En las apasionadas discusiones que mantienen conmigo los derrotados en las elecciones andaluzas, una de las cosas que les fastidian más es cuando les suelto –por joder– el «todos sois iguales». Buuuh, qué mal les sienta. Rápidamente me hablan de códigos éticos, y de que sus diputados y dirigentes donan parte de su sueldo al partido para cobrar menos, etc. Entonces les respondo, que eso para mí no es significativo, porque esa donación que efectúan de buen o mal grado (algunos y algunas sufren mucho por la deducción económica), la cobran en otro tipo de beneficios. Me explico.
Cuando yo hago una donación de mi peculio para lo que sea, dono de forma anónima. Por no ser una figura pública, nadie sabe que lo hago, y por ello mi actitud no recibe ni premio ni castigo más allá de lo que pueda pensar yo de mí mismo…, que no es gran cosa. Porque donar diez euros anuales a la Casa de los Gatos no me parece nada extraordinario.
Cuando un político dona parte de su sueldo de forma visible, lo que lleva a cabo es un gesto ostentoso, con un excedente monetario de dinero público (privatizado), que deriva a una institución privada (una ONG de su elección). De la publicidad que reciben acumulan prestigio ante los seguidores. Y ese prestigio les será devuelto por el entorno en forma de favores, cargos, sometimiento, posibilidades, amistades, que serán en el futuro próximo o lejano convertido nuevamente en dinero. Un político, más que dinero, desea sobre todo Poder. Porque tener Poder le da felicidad, y llegado el caso puede reconvertirlo en dinero. Dicho sea de paso, no tienen que donar otras actividades económicas que desarrollen producto de su buen cartel, desde dar conferencias a escribir libros o participar en tertulias.
Un político que hace una donación, no es un político altruista. Nada de lo que hace o no hace un personaje público en beneficio de los pobres, es gratuito. Todo es calculado y restituido por una cadena de gestos que más que transmisiones caritativas, son inversiones más o menos arriesgadas, que conllevan costes, pero también futuros beneficios.
Por establecer similitudes. Las donaciones que llevan a cabo millonarios sin escrúpulos para universidades, hospitales e iglesias, obtienen dos tipos de beneficios: exenciones fiscales y prestigio social que les da legitimidad ante los dominados. El tipo de Zara, oh, es la hostia por haber comprado equipos modernos de radioterapia. ¿no? Por su parte, un político de esos que dan dinero a la beneficencia, tienen a su alrededor a las ONGs de izquierdas suplicando por el «qué hay de lo mío». Del mismo modo obtiene reducciones fiscales y buen cartel ante sus fieles, que pueden así pensar tranquilamente, que están haciendo algo diferente… Cuando en realidad, puaj, resuena el «qué bueno es fulanito, qué pobre es, vamos a votarle». La diferencia entre empresario y político en el tema de donaciones se haya (grosso modo) en que la base del Poder de un empresario es su dinero. Mientras que la base del Poder de un político, es su prestigio (aparte del sueldazo, que no cabe duda que ayuda). Donar un dinerillo le da un lavado y le permite seguir chupando del bote tras las elecciones en primarias.
Porque a mí que me expliquen, quién sería tan tonto entre esa banda de trepas con intenciones diversas, mejores o peores, como para dar algo, a cambio de nada.