El pragmatismo y la filosofía pluralista

Se conoce como pragmatismo, dejando a un lado sus precedentes históricos (que, seguramente, forman toda una escuela o corriente principal dentro del pensamiento), a un movimiento filosófico desarrollado sobre todo en el mundo anglosajón, aunque con repercusión en otros países y con otras denominaciones (como son las llamadas corrientes anti-intelectualistas).

Incluso, un autor como Nietzsche hay veces que se le ha etiquetado como pragmatista, debido a sus ideas sobre «la utilidad y perjuicio de la historia para la vida» o su concepción de la verdad como equivalante a lo que resulta útil para la especie y su conservación. Siendo rigurosos, hay que hablar de un pragmatismo explícito casi de forma exclusiva en esas corrientes anglo-americanas, o al menos fueron las que tuvieron una mayor repercusión e influencia. Es en Estados Unidos, en el seno del Metaphysical Club de Boston (1872-1874), donde puede decirse que surgió el pensamiento pragmatista, con figuras como Chauncey Wright , Francis Ellingwood Abbot, Charles Sanders Pierce o William James. Sobre estos autores, puede observarse una influencia de Alexander Bain con su definición de la creencia como «aquello sobre lo cual el hombre está preparado a actuar». En cualquier caso, los propósitos de las numerosas figuras asociadas al pragmatismo pueden resumirse en que «toda la función del pensamiento es producir hábitos de acción» y de que «lo que significa una cosa es simplemente los hábitos que envuelve». La llamada «máxima pragmática» reza: «Concebimos el objeto de nuestras concepciones considerando los efectos que pueden ser concebibles como susceptibles de alcance práctico. Así, pues, nuestra concepción de estos efectos equivale al conjunto de nuestra concepción del objeto».

Hay que decir que ha habido grandes críticos de la filosofía pragmatista, entre ellos algunos marxistas que la vinculan con los intereses particulares del capitalismo norteamericano. Como en tantas nociones, existe una versión distorsionada y vulgarizada, meramente utilitarista, con la denuncia de unas intenciones de reducir la filosofía a un simple plan de acción y de medir la verdad solo por su éxito externo. Bien, como en todo, hay que aceptar muchos puntos de vista, asumir críticas que pueden contener ciertas verdades (en la práctica, valga como homenaje al punto de vista pragmatista), pero tratemos de separar el grano de la paja y otorgar el peso filosófico debido a una importante forma de pensar enemiga del absolutismo. Como sostuvo Pierce, al que puede considerarse fundador del pragmatismo, «la duda viva constituye la vida de la investigación», cuando el hombre conoce que existen opiniones distintas de la suya es cuando comienza esa duda (distinta a la creencia, cuya tentación será imponer una verdad abstracta). Se trata de una confianza en la viabilidad de una praxis humana que renuncia al dogmatismo, pero no a los valores humanos y al progreso. Si su vulgarización ha sido instrumentalizada por un liberalismo sucumbido ante el capitalismo y el estatalismo, es otra denuncia que tenemos presente. Trataré aquí, como siempre, de mostrar un punto de vista antiautoritario (por otra parte, creo que inherente a la propia filosofía pragmatista, bien entendida) en todos los campos de la praxis humana.

Una de las obras seguidas para confeccionar este texto es Pragmatismo, con el significativo subtítulo de «Un nuevo nombre para viejas formas de pensar». El libro está compuesto por varias conferencias de James, con un estilo claro y coloquial, aunque no exento de polémica y mordacidad, que pretende acercar la filosofía al hombre común. Lo que me gusta de este modo de pensar, opuesto a todo absolutismo, es el tratar de abrir horizonte en todos los ámbitos humanos sin, necesariamente, establecer conclusiones (que, tantas veces, es tratar de poseer verdades). Parece ser que James careció de instrucción formal en filosofía, lo que tal vez le salvó de caer en la utilización de un lenguaje acorde con aquello que trataba de criticar, lo que es seguro es que su labor se volcó en usar el lenguaje común para otorgarle una mayor eficacia en la práctica. Hay que huir de toda abstracción originada en el mundo práctico e invertir los términos, poner las nociones en circulación y buscar su verifación en la acción. Se trata de desmitificar las grandes nociones de la filosofía escritas con mayúsculas: Verdad, Realidad, Dios… Aunque la palabra anarquismo, al menos en el terreno intelectual, se emplea en varias ocasiones en la obra de James (y la filosofía pragmatista, seguramente, pivota sobre ella), no tenía intención James de construir una filosofía necesariamente atea, pero la renuncia a grandes verdades conduce inevitablemente a la traslación de todas las cuestiones a un plano humano (de hecho, «humanismo» era una palabra del agrado de James para su filosofía).

Porque, aunque los deseos de James no fueran los de epatar en la sociedad de su tiempo, es imaginable el revuelo que tuvo que causar una filosofía que sostenía que no hay demasiadas cosas que decir sobre la verdad en términos abstractos o especulativos, si la llevamos al ámbito de la acción humana. James se apoyó en la sicología, renunciando a la tiranía de la lógica y a la trascendencia, para considerar que la adecuación de una creencia se reconoce gracias a ciertos signos, aun aceptando la vaguedad y diferentes significados que puedan tener los mismos: estabilidad, congruencia, desenvoltura, previsión, satisfacción… Como diría después Paul Feyerabend, un autor con muchos puntos en común con William James, contestando a la gran pregunta sobre qué es la verdad: «Pues, unas veces una cosa y otra otra». La renuncia a grandes verdades, o a una verdad general, no supone un ataque ni a la racionalidad ni a la reflexión, más bien al contrario, el deseo de indagación (la búsqueda de nuevas verdades concretas, en la práctica) está detrás también de un pragmatismo vigoroso que no renuncia jamás a la ética ni a los valores humanos. No podemos más que simpatizar con los autores que vinculan la labor filosófica con las preocupaciones del hombre de la calle, las cuales no tienen que caer en ninguna vulgaridad y sí proclamar su querencia al conocimiento, que se comprometen con lo particular (sacrificando toda abstracción y generalidad que pretenda que los seres humanos nos subordinemos a ellas). James se erigió como una de las figuras más significativas de una filosofía vinculada a la modernidad (sí, ese gran proyecto de emancipación que seguimos teniendo pendiente), una concepción de la vida que exaltaba la acción, que confiaba en el progreso técnico y científico, pero mostrándose muy crítico con las nuevas tiranías que podrían generar, amparada en los valores humanistas y románticos.

La filosofía pluralista

Los expertos aseguran que la denominación de pragmatismo, para la filosofía de William James, no es exclusiva y a veces emplean el nombre de «empirismo radical». En cualquier caso, se puede hablar de los siguientes rasgos en este pensamiento: antideterminismo, contingentismo, pluralismo y temporalismo. Hay que decir que, si bien James se inspiró claramente en Pierce, éste no estuvo de acuerdo siempre con el desarrollo que se hizo de su filosofía y prefirió emplear el nombre de «pragmaticismo» para su propia teoría. Una de las primeras definiciones de pragmatismo que elaboró James, con intenciones más amplias que en el pensamiento de Pierce, fue la siguiente: «la prueba última de lo que significa una verdad es, sin duda, la conducta que dicta o que inspira. Pero inspira semejante conducta porque ante todo predice alguna orientación particular de nuestra experiencia que extraerá de nosotros tal conducta». Con su filosofía deductiva y empírica, de método análogo al usado por la ciencia naturales, James se enfrentó a los métodos absolutistas y aprioristas de inspiración hegeliana. La verdad no sería algo rígido y establecido para siempre, sino que puede cambiar e incluso crecer; una proposición sería verdadera si funciona, lo cual nos permite orientarnos en la realidad y llevarnos de una experiencia a otra.

«Las verdaderas ideas son las que podemos asimilar, validar, corroborar y comprobar», dijo James, por lo que se entiende que la verdad no es algo que una idea posea de forma permante, más bien es algo que acontece a una idea, «lo que pude llegar a ser verdadero». Por otro lado, James también insistió en que una proposición solo es aceptable si posee un valor para la vida concreta: «la verdad es el nombre de cualquier cosa que pruebe ser verdadera en cuanto a la creencia, y también buena por razones definidas y bien precisables». Tratando de sintetizar estas maneras de concebir la verdad en el pragmatismo, puede concebirse la verdad como algo «abierto», en constante «movimiento», no sería algo «hecho» o «dado», sino algo que se hace dentro de una totalidad que, a su vez, se mantiene también en proceso de hacerse constantemente. Para James, el mundo es «experiencia pura», no un mundo de principios racionales ni de «datos» organizados por «categorías» a priori o definitivamente fijadas. La pura experiencia sería una continuidad en permanente cambio, en la cual se articulan el sujeto y el objeto (partes del mismo «continuo de experiencia»). Como bien insiste James en sus conferencias, las cuales componen la obra El pragmatismo, su filosofía empírica es radicalmente opuesta al racionalismo, el cual destaca la importancia de los universales y considera que los todos son anteriores a las partes (tanto en cuestiones lógicas como ontológicas). El empirismo de James, por el contrario, destaca «el carácter explicativo de la parte, del elemento, del individuo, y trata el conjunto como una colección y el universal como una abstracción».

Por lo tanto, opuesta tanto al rígido y compacto monismo de tantos autores racionalistas como al dualismo de los espiritualistas, la filosofía de James es eminentemente pluralista. Las cosas estarían una «con» otra de muy diversos modos, pero «nada incluye todas las cosas o predomina sobre todas las cosas». Puede decirse que cada cosa está «abierta» a las demás, relacionada de forma externa y combinadas de muy distintas maneras («experimentables» y, de alguna manera, «imprevisibles»), sin que esté ligada a ellas por factores internos. Como queda claro, es un pensamiento contrario a todo determinismo e, incluso, al realismo como concepción del universo como una realidad única y compacta. James escribió del siguiente modo, de forma vehemente en contestación a sus críticos: «El mundo del pluralismo es vulnerable, de manera que sus partidarios están sometidos en cierto grado a la inseguridad. Incapaces de soportar esta tensión interior, las ‘almas enfermas’ se refugian en el dogmatismo y en el absolutismo; en cambio, el pragmatismo o pluralismo que yo defiendo, acepta hasta cierto punto a vivir sin seguridades ni garantías». James afirmó que, lo que hoy podemos creer, la verdad que supuestamente hemos alcanzado, mañana deberemos ponerla en duda y aceptarla como error. Es una continua mirada hacia adelante, la negación de quedarse anclados en supuestas verdades eternas.

El deseo de conocimiento absoluto queda reemplazado en el pensamiento de James por la indagación y la experimentación, y el descubrimiento de la verdad por la confianza en un mundo edificado continuamente mediante conexiones parciales. Borges alabaría la superioridad ética del pragmatismo, frente a su aparente inferioridad estética al lado de otras filosofías. Si los valores empiristas y científicos se imponen a la superstición y a la intransigencia, James afirmó siempre que detrás de toda teoria científica debería siempre existir una intención de volver inteligible el mundo, el sentimiento de racionalidad. Las emociones se encuentran detrás de la vida práctica y moral, pero también ayudan a las certezas de la vida intelectual.

José María Fernández Paniagua

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