A propósito del reciente atentado en Algeciras donde murió una persona en una iglesia, por parte de un tipo de origen magrebí machete en ristre, y al parecer vociferando en nombre de Allah, las necedades interesadas no han dejado de oírse. Hay que aclarar que no está muy claro a día de hoy si el homicida en cuestión actuó por fanatismo religioso o por problemas psiquiátricos, y uno se pregunta si ambos factores no están estrechamente relacionados, disculpad el razonamiento obvio. El caso es que la inicua ultraderecha patria, arrimando miserablemente el ascua a su sardina, ha insistido en la represión sobre inmigrantes («ilegales», claro); mientras, el líder de la derecha oficial del Partido Popular, no muy distante de ese engendro escindido llamado Vox y al conocer bien a los votantes por los que compite, ha asegurado que los cristianos hace siglos que no matan en nombre de su deidad. Ahora entraremos en eso, pero adelantamos que una vez más se resucita el fantasma amenazador de una supuesta organización terrorista, de creencias e ideologías adecuadas a los nuevos tiempos, ya que sabemos o deberíamos saber a estas alturas que los poderes fácticos necesitan y moldean a su gusto. Sobre el fanatismo religioso, algo que considero una especie de pleonasmo, diré que no suelo entrar en si tal o cual creencia sobrenatural es más propicia a ello o en nombre de la cual se ha asesinado más a lo largo de la historia. Lo que ocurre es que, al menos en este inefable país que llamamos Reino de España, supuesto Estado aconfesional (donde se favorece a esa institución arcaica llamada Iglesia Católica), pues algunos lo hacen evidenciando su propio interés y/o fanatismo.
Recuerdo hace unos años, estando todavía el papa emérito recién fallecido en el trono de Roma, que hubo manifestaciones masivas por la celebración en Madrid de no sé que jornadas joviales de la Iglesia, con la visita de innumerables jóvenes católicos y del propio, entonces, sumo pontífice. El caso es que uno, gruñón y curioso por naturaleza, se pasó por aquellas protestas para ser testigo de algunas escenas peculiares. Así, los manifestantes, cada vez que se cruzaban con aquellos feligreses de corta edad venidos de tierras lejanas les espetaban, a modo de mantra, algo así como «¡Vuestro Papa es un nazi!». Es muy posible que la indescriptible expresión de los fervorosos creyentes, a medio camino entre el estupor y el espanto, estuviera motivada sencillamente por la incomprensión del idioma castellano, aunque no es descartable que estuviera originada en la ignorancia pura y dura acerca del fondo de la cuestión. Hay que decir, cierto es y como no podría ser de otra manera, que Joseph Ratzinger, cuyo nombre artístico fue Benedicto XVI, fue sin duda un tipo ultraconservador y, se destapó en su momento, había pertenecido al parecer a las Juventudes Hitlerianas, algo que él mismo aclaró fue de manera forzosa siendo un tierno infante. El caso es que, pretendiendo ser el que suscribe algo racional en sus protestas, sufrí algo de vergüenza ajena ante aquellos gritos iracundos que transgredían sin pudor la ley de Godwin.
Siempre han existido personas que se han esforzado en pensar libremente, no solo en considerar que la idea de Dios es simplemente un invento humano, sino en señalar el gran mal que se ha hecho en su nombre. Desgraciadamente, no se puede averiguar mucho de estas personas, ya que han estado sometidas normalmente a la aniquilación o al ostracismo. De igual modo, es posible que muchos creyentes en apariencia fueran en realidad escépticos o librepensadores con miedo a proclamar su auténtico pensamiento en contextos muy represivos.
Esta obra, Alegato contra el cristianismo, del autor Michael Martin, que ya nos brindó otro impagable libro como es Introducción al ateísmo, está dedicada a la que es la religión actual con mayor número de seguidores. Obviamente, lo está de un modo devastador.
Martin considera que las doctrinas cristianas deberían estar basadas en razones epistemológicas, esto es, en lo que Sigue leyendo →
Hace escasos días, el escritor Salman Rushdie fue apuñalado repetidas veces por uno de esos fanáticos dispuestos a hacer cualquier cosa en nombre de sus creencias. Hacía ya más de tres décadas que el ayatollah Jomeiní lanzó una fatwa (o como se diga eso) en la que pedía nada menos que el asesinato para el autor del libro Los versos satánicos; al parecer, por haber provocado la ofensa para los musulmanes, pero que dudo mucho que haya leído cualquiera de esos cretinos fundamentalistas. Son las cosas de la religión, mezcladas en este caso con la opresión política para mayor inri. Era yo muy jovencito cuando aquella situación se produjo, que obligo a Rushdie a vivir oculto y protegido durante años; tiene bemoles que el agresor homicida actual ni siquiera había nacido. El bueno de Rushdie, al pasar tanto tiempo, debía haberse relajado en su protección y estas son las consecuencias sangrientas, que deberían reforzarnos en nuestra condena del fundamentalismo religioso, que viene a ser una suerte de pleonasmo; la realidad es que durante esos años no pocos políticos y clérigos habían ratificado la sentencia iniciada por el inicuo Jomeiní, que por cierto murió al poco de lanzar su repulsiva fatwa, e incluso se había aumentado la recompensa económica por servir la cabeza de Rushdie. Una de las grandes vergüenzas de la humanidad, que no son pocas. Por supuesto, hubo numerosas voces de figuras públicas que dieron todo su apoyo al escritor en su momento, aunque la sensación es que no se produjo una condena unánime por gran parte de las instituciones que forman esta civilización tan cuestionable que hemos creado. Valga como ejemplo qe la Academia Sueca, que concede el premio Nobel, no acabó condenando la fatwa hasta hace pocos años.
Un argumento habitual, y no solo en conversaciones vulgares, también en artículos de opinión en ciertos medios, que deberían ser un poquito más rigurosos, es que grandes pensadores y científicos ateos en la historia acabaron convirtiéndose al estar a punto de espicharla. Desde que tengo uso de razón, llevo escuchando esta cantinela atribuida especialmente a autores que dieron un golpe mortal a la creencia religiosa; es el caso, por citar a los más conocidos, de Voltaire, Marx, Niezsche o Darwin (últimamente, algo he oído también de Sartre).
Existe un texto de Bertrand Russell con este nombre, tan lúcido como divertido, que se recoge en la valiosa recopilación Dios no existe, de Christopher Hitchens. Echemos un vistazo a las perlas que en él se comentan, muchas de ellas dedicadas a los hombres religiosos, siendo las épocas en las que mayor poder tenían menos proclives a la sabiduría. Efectivamente, en los periodos caracterizados por el predominio de la fe el clero imponía todo su criterio. Cada etapa oscurantista trata de ser ocultada con el fin de que la nueva etapa oscurantista no se reconozca como tal. Russell repasa algunos ejemplos de irracionalidad en el clero, desde que la ciencia comenzó a desarrollarse, y después analiza si el resto de la humanidad es mucho mejor.
Según datos de los últimos años, España está a la cabeza en cuanto a abandono del cristianismo. Ese abandono de la religión en la edad adulta, no es un caso raro en la Europa Occidental, aunque más bien se produce el caso inverso en los países del este. Si echamos un vistazo a la convulsa historia contemporánea de este país, si en un momento pareció apartarse el cristianismo y la religión en general, luego llegó lo que llegó, cuatro décadas de dictadura en la que se primó el catolicismo como impuesta identidad nacional. Hoy, aunque en claro retroceso, todavía existe esa identificación, por parte de una número considerable de gente, de la nacionalidad española con la religión católica. Los fundamentalistas, y empleo esta palabra en sentido lato como algo inherente de forma obvia a la identidad religiosa, consideran esta situación de abandono de la creencia como un síntoma de la falta de valores, seguramente también como falta de unidad de la patria fundamentanda en esa dogmática identidad nacional e, incluso, con tono ya irrisoriamente apocalípticio con el desmoronamiento de la civilización. Unas líneas más abajo, entraremos en esa controversia entre esa supuesta falta de valores y, tal y como también puede entenderse, una lógica concepción del progreso en el que se deja atrás el dogma religioso. Primero, habría que señalar lo que parece una evidente correlación entre la creencia religiosa y ciertos regímenes autoritarios en los que se impone o se reprime.
No cabe ninguna duda de que el anarquismo moderno, con alguna excepción, se muestra contrario a la creencia religiosa, aunque matizaremos más adelante. El pensamiento anarquista es eminentemente naturalista (un término que, tal vez, gustará más que «materialista» si lo utilizamos en un sentido amplio); es decir, se esfuerza en buscar causas naturales en los fenómenos, sin incidir en las fantasías religiosas, y en transformar la realidad social desarrollando en un plano terrenal la acción y el pensamiento humanos (en lugar de trasladarlos a un plano sobrenatural).Sigue leyendo →
Un espacio en la red para el anarquismo (o, mejor dicho, para los anarquismos), con especial atención para el escepticismo, la crítica, el librepensamiento y la filosofía en general