Leo un texto divulgativo en el que se parte de que para explicar los mecanismos de funcionamiento de la capacidad intelectual del ser humano no es necesaria ningún «alma celestial». Naturalmente, y aclaro, desprendemos a la noción de alma de todo vínculo teológico o metafísico. También, se dice que la racionalidad no es exclusiva del ser humano, ya que las emociones y facultades de las que se jacta el ser humano están, tanto de forma incipiente como a veces bien desarrolladas, en otras especies «inferiores».
Así, el hombre sería producto de una evolución biológica y los componentes de su cerebro, en mayor o en menor medida, son los mismos que en el resto de animales; la diferente capacidad mental del ser humano sería de grado, no de clase, ya que así actúa la evolución. Todo esto parece razonable y necesario para desterrar el pensamiento trascendental y la intervención de una voluntad divina. Sin embargo, más controvertida es la aseveración, sustentada en recientes descubrimientos neurocientíficos, de que nuestros actos no están determinados por nuestra consciencia, ya que la intención razonada de hacer algo sería consecuencia de un impulso neuronal sobre el que no se tiene control alguno. La actividad de nuestro cerebro daría lugar a todo en nosotros (deseos, decisiones, percepción…) y se pone en cuestión el «libre albedrío», la voluntad propia vendría a ser una especie de ilusión necesaria para la supervivencia de la especie. Si Stephen Hawking afirmó ya hace unos años que no es necesario a Dios para explicar la creación del universo, también se pueden comprender los actos del ser humano gracias a la evolución y a las leyes biológicas.
Es posible que se simpatice en parte con el texto, por mera divulgación del ateísmo o incluso por no establecer una barrera rígida entre la racionalidad del hombre y la del resto de especies, algo que ha pretendido justificar tradicionalmente la dominación sobre los animales. Si embargo, y valga como guiño a aquellos que me acusan de «cientifista», diré que se me hace reduccionista y algo antipático recurrir mecánicamente a la ciencia para explicar los actos humanos. Una cosa es ser críticos con el «libre albedrío», que tiene su origen en una condición del hombre supuestamente pecaminosa y que abre la posibilidad del castigo, metafísico o jurídico, y otra es confundirlo con una visión amplia de la libertad, noción con muchas lecturas en las cuales siempre tiene cierta importancia la voluntad. Por otra parte, y concretando más en el tema, hay quien afirma que tiene más peso la evolución histórica en nuestro comportamiento, que simplemente la biológica. Habría qué preguntarse a qué nivel quedan la conciencia y las ideas, también como factores importantes para averiguar lo que somos y por qué actuamos como actuamos. Tal vez, como ya se ha afirmado en la modernidad, tienen más importancia los condicionantes sociales, políticos y económicos, que cualquier condición innata.
La gran controversia parece ser entre nuestra supuesta naturaleza, y de ahí las investigaciones por ejemplo, en este campo, de la neurología, y los elementos «ambientales» o económicos. Tal vez no haya que apostar de manera absoluta por ninguno de los dos factores, resultando más bien complementarios, aunque me parece una posibilidad aventajada la de poder construir nuestra propia naturaleza en un determinado contexto sociopolítico. La afirmación, creo que de Marx, de que sin las condiciones materiales aseguradas, resulta imposible la vida espiritual puede ser ya algo asumido por la humanidad (aunque gran parte de ella no tenga clara todavía su supervivencia, tan terrible como eso). Naturalmente, me niego también a creer de forma tajante que los factores económicos determinan toda nuestra vida emocional y nuestras pasiones, sin ningún resquicio para que la voluntad tenga algo que decir. Somos animales, biológicamente evolucionados, en los que la subjetividad resulta primordial; del mismo modo, siendo críticos con toda pretensión de objetividad (lo que requeriría un punto de vista divino), hay que dar en mi opinión la importancia al contexto social, político y económico. ¿Todo se explica desde la subjetividad, desde la particularidad?, al menos es un factor a tener siempre en cuenta.
Es posible que no tengamos respuestas definitivas sobre la «naturaleza» o la «esencia» humana, sencillamente porque no exista algo así, o porque nuestras propias capacidades abren unas posibilidades de libertad que se confrontan con ese mismo interrogante. La biología puede darnos algunas respuestas, pero es posible que el determinismo (la conducta, en definitiva, esté más o menos condicionada por cuestiones innatas o instintivas) encuentre una valiosa información gracias a la sicología o la sociología, entre otras disciplinas. Existen unas leyes físicas y biológicas, que explican la existencia del universo y de las diferentes especies, pero en el caso del ser humano aparece un horizonte en el que, en mi opinión, no existe ya un determinismo de origen natural. A no ser que hablemos de condiciones extremas, pero teniendo claro que al hombre le distingue su constante lucha con la naturaleza, con el entorno (no con las propias leyes naturales). Por muchas cosas que nos aclare la biología y la neurología desde un punto de vista explicativo, parece que es lo social y lo histórico lo más importante para lo que podemos llegar a ser (sin caer, tampoco, en una posición teleológica; es decir, la creencia en una finalidad en la historia humana, algo propio del pensamiento religioso).
Capi Vidal
http://libreexamen.blogspot.com.es/2015/09/determinismo.html
Sin querer polemizar, me parece que, al decir que «es lo social y lo histórico lo más importante para lo que podemos llegar a ser», Capi Vidal está indicando ya que somos o llegamos a ser en gran parte lo que determinan las circunstancias sociales e históricas en las que nos desenvolvemos, y eso es precisamente el determinismo aplicado a los humanos, como individuos y colectivos: somos lo que esas circunstancias nos hacen ser y no lo que nuestra «voluntad» decide…
Porque es evidente que lo que llamamos voluntad está conformada por esas circunstancias, salvo si se considera que ella es independiente de la materia que nos constituye, el libre albedrio para los creyentes en la existencia del cuerpo y el alma.