Han pasado más de veinte años desde la aprobación del NAFTA (Tratado de Libre Comercio Norteamericano) que llevó a la insurrección zapatista de México. Las consecuencias catastróficas en términos medioambientales, sociales y económicos no han impedido la propuesta de un proyecto análogo, esta vez en Europa y con unas siglas diferentes: TTIP (Tratado Trasatlántico para el Comercio y la Inversión).
Se dice que el mejor modo de aprender es a través de la experiencia y el error, y que solo a través de un análisis de cuanto se ha hecho (o no se ha hecho) es posible darse cuenta y mejorar. El estudio de la Historia es importante incluso para este asunto: solo gracias a la valoración de los hechos del pasado, y de las consecuencias que tienen sobre el presente, se puede pensar en construir un futuro diferente. Se trata de una idea muy simple, generalmente aceptada y considerada aplicable a todos los campos de la vida y del conocimiento. Bueno, a casi todos. En lo referente a la Economía, parece que el análisis de las políticas económico-financieras llevadas a cabo en el pasado por gobiernos y organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional no es importante, y puntualmente puede no ser tenido en cuenta cuando se trata de decidir sobre el particular. Así, cada vez que expertos, ministros y funcionarios prescriben una receta económica, se presentan proyecciones sobre probables éxitos positivos, se adoptan proclamas, pero se pasa de puntillas sobre aquello que podría ir mal y, todavía peor, se ignoran las experiencias anteriores. Sobre todo si han tenido fracasos nefastos. También en el caso del TTIP el debate se ha desarrollado (y todavía se desarrolla) siguiendo la línea de la reticencia. Existen ejemplos de tratados similares que pueden mostrar los efectos de las políticas neoliberales en términos medioambientales, socioeconómicos y políticos. Pero en los debates oficiales, de estos precedentes no se encuentra rastro alguno.
Por el momento todavía en fase de discusión, el TTIP implica a Estados Unidos y a la Unión Europea, y se marca el objetivo de crear la más amplia área de libre cambio del mundo; un bloque que, por sí solo, representaría casi la mitad del total del PIB mundial y el 45 por ciento de todo el flujo comercial del mundo. Para que esto sea realizable, es esencial abatir todos los obstáculos que limitan la libre circulación de bienes, servicios e inversiones entre las dos orillas del Atlántico: se trata de barreras tarifarias (aranceles) y no tarifarias (reglamentos, leyes, normativas) responsables de momento de la falta de libre cambio entre la Unión Europea y los Estados Unidos.
La creación de una gran área comercial es, desde hace muchos años, el sueño de lobbistas, magnates de la industria y gobernantes; se trata de una idea que empezó a circular en 1918 con el presidente americano Woodrow Wilson y sus “Catorce puntos” referidos al equilibrio mundial postbélico y que, desde entonces, está en la lista de objetivos a concretar. Tras la reciente crisis económica mundial y el cambio geopolítico de estos años, las negociaciones han experimentado una rápida aceleración. Quien sostiene la bondad del acuerdo une a esto la tarea de revitalizar la economía de Estados Unidos y la Unión Europea. Según los promotores del tratado, los beneficios serán múltiples: la eliminación de las barreras al intercambio favorecerá un incremento del comercio que se traducirá en un aumento del PIB estimado entre el 0,1 y el 1 por ciento en el arco de una década, con la consiguiente expansión del empleo; en sustancia, más sueldos y trabajo para todos. Aparte de que, en términos políticos, permitiría la creación de un bloque occidental capaz de oponerse a los BRICS en ascenso (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Faltan los presupuestos
Para que el acuerdo genere un aumento del comercio entre las dos áreas, y por ello un beneficio económico para ambos, hay dos premisas vinculantes, sin las que no es posible que se verifique un aumento de los intercambios comerciales: la presencia creciente de una demanda de bienes y servicios, y la voluntad de no comprimir los réditos del trabajo (salarios); es evidente que ninguna de estas dos condiciones está presente en Europa y en los Estados Unidos en plena crisis económica, con una demanda estancada y una presión constante hacia la bajada de salarios (que desde hace tiempo están a la baja tanto en Europa como en Norteamérica). Pero las críticas al TTIP no residen solo en la posibilidad de que el comercio no se incremente como está proyectado.
Los riesgos ligados al tratado son múltiples y tienen que ver sobre todo con la prevista “armonización” y “reconocimiento recíproco” de las normas y regulaciones en materia de producción agroalimentaria, protección del medio ambiente y de los derechos de los trabajadores. Como explicó la Comisión Europea, son las deformidades en esta materia las que hacen poco ágil el intercambio de mercancías, servicios e inversiones entre las dos áreas, y por este motivo se eliminan. Pero el temor a que con el pretexto de armonizar la protección se acabe por desnaturalizarla, en nombre de la competencia y del libre cambio, es muy fuerte.
El mercado de trabajo estadounidense difiere del europeo por la presencia de contratos menos protegidos y peor retribuidos. Un empujón “armonizador” tendería hacia abajo, en perjuicio de los trabajadores europeos. Análoga situación en cuanto a la preservación del medio ambiente y de la salud, mucho mayor en Europa respecto a Estados Unidos. En estos tres ámbitos, una competencia abierta y desregulada llevaría a una bajada drástica de los estándares corrientes.
La denuncia de una maniobra especulativa de las multinacionales se ha planteado desde varios sitios. Serían los sujetos que en gran medida o exclusivamente ganarían en un área de libre cambio entre las dos orillas del Atlántico. Gracias a la que es definida como “armonización” de las normas en materia de Organismos Genéticamente Modificados y Biotecnología, por ejemplo, el mercado europeo se encontrará literalmente inundado de artículos alimenticios a bajo precio; un hecho que llevaría a los pequeños agricultores europeos a no poder competir con los precios de la agroindustria norteamericana, que se convertiría en el único e indiscutible amo del sector. Finalmente, de atraer inversiones directas estadounidenses, Europa podría empujar más a fondo la corriente de flexibilización y precarización del mercado de trabajo, escenario perfectamente en línea con las políticas laborales adoptadas hasta la fecha.
Es posible evitar cálculos, esfuerzos y previsiones acerca de las consecuencias que tal tratado puede comportar analizando el recorrido y los éxitos del NAFTA. Estipulado en diciembre de 1992 y en vigor desde 1994, el Tratado Norteamericano para el Libre Comercio preveía la creación de un área de libre cambio entre Canadá, Estados Unidos y México. Como el actual TTIP, también el NAFTA fue redactado por tres países con diferente tejido social y diferentes sensibilidades en materia de derechos, protección medioambiental y mercado de trabajo; como aquel, también se proponía mejorar las economías de los países implicados gracias a la activación del comercio. Hoy como ayer, la receta neoliberal se propone como panacea para todos los males sociales y económicos y, según los políticos que deciden, en el horizonte habría bienestar y prosperidad. Lo que sucedió en realidad, y contra lo que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se sublevó, fue muy diferente.
El fantasma de la deslocalización de fábricas estadounidenses y canadienses en suelo mexicano, para aprovechar la ventaja de la mano de obra a bajo coste, se materializó. La atracción por parte de México de enclaves productivos canadienses y estadounidenses fue todo menos maná del cielo: para mantener a los trabajadores “apetecibles” con el fin de conseguir las inversiones directas, no existió una nivelación al alza de la protección de la clase obrera; al contrario, es posible un posible empeoramiento. Para Estados Unidos y Canadá, el tan cacareado aumento de empleo se resuelve, por el contrario, con la pérdida de un considerable número de puestos de trabajo. El maíz americano a bajo precio llegó a México expulsando de los mercados la producción local y obligando a emigrar a muchísimos campesinos. A distancia de dos décadas, los efectos negativos del acuerdo son todavía perceptibles y eficaces.
Las condiciones por la que, tras veinte años, el pasado se reproduce a sí mismo, pero con unas siglas diferentes, son las mismas. No obstante, las semejanzas entre TTIP y NAFTA son fácilmente diferenciables, los (pocos) debates sobre el particular continúan caracterizándose por la visión del libre cambio como única vía, la única que se puede recorrer para alcanzar un bienestar colectivo que, evidentemente, no se dará. No hay que dejarse engañar por lo que parece un “olvido” respecto a las experiencias económicas transcurridas. La censura del pasado y la ocultación de los hechos son los métodos sistemáticos utilizados por quien ofrece dogmas y oculta la verdad.
Demostrar tener memoria es el primer paso para huir de la creación de los mismos escenarios de siempre. Para demostrar que no somos víctimas inermes de un eterno retorno de la Historia.
Carlotta Pedrazzini
Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.326 (septiembre 2015).