José Luis Gutiérrez Molina:
El Estado frente a la anarquía
(Síntesis, Madrid 2008). 450 páginas.
Así se llama un libro, publicado en 2008, del historiador e investigador José Luis Gutiérrez Molina. Tal y como aparece en el subtítulo, Los grandes procesos contra el anarquismo español (1883-1982), se hace un repaso de las maniobras político-jurídicas que condujeron a la represión de la organizaciones ácrata en un país en el que representaban la «máxima modernidad» como instrumentos de lucha de la clase trabajadora. Como afirma el autor, y como seguiremos insistiendo, no pueden realizarse generalizaciones ni caer en lugar comunes sobre el comportamiento de los anarquistas. En España de manera más evidente, al tener una tradición más fuerte, y en muchos lugares del mundo, el movimiento anarquista resurge una y otra vez como signo del deseo de una sociedad más justa y solidaria. Es necesario que conozcamos la historia para comprender también los acontecimientos más recientes y la situación actual, todo los demás son disquisiciones filosóficas, importantes tal vez, pero que de manera aislada no conducen a gran cosa. Desde el primer momento, las organizaciones obreras seguidoras de los principios anarquistas se caracterizaron por la diversidad, trataban de agrupar a esos amplios sectores marginados por el sistema político y social; las tácticas e ideas de los ácratas se mostraron muy eficaces frente a un capitalismo que iba tomando la forma monopolística. Para los años 30, con la llegada de la II República en España, una «cultura radical» de la que participaban diversas tendencias iba a intensificarse. Ese concepto reunía a furieristas, respublicanos federales, socialistas, anarquistas, anarcosindicalistas o radicales socialistas, y formaban un importante magma opuesta a un Estado liberal no totalmente formado. Eran los rasgos libertarios, con seguridad, los que determinaban a aquel movimiento autónomo, modernizador, antiestatal y federalista.
Era una cultura radical, presente en España desde el siglo XIX, que explica el hecho de que tras el fallido golpe de Estado de julio del 36, y la consecuente guerra civil, se produjera también el hundimiento de la Administración y su substitución por nuevas formas de relación social. Los planteamientos ácratas no eran en absoluto marginales ni utópicos, constituían una poderosa alternativa al Estado y al sistema capitalista. Incluso en una situación tan dramática como es un conflicto bélico, la revolución española supuso importantes logros de racionalización de la vida social. La posterior subordinación al Estado, dentro todavía de la lucha contra el fascismo, y la derrota final del bando republicano hay que situarlos dentro de complejas situaciones de las que se han ocupado otras importantes obras (como es el caso de El gobierno de la anarquía, de Juan Pablo Calero, publicada también por Síntesis). El exilio, la represión franquista y la reaparición tras la dictadura, que apuntaba a ser notable como demuestran diversos mítines y jornadas de asistencia multitudinaria. Sin embargo, entre los hechos que explican la imposibildad de que lo que Gutiérrez Molina denomina el «hilo rojinegro» sirviera para conectar con las nuevas generaciones, y volver a construir un fuerte movimiento anarquista, se encuentran también esos grandes procesos fundados en gran medida en maniobras policiales. Como es sabido, el movimiento libertario se negó a participar en las reformas de la Transición, los llamados Pactos de la Moncloa, ya que se consideraba una farsa democrática para que la carga del sistema estatal y socioeconómico siguiera estando sobre los hombros de la clase trabajadora. El «caso Scala», el último gran juicio contra el anarquismo, que sirve de colofón al libro, y demostrado montaje gubernamental, hizo perfectamente su papel.
Acudamos a los orígenes del movimiento obrero anarquista, junto a sus temibles represiones por parte del Estado, Aunque demostrado que todo fue una invención, la leyenda de una organización anarquista criminal llamada «La Mano Negra», de la que se empezó a tener noticia en Andalucía en 1883, llega hasta nuestros días. Hoy, no existe la menor duda de que todo aquello fue montaje realizado desde altas instancias gubernamentales, que sirvió para justificar la represión del movimiento obrero. Gutiérrez Molina da nombres de los responsables, gubernamentales y policiales, de aquella ignominia, y detalles de aquella ignominia, así como los acontecimientos sociales y políticos que la explicaron. Se instruyeron cientos de sumarios, dirigidos a aclarar los supuesto delitos y asesinatos de la sociedad secreta; las más severas consecuencias fueron ocho sentencias de muerte, 15 condenas a cadena perpetua y cientos de militantes obreros encarcelados durante meses. Unos años después, en 1892, de nuevo una ola de represión iba a ser la respuesta a los problemas sociales en la ciudad de Cádiz. Una manifestación de trabajadores, en la que se dio vivas a la revolución social y a la anarquía, acabaría con tres muertos y diversos heridos. La consecuencia fue que se realizaran centenares de detenciones, se cerraran los centros obreros y se practicaran torturas para sacar confesiones; hubo dos consejos de guerra, en el primero con ocho sentencias de muerte, de las que se cumplieron cuatro, y el segundo con nueve cadenas perpetuas. Otros atentados terroristas en otra ciudad española, de inciertos orígenes: una bomba en el Gran Teatro del Liceo (símbolo de la cultura burguesa de Barcelona), en 1893, y el atentado a la procesión del Corpus, en 1896 también en la capital catalana, ambos sucesos con numerosos muertos y heridos. Los autores de aquella barbaridad no están claros, existiendo diversos teorías, lo que es cierto es que ninguna organización anarquista reivindicó nada ni pudo ser responsable. Los encarcelamientos, torturas, ejecuciones, y exilio final en 1900 de decenas de militantes obreros, constituyen una de los capítulos más indignantes de la historia de España.
Otro triste acontecimiento fue la llamada Semana Trágica, consecuencia de la revuelta popular contra el reclutamiento forzoso para la guerra en el norte de África. Uno de los cabezas de turco en las temibles represalias posteriores fue Francisco Ferrer, fundador de la Escuela Moderna, ejecutado en ese mismo año de 1909. Ni la represión, ni los juicios amañados, pudieron detener el curso de la historia en España, y solo un año después nacería el gran sindicato revolucionario Confederación Nacional del Trabajo. Su nacimiento evidenciaba las fuertes raíces del movimiento obrero, de inspiración anarquista, y su adaptación a los nuevos tiempos con sus innegables deseos de modernización. Los ácratas serían los más acérrimos enemigos del poder político y económico, y de la hipocresía que pretendía identificar orden público con paz social. Otros hechos que llegarían después, en un siglo XX convulso especialmente para España, son analizados por Gutiérrez Molina. No solo en época de dictaduras, y de exilio y clandestinidad, también durante la esperanzadora etapa republicana de los años 30. Tras la muerte de Franco, se produjo el ya mencionado caso Scala, cóctel molotov arrojado en una sala de fiestas en 1978, durante una manifestación contra los Pactos de la Moncloa. El balance fueron cuatro trabajadores muertos, un atentado originado en una demostrada infiltración policial. No obstante, a pesar de no estar clara la autoría, es evidente el montaje también judicial para condenar a varios militantes cenetistas, organización que no estaba dispuesta a entrar en la farsa pactista de la Transición española. Otro ejemplo, muy reciente esta vez, en el que trata de identificarse anarquismo con caos y terrorismo demonizándose a sus organizaciones también a través de orquestadas campaña de prensa. Desgraciadamente, el importante hilo rojinegro se rompió (o lo rompieron) en un momento importante para la historia de España. Hoy, el anarquismo organizado resurge una y otra vez, reconociéndose también en todo movimiento hacia una sociedad más digna y solidaria.
Capi Vidal