Acaba de lanzarse una campaña, en plena crisis, para favorecer el turismo en este grandioso país llamado España. Si atendemos a que para ello se han unido el fabuloso Gobierno de coalición progresista con alguna institución europea, la patronal, grupos empresariales y algún otro lindo grupo que me dejo en el tintero, se explican los inefables protagonistas y el irrisorio tono del vídeo de promoción. En una sociedad donde gran parte del personal está más que alienado por los espectáculos deportivos, unos cuantos multimillonarios jugadores nos recuerdan lo bueno de que España es un mero país de servicios. Un fulano cuyo cuestionable mérito es conducir una máquina a gran velocidad, y cuyas millonarias cuentan están a salvo en lugares remotos, afirma que esta es la nación más segura del mundo. Un grupito de cocineros irritantemente mediáticos, tan populares como adinerados, recuerda que somos una potencia mundial en gastronomía, a pesar de que sepa de que no hace falta irse al Tercer Mundo, en España se pasa hambre.
Una banquera de poder económico infinito se reafirma en el hecho de que España es poco más que un lugar para visitar y pide, sin asomo de vergüenza alguna, inversiones al respecto. Mientras, atónito, contemplo semejante espectáculo no puedo evitar pensar dónde diablos quedó la lucha de clases. Tal vez, sin comerlo ni beberlo, haya sido absorbida por el gobierno de coalición y la política del cambio, donde alguna pieza se mueve para que todo siga igual. El spot continúa cuando alguna reputada científica asegura, sin el menor rubor, que los centros de investigación españoles están entre los mejores del mundo. No obstante, el punto álgido de la irritación asoma cuando un prestigioso médico español, eso sí, bien afincado en tierras estadounidenses, se vanagloria de lo grande de la sanidad pública en esta nación. La cosa continúa con más artistas y deportistas, junto a otra figuras que desconozco, reafirmándose en los valores patrios del esfuerzo, la resiliencia, la tolerancia y alguna cosa más, que poco o nada significa sin el respaldo de la realidad y, por supuesto, dejando a un lado el consumo de estupefacientes.
No es casualidad que en plena pandemia, y con una nueva crisis económica del capitalismo en ciernes, se quiera lanzar un alienante mensaje de unidad nacional. Y, todo ello, en aras de un economía nacional que hace tiempo sacrificó su bagaje industrial para convertirse en un mero país de servicios. De aquellos polvos, negociados con instituciones europeas desde nuestra maravillosa Transición democrática, estos lodos. Esta campaña ha sido significamente presentada por los reyes de España en lo que debería ser toda una crisis de la institución monárquica con infinidad de trapos sucios que no terminan de airearse. La mayoría de los medios generalistas han silenciado los escándalos económicos al respecto y, parlamentariamente, la investigación se ha bloqueado incluso por algún partido de la coalición de progreso y cambio. Todavía me aterra pensar que pueda haber algún españolito capaz de agachar la cerviz e incluso identificarse con toda esta pléyade de multimillonarios que nos aseguran que somos una gran nación. Sé que hay todavía un número apreciable de personas lúcidas y conscientes, conocedoras de que esto solo se arregla desde abajo y con la solidaridad entre iguales por única bandera. No obstante, tanto fomento del borreguismo y del papanatismo desde el poder es algo con lo que hay que lidiar y, además, irrita sobremanera.