la educación, la capacidad de progreso del ser humano, el disenso frente a lo establecido, incluso la crítica al poder, son algunos de los rasgos coincidentes. Los anarquistas, por lo general, harán un mayor hincapié en el aspecto social del individuo; sus preocupaciones principales estribarán en lo necesaria que es la sociedad para que todas las personas alcancen su pleno desarrollo y para que la individualidad adquiera conciencia de su participación en lo colectivo. Por el contrario, el liberalismo apostaba por un pacto o contrato entre los individuos, según el cual se asumía la pérdida de ciertos derechos y se establecían algunas obligaciones mínimas para que el sistema asegurara la meta personal. Ese contrato social desemboca en el Estado moderno, burgués y democrático, caracterizado por esos mecanismos limitadores y equilibradores de Montesquieu y su separación de poderes. Muchos anarquistas, como es el caso de Anselmo Lorenzo, mencionarán positivamente a ideólogos liberales, si bien advirtiendo sobre esa defensa última que realizan del Estado. La clase burguesa del siglo XIX, emergente, demandaba ese Estado liberal, estable y supuestamente neutral, con leyes objetivas para asegurar el derecho de propiedad como garantía de autonomía y libertad.
Los liberales reprocharán al anarquismo que ignore el contrapeso, necesario para ellos, entre la ley y la autoridad para asegurar la libertad. Los anarquistas, por su parte, no se enredarán en disquisiciones teóricas y señalarán que la sociedad capitalista supone una negación de las libertad individuales para gran parte de la población. El derecho solo adquiere un significado real si se desprende de su condición jurídica y permite a cada ser humano participar de la riqueza social. Volvemos así la concepción de la libertad positiva, mencionada anteriormente, aunque de una manera amplia y emancipadora. Los anarquistas darán un concepción positiva también al derecho, frente a la negativa de la concepción liberal, ya que adquiere su verdadera dimensión en una vida social que garantice al individuo su libre desarrollo y cooperación con los demás. Por otra parte, la dualidad de los liberales les llevará a apoyar con firmeza el sufragio universal, aunque se negarán a una mayor profundización democrática, como querían los anarquistas, ya que eso podía acabar con los privilegios de la clase propietaria. Puede hablarse ya de cierta ambivalencia en el liberalismo: progresista frente a todo residuo del Antiguo Régimen, uniéndose incluso a los desfavorecidos circunstancialmente, pero conservador cuando las clases humildes realizan reivindicaciones ante un nuevo sistema de explotación y desigualdad. Con el paso del tiempo, se irá consolidando un sistema liberal y una democracia representativa, propio de lo que se llamarán «países avanzados». La realidad es que la minoría privilegiada que detenta el poder traiciona los principios liberales al controlar la economía, los medios de información y la cultura en general, lo que impide esa profundización en la democracia y un mayor desarrollo en libertad e igualdad social. El anarquismo puede considerarse la síntesis, y superación de esa bifurcación producida a partir de la Ilustración y de la Revolución francesa, de las dos grandes corrientes de la modernidad: liberalismo y socialismo.
Chifls…! Reset me in my culture…! Reset me in the profund of power of The Vilage…!
Sounds clamors for me of a Real Freedom…!
The sound of sirens stop…!
My mind…! Really my mind is free!?
Negative!
My mind is positive!
Really cool the history!