Mijaíl Bakunin es, sobre todo, un revolucionario. No es un anarquista de salón, es un hombre de acción que no escribió su primer texto político hasta 1842 y siempre consideró que su producción teórica estaba subordinada a su acción revolucionaria. Su biógrafa Helena Iswolsky apunta: “Los escritos de Bakunin están compuestos por cuartillas dispares, proclamas, cartas, artículos de propaganda, arreglado todo a voluntad de los impresores clandestinos o de los amigos a quienes confiaba con frecuencia sus pruebas. Daba a sus camaradas libertad absoluta para retocar y abreviar, sin tener ningún amor propio de autor”. ¿Quiere eso decir que su labor teórica es menor o de escaso interés? En absoluto; pero si es verdad que encontramos en él más intuiciones que certezas. Pero, ¿no es esa, precisamente, una de las señas de identidad del anarquismo?
Así fue porque Bakunin así lo quiso: era hijo de su tiempo y su tiempo fue el del romanticismo. Mientras Marx, con puntualidad prusiana, pasaba las tardes en el mismo pupitre de la biblioteca del Museo Británico, él apuró apasionadamente la vida: luchó en las barricadas en Dresde, Praga o Lyon; fue condenado a muerte en Alemania, el imperio Austro-Húngaro y Rusia; vivió como mísero emigrante en una docena de países…
Quizás por eso su pensamiento no es estático ni monolítico; realizó una tarea titánica al llevar sus reflexiones más lejos que los socialistas utópicos, atados a los convencionalismos burgueses, y más lejos que Marx, siempre deudor de su academicismo y su rígido racionalismo. Sólo después de 1860 pudo fijar los postulados de su ideario, pero en poco más de una década sentó las bases teóricas del anarquismo contemporáneo.
¿Cuáles son esas bases? La primera es la libertad. Bakunin nació en 1814 en la Rusia zarista, un imperio autocrático en una Europa que aún luchaba por romper las trabas del Antiguo Régimen, cuando la libertad individual y colectiva había que conquistarla cada día. Pero fue más allá de los postulados de la burguesía liberal; para Bakunin la libertad de cada uno de nosotros no termina donde empieza la del otro; por el contrario la libertad de los otros es complementaria de la mía: “Yo sólo soy verdaderamente libre cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, sean igualmente libres, y cuanto más numerosos sean los hombres libres que me rodean, y más profunda y duradera su libertad, tanto más extensa, más profunda y más duradera será la mía”. Porque él no es un individualista; no es Stirner y no es Nietzsche. Para Bakunin la sociedad es una construcción humana pero insustituible; no quiere aislarse de ella ni remontarse por encima de ella como un superhombre: quieren transformarla de raíz. Y esa raíz es la libertad.
En segundo lugar, yo señalaría el materialismo, una herencia de su pasión juvenil por Hegel, cuya filosofía abrazó con la misma convicción con que rompió con el idealismo de Fitche, cuyas obras le habían abierto el apetito por el pensamiento abstracto; quizás por eso siempre le quedó un poso idealista. Para Bakunin las dos realidades materiales a las que no podemos sustraernos son la Naturaleza y la Sociedad. El resto de las instituciones, incluyendo el Estado y la Iglesia, son construcciones humanas que pueden y deben ser superadas, pues sólo han sido levantadas para coartar nuestra libertad.
En tercer lugar, destacaría su humanismo. Se ha repetido que los anarquistas recogían una herencia rousseauniana y creían que “el hombre es bueno por naturaleza”. Nada más lejos de Bakunin, que sostenía que si creemos en una naturaleza común a todos los individuos, ésta tiene que ser anterior y superior a ellos y sólo puede ser Dios, un concepto cuyo materialismo rechaza. Por tanto, no nacemos buenos y tampoco se nos puede coaccionar a ser buenos, debemos de serlo como una premisa ética, y de ahí la importancia de la coherencia entre fines y medios: no hay otra guía de vida que la ética. Ese humanismo le empujó al colectivismo económico; no era contrario a la propiedad colectiva, pero se oponía a eliminar aquella propiedad individual que no generase explotación.
Huyendo de las abstracciones, intervino en los debates más acuciantes de su tiempo: el nacionalismo y la lucha de clases. Siempre hostil al nacionalismo ruso, en su juventud defendió el paneslavismo, implicándose en las revueltas en Polonia o Praga, pero desengañado de esta experiencia, se desembarazó del nacionalismo decimonónico. Firme internacionalista, defendía el afecto a lo que llamamos la patria chica, pero se oponía a que ese sentimiento tuviese una dimensión política; es decir, para Bakunin la protección de los particularismos de los distintos pueblos no podía desembocar en la formación de Estados propios, que sólo serían nuevos instrumento de opresión.
Y no fue ajeno, desde luego, a la lucha entre la burguesía y el proletariado. Para Bakunin la adscripción a una de las dos facciones enfrentadas no podía establecerse exclusivamente en base a presupuestos económicos: la diferencia no estaba en la desigual capacidad económica de unos y otros. El problema, según lo veía, no era que la acumulación de riqueza crease una clase social superior y ésta consolidase esa supremacía mediante instituciones políticas, sino que los que detentaban el poder político siempre terminaban por oprimir a los demás y de actuar en su propio beneficio. Opinaba que fuese cual fuese el modelo económico, las élites siempre actuaban en provecho propio y en contra de la libertad y los intereses de la mayoría; una ley universal que valía para la aristocracia feudal y para la dictadura del proletariado. Además, tampoco creía que los obreros de la industria moderna tuviesen ninguna superioridad sobre las demás clases sociales oprimidas y explotadas (campesinos, artesanos, lumpemproletariado…), así que, a pesar de su afición por las sociedades secretas, también se opuso a cualquier vanguardismo.
Hablar de las ideas de Bakunin es hablar de Bakunin, pues no hay distancia entre su vida y su obra. Como dice su biógrafo H. Kaminsky, “Marx es estudiado, Bakunin imitado”.
Juan Pablo Calero Delso
Publicado en el número 313 del periódico anarquista Tierra y libertad (agosto de 2014)