Hace ya casi un par de años que, tras la dimisión de Ratzinger, existe un nuevo pontífice en el Vaticano. Desde entonces, asistimos a la entronización de un señor que, con el mismo discurso de siempre dentro de la Iglesia Católica, simplemente se muestra mucho más cauto y ‘cercano’ en las formas. Los medios, incluso algunos supuestamente progresistas, han aplaudido las palabras del nuevo Papa con tanta dosis de papanatismo como consecuente falta de profundización en los discursos habituales de una institución simplemente anacrónica.
Y decimos tal cosa a sabiendas de que existan masas enfervorecidas que siguen ciegamente a los líderes eclesiásticos. Estamos totalmente a favor de la libertad de conciencia, faltaría más; un paso más avanzado es la total libertad de crítica en aras del progreso. Por poner un ejemplo de lo que queremos decir sobre una institución eclesiástica todavía con demasiado poder, el cada vez menos progresista diario El País de España ha dedicado primeras planas a alabar una más que cuestionable renovación en la manera de ver las cosas en la Iglesia. Se aplaude si el sumo pontífice dedica palabras amables a los homosexuales (algo así como «Quién soy yo para juzgar a los gays»), cuando se mantiene intacta una moral obsoleta que observa dicha condición sexual como algo patológico, desviado, contraria a lo que ellos consideran «normal».
Precisamente, hablando de patología, alguien dijo una vez que lo que era simple delirio en una persona, se convertía en religión cuando las creencias se producían a nivel colectivo. Hablamos de instituciones ferozmente jerarquizadas, que exigen una absoluta obediencia, decidiendo sobre lo que tienen que hacer y pensar las personas, y cuyo máximo mandatario se encuentra en comunicación directa con un ser sobrenatural todopoderoso. Como ya hemos insistido desde este blog, el debate a estas alturas de la película no es cuál religión es mejor, cualquiera de ellas tiene una moral que será pronto superada, o más verdadera, obviamente todas son cosmogonías falsas; la auténtica cuestión es si la religión es o no necesaria bien entrados en el siglo XXI.
No obstante, dejemos a un lado esta crítica radical a la religión y a las organizaciones derivadas, y centrémonos en el Papa Francisco. Recientemente, a raíz de los atentados islamistas a la publicación satírica Charlie Hebdo, este hombre ha manifestado su condena, su defensa de los «derechos humanos» y de la «libertad religiosa» junto a una metáfora sobre que hay cosas que no pueden criticarse: algo así como «si alguien dice una mala palabra de mi madre, puede esperarse un puñetazo». Dejando a un lado la muy cuestionable apología de la violencia, supuestamente ajena al cristianismo (aunque, como haya pasado con todo dogmatismo, en nombre de esta religión se hayan producido las mayores barbaridades en la historia), este señor quiere olvidar que lo que los compañeros de la publicación Charlie hacen no es un mero insulto gratuito (que sería, por otra parte, condenable por otros medios sin que medie la violencia de por medio), sino una crítica a lo instituido con toda la intención del mundo. Gente poderosa, políticos, empresarios y religiosos, han sido objeto de la pluma afilada de esta publicación; el Papa Francisco, por muy amable que quiera presentar su faz, es simplemente uno más de esa clase.
Repasamos otras declaraciones del Papa. «No tener hijos es una elección egoísta», manifestó recientemente, junto a la afirmación de que tres es el número ideal de infantes por familia. Otras palabras que muestran la verdadera cara ideológica de nuestra muy repudiable Iglesia. ¿En qué mundo vive esta gente? No tener hijos es una elección tan respetable como cualquier otra. Es más, en este mundo en el que vivimos, con tanta injusticia y problemas sociales, con tanta infancia desprotegida, no tener hijos es la elección más lógica y concienciada. Por supuesto, es una manera más de ver las cosas; la diferencia es que algunos no nos subimos a un púlpito para manifestarlas. Tal vez la curia romana, sabiendo que estas declaraciones son seguidas al dedillo por demasiados feligreses ciegos, tema algún día quedarse sin clientela. Repugnante, en cualquier caso, muy repugnante.
Son muchas las palabras textuales que podemos analizar del sumo pontífice, dichas no de manera accidental, sino con toda la intención del mundo. Ya en el terreno de la estulticia, aunque no exenta la declaración de un tono igualmente abominable, Francisco ha dicho en cierto medio televisivo mejicano lo siguiente: «A Méjico históricamente el diablo lo ha castigado con ‘mucha bronca’ porque fue el lugar de la aparición de la Virgen de Guadalupe». ¿Merecen mucho análisis estas palabras? Los numerosos problemas sociales que tiene aquel país, explicables por motivos muy terrenales (y, por supuesto, solucionables si se profundiza en ellos), son producto de una infantil creencia sobrenatural. No olvidemos una cosa, la Iglesia es simplemente una organización conservadora en aquellos lugares donde ya no manda tanto y muy reaccionaria donde sí puede hacerlo; por lo tanto, cómplice directa o indirectamente de las injusticias sociales, económicas y políticas. Sea cual sea la faz que presente su máximo mandatario, y por mucha buena gente que haya en sus bases (no hace falta decirlo, existen personas que creen y practican el amor al prójimo, dentro y fuera de las organizaciones religiosas), esto es lo que está detrás de la Iglesia Católica: una moral obsoleta, una negación abierta o encubierta del placer y una apología del sufrimiento, una defensa directa o indirecta del sistema instituido (con todas sus injusticias sociales), sexismo y homofobia, una negación general del progreso, junto a creencias infantiles en fuerzas sobrenaturales (benévolas o malvadas).
Capi Vidal