Cuando Parménides nos dice que “si el ser es, es imposible que no sea” eso implica que cuando no sea, es imposible que a la vez sea, y con ello está sentando las bases de la lógica y el materialismo. Por su parte, cuando el cretense Epiménides formula su famosa paradoja “todos los cretenses mienten” está planteando un problema lógico de difícil solución, puesto que de ser cierta, se niega a sí misma pues al menos ya hay uno –él- que dice verdad. Nos comentaba Aristóteles en su Metafísica que siguiendo su principio de no contradicción: “es imposible que, al mismo tiempo y bajo una misma relación, se dé y no se dé en un mismo sujeto, un mismo atributo”. Parece evidente que en una determinada proposición disyuntiva, si uno de los términos es verdadero, necesariamente, el otro es falso (o viceversa) ya que una misma cosa no puede ser al mismo tiempo verdadera y falsa. En semántica se formula a través de la conjunción disyuntiva «o» que nos obliga a elegir entre dos afirmaciones que nunca se pueden dar a la vez -“te quedas o te vas”, es decir: “si te quedas no te vas y si te vas no te quedas”.
Pues bien, a pesar de las anteriores consideraciones dignas del compañero Pero Grullo, a pesar de los esfuerzos de los griegos de hace 2.500 años, por sentar las bases de una lógica que nos permitiera navegar con buen rumbo a través de nuestros inciertos avatares, en la actualidad, nuestro devenir personal y social, vale decir político, está repleto de contradicciones que no sólo no son tenidas como tales sino que son tomadas en consideración como si fueran fruto de la lógica más aplastante. Nos encontramos a diario con cuestiones que aparentan que a la vez son y no son, que son a un tiempo verdaderas y falsas; elementos obviamente contradictorios que pretenden hacernos ver que no lo son.
Podríamos buscar ejemplos innumerables porque estamos ahítos de ver que el valor de verdad es más relativo que nunca y las incoherencias y las falsedades son la práctica más habitual entre los políticos institucionales españoles –y los de otras latitudes, claro.
Ya decía Max Weber hace más de cien años que el instinto de poder, “pertenece de hecho a las cualidades normales de la política”. El problema aparece cuando a ese instinto de poder se subordina todo lo demás. A partir de ahí, no importa demasiado la coherencia, ni las contradicciones más evidentes, ni el “dondedijedigodigoDieguismo”, que ha pasado a ser práctica tan habitual que la gente ya no lo toma en cuenta o como mucho sirve para regocijo y pitorreo. En un contexto tan mediático como el nuestro, ha llegado a ser normal que un determinado político institucional de cualquier color, en sus declaraciones niegue hoy lo que dijo ayer y pueda desdecirse para volver a defenderlo mañana. Ese instinto de poder tiene como objetivo primario la conservación o mejora del sillón que ocupa y es un gen dominante sobre convicciones o ideologías, así que los líderes de todos los partidos interpretan la realidad en cada momento de la forma que mejor convenga aunque ello suponga caer en incoherencias y contradicciones mientras ello no afecte a sus intereses y expectativas electorales.
Así, nos encontramos habitualmente con un “no es no” categórico que pasa a ser un “sí, pero” para acabar siendo un “sí” autojustificativo y rotundo; aderezado con los pactos y contrapactos propios de un sainete de Arniches que se producen previos a una toma de posesión o una aprobación de presupuestos; con el “do ut des” con las fuerzas minoritarias para arañar los votos necesarios… En una farsa grotesca que se traslada a menor escala a Autonomías y Ayuntamientos…
Las hemerotecas y videotecas, sirven de muy poco, son más que nunca papel mojado porque ponen en evidencia contradicciones y confusiones que no interesan. El pasado no existe, borrón y cuenta nueva. No importa lo que se dijera o se hiciera en su momento. Cada día empieza la cuenta a cero. El valor de las palabras pronunciadas con anterioridad cotiza a la baja en la bolsa de la política institucional. Los más absurdos contrasentidos, las más ridículas meteduras de pata son sólo pasto de humoristas y no se reflejan en las urnas, por lo tanto: ¡A qué preocuparse!
Vistas así las cosas, ya decía Proudhon que ningún programa político está exento de contradicciones así que, adelante con el invento porque tal parece que ya nos han convencido de que, a pesar de los muchos pesares, este Sistema es el menos malo de los posibles. Allá se las componga quien se lo crea.
Rafa Rius