El Movimiento Nacional de Catadores de Materiais Recicláveis (MNCR) de Brasil nació en el año 1999 fruto de un primer encuentro nacional de recicladores de papel al que seguía, dos años después, un congreso en Brasilia. El movimiento adoptaría una dimensión internacional con la celebración en 2003 y 2005 de sendos congresos latino-americanos de recicladores y recicladoras. Desde Redes Libertarias hemos considerado interesante reflexionar sobre este movimiento y su trayectoria, para lo que hemos traducido dos textos publicados originalmente en su folleto de formación del año 2005. En esta primera entrada, os dejamos el análisis que hicieron del contexto en el que surgió el movimiento. En una próxima entrada publicaremos la declaración de principios y objetivos. Podéis encontrar más información sobre el MNCR en su web: https://www.mncr.org.br/
LOS TIEMPOS QUE VIVIMOS
(extractos del folleto de formación del Movimento Nacional dos Catadores de Materiais Recicláveis (MNCR) de 2005)
Son tiempos duros y difíciles. No vale la pena engañarse pensando que es fácil para la población y los movimientos populares, porque no lo es. Vivimos tal vez una de las coyunturas más arduas de la historia de Brasil y de América Latina. Pero el primer paso para intentar transformar la realidad es saber muy bien dónde nos encontramos, conocer a fondo el mundo real (y no el de las ilusiones, las telenovelas o el sistema judicial), viviendo y sobreviviendo junto a las capas más simples y humildes de los brasileños.
Parecen cifras frías, pero sabemos que son alarmantes porque cada dígito significa una vida. Hoy hay más de 150 millones de brasileños. De ellos, más de 35 millones padecen hambre e indigencia. Más de 60 millones de brasileños viven con menos del salario mínimo: 80 millones de pobres. Así que tenemos más de 100 millones de seres humanos viviendo/sobreviviendo en la pobreza o la desesperación dentro del país. La clase media (que no deja de disminuir) ronda los 30 millones. Los ricos y superricos (que están a la altura de los ricos del primer mundo) son algo menos de 10 millones. El 10% más rico acumula más de la mitad de los ingresos. ¡Por eso decimos que los trabajadores no tienen tiempo de ahorrar!
Tal injusticia social ya ha sido asumida incluso por los sectores más arrogantes de las clases opresoras: «La pobreza en Brasil no es un fenómeno coyuntural, es estructural», confiesa el enemigo. En pocas palabras, ¡la pobreza es tan brasileña como la samba, la feijoada, la capoeira, la batucada y el fútbol! En resumen, desde que se inventó Brasil (incluso cuando el opresor lo llamaba Tierra de Santa Cruz), se han inventado la pobreza y la injusticia brasileñas. Brasil produce más riqueza que toda América Latina junta y, sin embargo, tiene los salarios más bajos del continente. De las economías industrializadas, este país tiene el reparto de la renta más injusta del mundo.
Gran parte de esta pobreza comienza cuando la educación hace caso omiso de la enseñanza y los conocimientos populares. Como este sistema es injusto por naturaleza, la educación básica es deprimente y a menudo faltan plazas en las escuelas públicas. Tenemos un 30% de analfabetos y otro 30% de iletrados (los que apenas dominan el idioma y ni siquiera entienden lo que pone en un periódico), y la tendencia va en aumento.
Otra gran parte de la pobreza proviene del hambre y de la situación del campo. El 1% de los propietarios rurales (incluidos los conglomerados de empresas nacionales y multinacionales) posee casi el 50% de las tierras cultivables. Hay 12 terratenientes que poseen extensiones de tierra equivalentes en superficie a países como Alemania, Bélgica y Suiza juntos. Algunas familias son propietarias desde hace más de 400 años. En la Amazonia, una multinacional posee una superficie del tamaño de Rio Grande do Sul. Por otra parte, solo los micro y pequeños agricultores producen para alimentar a nuestro pueblo, y aun así no tienen incentivos y son expulsados de sus tierras. 3,1 millones de los 5 millones de parcelas de Brasil pertenecen a micro/pequeños productores y cada uno tiene menos de 10 hectáreas de tierra. Constituyen el 53% de las propiedades rurales y su extensión es inferior al 3% del total de tierras cultivables. ¡Estos campesinos son los que siembran para que nosotros comamos! El concepto «productivo» varía según la clase a la que pertenezcamos. El sistema capitalista considera «productivos» los monocultivos (como la soja, el café, las naranjas, la caña de azúcar, la reforestación para pasta de papel, etc.), los incendios, el fin de las reservas extractivas, la ganadería extensiva, la compra de tierras para la especulación financiera y la morosidad bancaria de los «productores» rurales. Consideramos que esta plantación de miseria es el modo de producción rural del enemigo de clase. Esto solo provoca más éxodo y migración, legiones de personas sin trabajo estable en el campo (como los temporeros) y una máquina de hambre y desesperación.
Afortunadamente, muchos campesinos han despertado y se están organizando para recuperar lo que es nuestro. Por desgracia, el saldo del despertar es un trabajador rural asesinado cada semana en la lucha por la tierra y la libertad. No es de extrañar que el Movimiento de los Sin Tierra sea el único movimiento de masas que avanza por su propio pie, a pesar de tanto derramamiento de sangre. Por tener un proyecto de sociedad que empieza aquí y ahora, por organizar a la clase campesina en todos los rincones de Brasil, son una referencia y un ejemplo a seguir.
Tras la dictadura militar y más de diez años de farsa democrático-burguesa, este sistema vicioso ha encontrado formas de estabilizar la miseria. Hoy, más del 70% de los brasileños viven en ciudades, y 1 de cada 3 se concentra en las mayores metrópolis (como São Paulo, Río, Belo Horizonte, Porto Alegre, Curitiba, Salvador, Recife, Belém, Vitória, Fortaleza, Campo Grande, etc.), además de algunas ciudades que son los centros de microrregiones.
Es en la vida cotidiana de las grandes ciudades donde la octava economía mundial muestra su cara más perversa. Falta de servicios básicos (agua, electricidad, alcantarillado, saneamiento, limpieza, transporte), inseguridad entre las clases trabajadoras (siempre jugando pueblo contra pueblo para aumentar la guerra entre pobres), trabajo, sanidad, ocio y educación. A diferencia de otras economías del continente, el desempleo/subempleo (así como la pobreza) son estructurales, es decir, incluso durante la época de la esclavitud había mucha gente que vivía de pequeños trabajos. En las calles de Brasil, la economía informal es una salida al desempleo y evita el aumento de la delincuencia. Aun así, los gobiernos locales se afanan en reprimir a estos trabajadores y «limpiar las calles».
Siguiendo esta filosofía, limpian las calles matando a nuestra gente, a los hijos del pueblo llamados niños de la calle, a los sin techo y a los recicladores. Escuadrones de policías, comerciantes y traficantes matan a niños y ancianos que ellos mismos han arrojado a las aceras, bajo marquesinas y viaductos. Tenemos una enorme parte de la población brasileña que funciona como una eterna «fábrica» de niños de la calle: falta de todo, incluida la autoestima, degradada cada día por los medios de comunicación. Otra respuesta de los opresores es la esterilización masiva de las mujeres pobres (nota: deben querer cortar el «mal» – nosotras – de raíz).
En el campo de la represión institucional y parapolicial, el país va muy bien, con un alto nivel de «productividad». Tenemos matones y asesinos con uniformes de todos los colores y también sin uniforme. La violencia urbana es el antídoto para que los brasileños no empiecen a disparar en la dirección correcta, golpeando a esta élite repugnante, a sus aliados, lacayos y perros guardianes. En las favelas y periferias, la vida vale una botella de cerveza o de cachaça, un ajuste de cuentas, deudas de favores o pura bestialidad. Cuando no es por ninguna de estas cosas, siempre hay una bala perdida que se lleva al infierno a otro brasileño, (profesional de la esperanza). Si esas balas alcanzan donde no deben -zonas de clase media o alta-, los medios de comunicación montan un escándalo; si matan a otro habitante de la favela, no dicen nada.
No por triste coincidencia, la mayoría de los pobres, miserables, analfabetos, encarcelados, trabajadores con salario mínimo y marginados son negros/afrobrasileños. Somos más de 80 millones de negros, ¡la segunda mayor población de origen africano del mundo! Esta mayoría de nuestro pueblo construyó el país sobre sus espaldas, vio a sus hijas violadas por los amos esclavistas, su fe y su cultura prohibidas o apropiadas, su autoestima casi destruida. El esquema de las élites en este caso es simple: ¡todo lo que sea de origen afro y bueno (para los opresores) se considera nacional, todo lo que sea malo es ilegal! Poco a poco, los gobernantes se han ido apropiando de todo lo que se construyó con el sudor y la creatividad de los trabajadores negros, pero siempre ha habido y habrá resistencia. Intentan engañarnos diciendo que vivimos en una democracia racial. Los reformistas hablan de superar la discriminación, pero nosotros decimos que hay que acabar con la dominación (de clase y étnica). Si los negros se liberan, habrá un camino de liberación para todos los oprimidos de Brasil, ¡por eso esta lucha es de todos!
Autobuses abarrotados y trenes destartalados transportan cada día al matadero a la mayoría de los habitantes del país, con más televisores que frigoríficos. El control de los medios de comunicación -nueve familias poseen más del 80% de los medios de comunicación de masas y la red Globo cubre el 98% del territorio nacional- ha sido cuidadosamente implantado por los militares. Nos bombardean con tonterías y mensajes individualistas (como: «tienes que ganar, el mundo es para los ganadores, sé tú también un triunfador» y otras tonterías infestadas de los valores de las clases dominantes), intentan bestializarnos sufriendo los «dramas» de los ricos en las telenovelas y hacen un esfuerzo monstruoso por destruir nuestras identidades y características regionales. Cada cierto tiempo, aparece en las noticias un nuevo escándalo de corrupción. Luego sale otra telenovela y todo el mundo «olvida» lo mucho que nos han vuelto a robar (nota: quien piense que la gente olvida se equivoca). No ocurre lo mismo con los medios impresos (periódicos y revistas). A los brasileños que no pueden vivir sin la radio, los propietarios de las empresas de radiodifusión intentan idiotizarlos a diario. Con la vista puesta en las nuevas tecnologías de la comunicación, el monopolio ya está siendo presa de esta nueva tendencia.
Podríamos citar mil desastres. Falsedades también, como la industria de la sequía, las obras públicas realizadas por contratistas, la corrupción rampante, el Estado brasileño es un reparto de élites y chupasangres multinacionales – mientras con el salario mínimo se compra cada vez menos. Dicen que tienen que deshacerse de las empresas estatales para sanear las cuentas públicas. Eso es mentira. Están vendiendo los activos de la clase trabajadora a precios de ganga porque eso es lo que el FMI, el Banco Mundial y el GATT les dicen que hagan. Racionalizar la maquinaria estatal y modernizar la economía son las palabras de los tecnócratas. En la práctica, esto significa millones de trabajadores públicos y privados en la calle, y también más miseria, desesperación y masacres. Son tiempos neoliberales, de la restauración burguesa que babea de odio cuando destruye las conquistas históricas de los trabajadores.
En la última frontera, en el interior que queda por cercar, conducen a la gente como ganado hacia el norte. La Amazonia se ha convertido en un Salvaje Oeste caboclo donde casi todos pierden y muy pocos ganan (empresas madereras, mineras, grandes traficantes, todos vinculados a multinacionales y oligarquías de la región). El medio ambiente, la selva y sus habitantes – caboclos, indígenas, caucheros, agricultores, pescadores e incluso mineros – están siendo diezmados.
Seguimos teniendo una parte de la población esclavizada, como en las zonas mineras del carbón, la explotación del trabajo infantil, el tráfico de mujeres y niños y un número muy elevado de niños prostituidos.
Las mujeres son la mayoría de la población. Detrás de una supuesta independencia (donde lo más que existe es una nueva clase formada por mujeres explotadoras) se esconde la dominación masculina y el sexismo. Los salarios de las mujeres son más bajos, los empresarios reprimen a las embarazadas y a las madres (faltan guarderías para que las trabajadoras dejen a sus hijos), las explotan como objetos sexuales (el cuerpo de la mujer como objeto de consumo) y duplican la jornada laboral. Vemos quizás la mayor categoría de trabajadoras brasileñas, las trabajadoras domésticas (fijas o temporales), con toda su vida ligada a la familia de su empleador. Sueñan los sueños de los millonarios de telenovela, su autoestima es agredida todos los días (a veces, recordando la esclavitud, los hijos de los dueños de la casa, o el propio dueño, las utilizan como objeto iniciático o sexual) y casi no tienen derechos (la mayoría ni siquiera tiene un contrato formal). Se les enseña a pensar que «la jefa es buena conmigo porque me considera de la familia». No es por otra triste coincidencia que la mayoría de las trabajadoras domésticas son negras o inmigrantes. Trabajadoras domésticas, sirvientas, limpiadoras, campesinas, secretarias y mujeres con el destino marcado son la mayoría de las madres solteras. Además, continúa la abominable violencia contra las mujeres, como violaciones y palizas. Por muchas migajas que dé el sistema, nunca alcanzan ni satisfacen. La satisfacción llega cuando cada vez más mujeres participan en movimientos populares, luchando colectivamente para liberarse de la opresión secular y, de paso, contribuir a transformar la sociedad en su conjunto.
Una de las verdades más duras es que Brasil sigue siendo un país marcado por la esclavitud. Directa e indirectamente. Hay salarios de miseria, centrales sindicales pobres o reformistas (cómplices del fascismo-corporativismo sindical, aceptando el impuesto sindical, la CLT, los tribunales del trabajo – que siempre juzgan las huelgas como ilegítimas e ilegales – y reconociendo los sindicatos oficiales), mucha gente pobre con cabeza de capitán de monte (sintiendo odio hacia sus hermanos y hermanas, incorporando los valores y sentimientos «dulces» de los amos), una minoría que hace lo que quiere y tiene cabeza y actitudes de «sinhô» (es el dicho de «quien puede manda y quien tiene juicio obedece») y una maldita noción de que «todos contribuimos a construir Brasil» (obs: ahora sería el momento de preguntar: «¿Todos quiénes? ¡¿Quién violó y masacró o los hijos de la conquista?!). Además, están las puertas traseras, las escaleras y ascensores de servicio y los cuartos de servicio; básicamente nos dicen qué lugares están destinados a los trabajadores brasileños. Lo que esta gentuza que nos domina sabe muy bien, y mucho mejor que nosotros es que cuando «esta gente bronceada muestra su valor y todo su dolor», es casi imposible que nos retengan. Desde los modernos barrios de esclavos, con todos sus capataces, cagüetas, traíras, yagunços y amos, si hacemos bien nuestra parte, como pueblo tenemos la oportunidad de liberarnos de sus cadenas y latigazos.
Por parte de las élites, están en otro modelo acumulativo. Llenaron el país de deuda externa contraída para grandes obras (y el pueblo pagó la cuenta), asfixiaron la economía con inflación (ellos se beneficiaron del circo financiero, ¿y nosotros?) y hace un tiempo decidieron estabilizar la pobreza. El mercado regional sudamericano, iniciado por MercoSur, está en expansión. Tal vez los 40 millones de consumidores brasileños aumenten un poco al principio con la expansión del mercado de bajos ingresos. Pero todos sabemos que el proyecto de integración del mercado no incluye un plato de arroz y frijoles o tres comidas al día en los estómagos de nuestra gente.
Pero eso no les importa. La única élite latinoamericana con potencial expansionista se envalentona de nuevo. Es como el subimperialismo del segundo reinado: todas las tonterías sobre Brasil el Grande, el país del futuro, líder y potencia regional, factor fundamental en la geopolítica de América Latina, como dicen los milicos. Solo que ahora nuestra gente no cree en el «ámalo o déjalo, vivo en un país que va hacia adelante, vamos todos juntos» y otras bufonadas nacionalistas por el estilo. Nada de eso funciona ya. Sabemos que la gran mayoría de los brasileños y hermanos del continente no están a favor del proyecto de integración del mercado regional. O buscamos nuestra propia salida, o nos vamos al garete.
Ahí es donde vemos una vez más a nuestro pueblo sin una izquierda a la altura de las luchas sociales brasileñas. Sería injusto mencionar a tal o cual partido, porque casi todas las corrientes de esta «izquierda» se han hundido en una mediocre y vergonzosa complicidad con este sistema asesino. No nos importa la gilipollez de intentar ser felices cada cuatro años. Sabemos que todavía hay mucha gente dispuesta en las bases de todos los movimientos sindicales y populares y millones y millones de brasileños oprimidos dispuestos a unirse a la lucha. Esta es la izquierda que nos interesa. Esta es la camaradería de militantes sinceros, dedicados y dispuestos. Y solo podemos contar los unos con los otros.
Como fuerza organizada de recicladores, nos unimos a nuestros compañeros de los otros Movimientos Populares. Codo con codo con nuestra gente, siempre. Para conseguir nuestros objetivos concretos, pero también tierra, trabajo, vivienda, salud, educación, ocio, vida en comunidad, dignidad y autoestima. Para tener la oportunidad de tomar nuestras vidas y destinos en nuestras propias manos en una lucha a largo plazo, tenemos que escribir nuestra historia con:
¡La mano extendida y los brazos abiertos a los compañeros
y el puño cerrado para golpear al enemigo!