En noviembre del pasado año, el Estado marroquí rompió un alto el fuego con el Frente Polisario, de casi tres décadas, y desde entonces los conflictos se han sucedido sin que tengamos noticias en la mayoría de los medios. Para mayor vergüenza, el gobierno español, supuesta coalición de «progreso», y la comunidad internacional han mirado hacia otro lado mientras Marruecos ha violado continuamente los derechos humanos en una escalada represiva. Para quien no lo sepa, la ONU sigue considerando que España es la administradora del Sahara Occidental. Casi medio siglo ha pasado desde que a la agonizante dictadura franquista parecía sobrarle la colonia, en una mezquina e hipócrita estrategia, y la llamada Marcha Verde dos años después impuso la soberanía de Marruecos sobre el territorio. El papel de la administración franquista tuvo un doble juego, por un lado afirmó comprometerse con la autodeterminación saharahui, con la supuesta convocatoria de un referéndum, y por otro inició conversaciones secretas con Rabat para acordar la estrategia que culminó en la conquista marroquí de la región. La estrategia del Estado español, ya con el infame Juan Carlos I como sustituto de Franco, supuso no entrar en un conflicto con Marruecos.
En febrero de 1976, España abandonó a su suerte al pueblo saharahui sin que a día de hoy se haya producido la consulta popular prometida. Ahora, el régimen marroquí sigue una estrategia que no es nueva, abrir sus fronteras para que se produzca una oleada migratoria y presionar así al gobierno español. El destino de miles de seres humanos ha sido esta vez Ceuta, pero ya hace meses que infinidad de personas han ido llegando a Canarias en lo que se considera una herramienta de presión por parte de Marruecos. Entre otras explicaciones, están los acuerdos para la pesca o la misma guerra contra el pueblo saharahui, mientras usan vidas humanas como macabras piezas de ajedrez sobre un tablero. La política de la coalición de «progreso» en este conflicto, como la de cualquier gobierno en España en las últimas décadas, es deleznable. Desde que estallara la guerra del Sahara, hace siete meses, España como siempre no se ha posicionado ni ha movido pieza, lo que al parecer ha cabreado a la repulsiva monarquía marroquí.
Hay que recordar que la población del país africano, sumido en una grave crisis económica y social, es considerablemente pobre mientra que su rey es infinitamente rico. Su objetivo ahora, claro, es el control de los recursos energéticos de la región del Sahara. Son décadas de gestión autoritaria e irracional en Marruecos mientras el Estado español ha mantenido buenas relaciones con otro déspota más, ya que hay que recordar la gran amistad entre el infame Juan Carlos I y Hassan II, padres de los monarcas actuales en ambos países. Todo esto son síntomas del repulsivo mundo político que sufrimos, con regímenes abiertamente dictatoriales y supuestas democracias que les hacen el juego mientras la población sufre. La política represiva de los Estados, con sus muros, sus ejércitos y sus policías, lo cual supone incontable dinero y esfuerzo, como solución contra personas que buscan una vida mejor es otra muestra de un mundo deshumanizado en el que a los gobernantes les importan bien poco las vidas humanas. Existen demasiados intereses en juego y se siguen edificando muros muy reales, en políticas meramente represivas, mientras otros invisibles dividen a las poblaciones entre los que tienen y no tienen. El mundo en que vivimos y que, de una u otra manera, toleramos.