Les anarquistas nos oponemos rotundamente a cualquier tipo de discriminación racial, no por el hecho de ser anarquistas, sino porque discriminar a una persona por su país de procedencia o por su color de piel no tiene sentido alguno.
Sin embargo, hoy en día el racismo hacia personas racializadas (concepto surgido para identificar a aquellas personas que, por su color, cultura, lengua, estatus social y económico, han sido oprimidas y siguen siéndolo) no solo se ha normalizado, sino que sigue en crecimiento.
A continuación, mostraremos algunas de las realidades por las que el racismo, a pesar de lo que nos venden, no ha desaparecido. El colonialismo no se ha acabado.
Empresas y grandes multinacionales europeas y estadounidenses, occidentales, siguen haciendo hoy en día uso de su poder sobre el sur global. Colocan sus negocios internacionales en países donde saben que el trabajo asalariado no está tan regulado y existen muchos agujeros en sus leyes, pudiendo así abusar de les trabajadores, pagándoles lo suficiente para malvivir o directamente no pagándoles, continuando de esta forma la esclavitud en el siglo XXI. Además, explotan sin control, tierras, echando de sus hogares a mucha gente y acabando con la cultura existente, y recursos, lo que provoca un mayor impacto medioambiental, la creación de productos transgénicos (alimentos creados de forma artificial), como la soja o la quinoa, y una gran subida de los precios de productos y servicios básicos para la población autóctona, tales como el agua o alimentos esenciales. Debido a este abuso territorial y poblacional, muchas personas se ven en la obligación de migrar a estos países occidentales, cuyo crecimiento se basa en la explotación del sur global, separándose así familias enteras para ir en busca de la supervivencia.
Esta situación no es del agrado de los Estados de países occidentales; esperan que, habiendo destrozado los territorios del sur global por sus intereses económicos, las personas racializadas se queden en su país, donde también se verán discriminadas por su raza ya que, Occidente no solo ha acabado con las culturas del sur global, sino que ha llevado la suya y, con ello, el racismo.
Los Estados intentarán lavar su imagen, ya que no les conviene que la gente occidental sepa lo que ocurre en el sur, aunque no se esfuercen mucho. Es por ello que hacen uso de los medios de comu-nicación para exaltar su identidad como salvadores de las personas racializadas. En este juego entran las ONG, que comercializan con la imagen y la vida de millones de personas, ofreciendo un lavado de conciencia para la población occidental, a las que han hecho pensar que colaborando con las ONG están ayudando con la mala situación del sur, de esta forma, su única “preocupación” sería donar 5€ al mes para el lucro de estas organizaciones, cuando el verdadero problema es la expoliación más violenta del sur llevada a cabo por empresas y gobiernos occidentales.
El caso de España no es una excepción. Durante toda su historia han existido casos de violencia racista, como el de Lucrecia Pérez, migrante dominicana, cuyo asesinato se vio muy ligado a la policía, o el de Samba Martine, migrante congoleña que fue recluida en el CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) de Aluche, Madrid, a la que no ofrecieron asistencia médica a pesar que Samba la solicitase en repetidas ocasiones. Las personas migrantes y racializadas buscan en occidente una vida mejor, engañadas por la falsa solidaridad occidental y que, al llegar a su destino, se encuentran con una serie de trabas burocráticas para, siquiera, caminar por la calle.
Pero les racializades no se han callado nunca, reclamando su propia libertad y la de los pueblos del sur. Estos focos de rebelión son una preocupación para el Estado, por ello, una de las armas que utiliza es la segregación (marginación) racial, introduciendo drogas en barrios habitados en su mayoría por racializades.
De esta forma, crearán en elles una dependencia a estas sustancias, quitándoles el dinero y cualquier ápice de rebelión. Pero esto no se queda aquí. Todo Estado y gobierno occidental participa con gobiernos del sur, para obtener mayor poder económico y político, mediante la comercialización de drogas y armas, como en el caso de España. Esto provoca que los altos mandos de los gobiernos del sur se enriquezcan participando con el narcotráfico, generando incluso guerras civiles que afectan directamente a las personas más pobres y que se ven, otra vez, obligadas por los negocios sucios de países como España, de abandonar sus vidas en busca de “algo mejor”.