Los ácratas, especialmente los de condición lúcidamente nihilista como el que suscribe, somos poco o nada dados a algo parecido al culto a la personalidad. Seguramente, nos excedemos, lo reconozco, ya que hay figuras históricas que merecen todo el reconocimiento. A propósito de esto, por cierto, una pequeña reflexión sobre eso tan extendido de «no juzgar la historia con la mentalidad del presente» (o algo parecido): se trata de una soberana estupidez. Es decir, claro que podemos comprender que muchas personas eran, sin más o en gran medida, producto de la mentalidad de su tiempo. Sin embargo, otras sí fueron capaces de enfrentarse a los valores imperantes y se manifestaron con fuerza, por ejemplo, en contra de la esclavitud o a favor de los derechos de las mujeres; a esos seres humanos, verdaderos sapiens que fuera capaces de echar por tierra la moral dominante (ya digo, un poco de nihilismo, por favor), es a los que habría que reconocer de la forma que sea, precisamente, para seguir avanzando en la actualidad hacia algo un poquito mejor. Por otro lado, hay también que recordarlo, valientes personas en algunos aspectos en diferentes épocas del pasado, se mostraron incapaces de trascender otras formas de afrontar la existencia que hoy consideramos insuficientes o directamente injustas. Vamos, lo que es la humanidad (y habría que aceptar que parte de ella va ser tendente a lo conservador y/o, directamente, al papanatismo más lamentable). En cualquier caso, se trata inevitablemente de observar y juzgar la historia, a poco que uno tenga verdaderas inquietudes morales e intelectuales, y eso si tenemos la esperanza de ir construyendo una sociedad preferible a esta que sufrimos. Y es que los que argumentan ese pobre lugar común de «no juzgar el pasado», o bien son algo perezosos a nivel mental, o bien redomados hipócritas que pretenden asentar valores reaccionarios en forma de monumentos o fundaciones. Y a eso voy en este inefable país llamado Reino de España.
Existe algo llamado Fundación Juan March, que lleva a cabo no poca actividad filantrópica en los ámbitos de la filosofía, el arte, la ciencia o las disciplinas humanísticas en general, y creo que también dirige bibliotecas y museos, así como organiza exposiciones, conciertos y otros eventos culturales. Hay que decir, si no me equivoco, que toda esa actividad es de acceso libre y gratuito, y de hecho gran parte de todo ello puede encontrarse así en internet y las redes sociales. Yo mismo, he de reconocerlo, he disfrutado de parte de ese material, que se esté o no de acuerdo con lo expuesto es gratificante en esta usualmente descerebrada sociedad mediática que padecemos. Y tengo que decir que lo del calificativo de «filantrópico» con que se publicita algo, habitualmente, me echa bastante para atrás, ya que normalmente se refiere a multimillonarios, que a saber con qué crímenes han forjado su fortuna. Para los que no lo sepan, estoy parafraseando la máxima «Detrás de toda gran fortuna hay un crimen», popularizada más recientemente por Mario Puzo en su novela El padrino, pero que en realidad pertenece al escritor francés del siglo XIX Honoré de Balzac (seguramente, un tipo adelantado a su tiempo en muchos aspectos). Y, a propósito de que toda fortuna se forja con malas artes y acciones insidiosas. ¿Sabemos en este indescriptible Reino de España quién fue Juan March? Se trata de un poderoso empresario y financiero, nacido en 1880 y fallecido en 1962, y se dice que también contrabandista (aunque, tampoco sé si hay mucha diferencia con los aspectos anteriores). Su Fundación es hoy una de las más prestigiosa a nivel internacional y, sin duda, fue un fulano muy inteligente, pero a poco que indaguemos en su currículum también sin ningún escrúpulo y muy significativo de este inenarrable Reino de España.
Es conocido, o debería serlo si formara parte de la educación la historia reciente del país, que Juan March financió el golpe de Estado, en 1936, del criminal Franco y sus secuaces. Es más, hay quien asegura, y resulta creíble, que sin March no hubiera existido golpe alguno, que los generales facciosos no se hubieran atrevido. Antes de eso, ya había creado su banca en pleno régimen dictatorial de Miguel Primo de Rivera, y con la protección del dictador. Efectivamente, su objetivo era ganar dinero a cualquier precio e invertía en cualquier foco que lo produjera, ya fuera abiertamente reaccionario o también en algún medio presuntamente progresista o vendiendo armas en Marruecos a Abd el-Krim para enfrentarse al ejército colonial español. En la Segunda República, se le investigaron sus actividades irregulares y su apoyo a la dictadura previa, llegando incluso a ser encarcelado; en 1933, no obstante, se presentó a las elecciones y llegó a ser diputado por no sé qué partido de centro. ¡Uf, lo que es este inexpresable país! Ya he mencionado sobre el conflicto bélico, civil y social posterior, donde muy probablemente, sin el apoyo financiero de March, los sublevados no hubieran obtenido éxito alguno. También se volcó con toda su influencia en la propaganda internacional, comprando medios y periodistas, para exagerar los crímenes de la zona republicana callando sobre las matanzas del bando reaccionario. Durante la cruenta dictadura franquista, claro, se convirtió en un empresario y banquero de gran relevancia. No tuvo reparos al parecer, jugando a dos barajas, en negociar con ingleses o alemanas en los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial; se dice que ayudó a huir a no pocas víctimas del nazismo… ¡cobrando, claro! Es decir, no hace falta mucho recurrido para observar a un fulano de la peor especie, que eso sí, en 1955 creó la prestigiosa Fundación que hoy lleva su nombre. Insistiré, muchas de las personas que acuden en la actualidad a dicha institución «filantrópica» son brillantes y merecen ser escuchadas. No obstante, no dejaremos de denunciar la tremenda paradoja e hipocresía de que en dicho ámbito actúen expertos en filosofía moral (por poner el ejemplo más obvio). ¿Deberían esas personas, si son conscientes de la figura que otorga el nombre, vetar su axistencia? Yo lo haría y, es más, aprovecharía para exponer los motivos hablando (y juzgando) a una figura histórica inicua con tremendos vínculos e influencia en la actualidad. Pero, tranquilos, tampoco me van a llamar.




